Hablaré en todo momento de eutanasia y no de muerte digna. Esta última expresión traduce la ortotanasia –muerte natural de un enfermo desahuciado sin prolongar su vida y su agonía con medicamentos– con un origen más religioso y una amplitud conceptual excesiva.
Por Javier Sádaba, filósofo
Si nos quedamos en esa amplitud, hay que decir que morir dignamente significará respetar la libertad del individuo al final de su vida. El uso de la expresión en su sentido más restrictivo se apoyó en textos del corpus hipocrático en donde se dice explícitamente que no se debe ayudar al enfermo a morir. Hay que añadir inmediatamente que muchos médicos no siguieron al maestro Hipócrates, fundador de la medicina, y que filósofos –como es el caso de Platón o los estoicos– contemplaron como algo natural que uno acelere su muerte si la situación lo requiere. Y esto nos lleva directamente a la eutanasia o buena muerte, que es eso lo que quiere decir en griego. Parece que fue Suetonio quien la utilizó por primera vez. Ya en la Modernidad reaparece con Bacon y Tomás Moro. En la actualidad ha cobrado carta de naturaleza en 1935 con Arthur Koestler y en 1974 con un manifiesto de personas relevantes en el campo de la ciencia. A ello hay que sumar una serie de casos conflictivos –sobre todo el de la norteamericana Karen Ann Quinlan– que conmocionaron a la opinión mundial.
La eutanasia debe estar claramente regulada
Dejando de lado la etimología, por eutanasia se entiende en nuestros días la decisión libre de que le quiten la vida a uno si se dan las siguientes condiciones: intenso dolor o sufrimiento, irreversible enfermedad cercana a la muerte y carencia de alternativa alguna; y se discute hoy si entre tales condiciones habría que incluir el cansancio vital. La eutanasia, para ser tal y además de lo dicho, debe estar claramente regulada. En los Países Bajos, el primer y único Estado en el mundo en donde está regulada con nitidez, se puede castigar con 12 años de cárcel a quien la ejecute sin atenerse a las normas establecidas. Esto es la eutanasia y no las distorsionadas imágenes provenientes de aberrantes hechos entre los que destaca, para su desgracia, el nazismo. O una hipereugenesia que desechara todo lo humano deforme.
Esto es un simple recordatorio de lo que es la eutanasia y que debería pertenecer a la cultura general. Pero si no queremos hacer un análisis aislado hemos de contextualizarla. Y de esta manera entenderemos mejor de qué estamos hablando, al menos en nuestro mundo cultural.
La muerte es la sombra de la vida
Frente a la vieja idea de que existe la vida y después la muerte, lo real es que van juntas, que la muerte es la sombra de la vida, que nacemos muriendo y que, por tanto, somos vida-muerte. Y esto es decisivo… sólo que se necesita forzar un tanto la imaginación e ir a la otra cara de las cosas: supongamos que uno, antes de venir a la existencia y fuera, en consecuencia, pura posibilidad, pudiera decidir o pedir a quien fuera venir o no a este mundo. Hay casos extremos en los que, sin velo alguno de cómo viviríamos, dijéramos que sí o que no. Quienes estuvieran afectados por una grave enfermedad es alto probable que se negaran, mientras que los que habrían de gozar de una excelente existencia se sentirían inclinados a dicho gozo. Pues bien, si, con velo que tape mi real existencia, me lo preguntaran, dudo mucho, y me hago portador de la media, que me interesara aterrizar en la Tierra, pasar de la potencia a la existencia. ¿Por qué? Porque si somos un suspiro entre dos nada, como dejó escrito el sabio Simónides, y sin entrar en los que profesan una determinada fe, la vida está llena de frustraciones porque importantes deseos no se cumplen, porque las enfermedades nos atenazan y porque la muerte de los seres queridos y la nuestra es un trauma total. Que existan bienes no se niega, sólo que lo que impera es el poco tiempo pisando la Tierra, los muchos males que nos aquejan y la cesación total. Una broma macabra. Pero de lo imaginable y deseable hemos de bajar. Y una vez que existimos, sean las causas que sean, nuestra tarea consiste en vivir lo mejor posible. No hay más remedio que partir del hecho de estar vivos aunque se nos haya otorgado la vida sin nuestro permiso. La cuestión suele plantearse sobre si tiene o no sentido la vida. Tal vez habría que plantearlo, para evitar quisquillosas distinciones lingüística sobre si merece la pena o no vivir. Y ahí se instala, como mínimo, la duda.
La existencia es un semicírculo… hacia la inmortalidad
Partamos, por tanto, del hecho de que existimos. Y es que la existencia no es un don o un regalo, sino un hecho o dato fruto de la evolución. Hemos llegado al Homo sapiens, por el momento, desde las bacterias, las arqueas y los eucariotas. Lo olvidamos con frecuencia y pensamos, explícita o implícitamente, que provenimos de lo alto, o bien que crecemos desde abajo diseñados de modo inteligente. La existencia, constitutivamente y en principio, no es como un segmento con inicio y fin, ni un segmento que no tiene fin como en las religiones que incluyen la inmortalidad, ni un círculo como en la rueda de las reencarnaciones de la sabiduría hindú. La existencia, por el contrario, es un semicírculo que alcanza el punto máximo hasta bajar y desaparecer. En términos generales, llamamos juventud, madurez y vejez a las tres partes del semicírculo.
