Una reflexión sobre el significado, los peligros y litigios que desencadena la intimidad, especialmente cuando esta es compartida.
Por Pilar G. Rodríguez
En estos días se celebra la aparición del último libro de Fernando Savater, La peor parte. Memorias de amor, profusamente recogido en medios de comunicación y aplaudido de forma unánime. La obra ofrece detalles íntimos de la relación que el filósofo mantuvo con quien fuera su pareja, fallecida hace cuatro años. Cómo el pensador la llamaba cariñosamente, su bisexualidad o su modelo de relación más o menos abierta componen esta narración. Pero dicha publicación plantea una serie de interrogantes con el tratamiento de la intimidad de fondo: ¿de verdad le interesa (nos interesa) a un público general lo que dos se llaman cariñosamente, cómo se repantingan en el sofá o si huelen siempre bien o hieden? ¿O esto va según el apellido? ¿Qué ocurriría si, en vez de un Savater, el autor fuera un cantante o un concursante de un reality desvelando esos detalles? Quizá las preguntas definitivas sean: ¿qué pensará la familia de la protagonista involuntaria del libro? Y sobre todo: ¿qué pensaría ella misma? Igual coincidía en los adjetivos que se están aplicando a la narración: sublime, delicada… Pero igual no estaba tan conforme con que esa intimidad que alumbró y que creyó dejar salvaguardada al morir vea la luz por la pluma de aquel con quien la compartió. ¿Acaso el dolor de uno otorga derechos sobre el pasado que fue de dos?
Deja un comentario