Por el momento una máquina no es capaz de entender un chiste, síntoma de que reírse de verdad es tan necesario como difícil, especialmente en un mundo tan aburrido y mustio como el que hemos creado
Max Scheler, un filosofo ya olvidado y sumamente inteligente, describió cómo va cambiando la noción del tiempo a medida que desciende el círculo; se va acortando hasta que nada queda. Es ese el proceso vital que, con excesiva frecuencia, es precedido por la tortura de la agonía. Añadamos que los últimos avances y las previsiones en inteligencia artificial y la biología sintética, entre otros desarrollos de la ingeniería y la biología, pueden hacer que la curva se alargue tanto que los sueños de inmortalidad se aproximan a la realidad. En este caso pasaríamos del Homo sapiens a otro ser distinto y superior. Tal salto podría alegrar a unos y asustar a otros. Lo sensato es estar abierto a lo nuevo y aprovecharlo, y a lo malo para desecharlo. Por el momento una máquina no es capaz de entender un chiste. Síntoma de que reírse de verdad es tan necesario como difícil. Especialmente en un mundo tan aburrido y mustio como el que hemos creado.
Derecho a desaparecer de entre los mortales
Antes de continuar, y también a modo de recuerdo, diré algo que, al menos, sirva para sostener por qué habría que legalizar la eutanasia. (Por cierto, la carga de la prueba tendría que estar en los que restringen la libertad y no en los que la reivindicamos). Que si está en mis manos dedicarme al sexo, a la música o a la filosofía, en mis manos estará no dedicarme a ninguna. O si nadie me ha pedido permiso para venir a este mundo, no se ve que se lo tenga que pedir a nadie para marcharme. Aun así, lo primero a afirmar, puestos ya a ofrecer alguna prueba a su favor, es que si se puede retirar la ventilación artificial a un enfermo, no se ve la razón de prohibir una inyección letal. Si puedo no hacer X para que Pablo muera, podré hacer X para que Pablo muera. En segundo lugar, si me puedo suicidar, igualmente podré decirle a otro que me ayude a suicidarme. Si Pablo quiere desprenderse de su dinero, podrá pedir a Pedro que le ayude a esa obra como a cualquier otra. Y si, como lo recogen las leyes españolas de 1986 y 2002, el enfermo tiene derecho a rechazar cualquier tratamiento, derecho tendrá también a no recibir tratamiento alguno y, en consecuencia, desaparecer de entre los mortales.
El dolor-sufrimiento es el mayor de los males
Voy a añadir tres argumentos más que son, tal vez, los más conocidos, pero intentaré ampliarlos o matizarlos. Son los siguientes: la libertad, el dolor y la propia imagen. Suponemos que somos libres y, como tales, salvo patologías que la anulen, pensamos que los otros son libres y, por tanto, responsables. Las neurociencias, sin embargo, están reduciendo la libertad al mínimo. En este sentido, si se duda de la libertad del paciente, otro tanto habrá que hacer del profesional de la salud. Y si se añade que el estado del paciente reduce casi a cero su capacidad de decisión, digamos que, como en el amor, a veces una situación extrema incluso da más lucidez. En cualquier caso, uno es titular de su cuerpo, de su vida y de su muerte y, si expresa con claridad cuál es su voluntad, se debe respetar. Respecto al dolor que cuando va más allá del cuerpo llamamos sufrimiento, hemos de decir, con Milton, que es el peor de los males. La eliminación del dolor es uno de los principales fines, si no el principal, de la medicina y de la moral. Si uno malvive con dolor es lógico que prefiera no vivir para así no padecer. Esto es básico. Y no entenderlo suena a pésima intención o imbecilidad. Y en relación a la imagen que uno tiene de uno mismo, al espejo en el que se ve, pueden darse situaciones en las que su figura esté tan deteriorada y los dolores tan agudos que la eutanasia sea, según su voluntad, la solución deseada. Estos tres pilares de la argumentación proeutanasia parece que son casi imposibles de refutar.
La eliminación del dolor es uno de los principales fines, si no el principal, de la medicina y la moral
Retirar la medicación si ya no hay nada que hacer
Alguna observación más antes de pasar a contemplar cómo está la situación en España. Hay dos modos de actuar que no son eutanasia pero que están de alguna manera emparentados con ella porque son más comprensivos y, salvo dogmáticas excepciones, más tolerantes. Uno es el llamado LET o limitación del esfuerzo terapéutico. Si ya nada hay que hacer sino simplemente mantener con los fármacos y la tecnología a quien es pura biología y sin ninguna biografía y, además, sin posibilidad de retorno, lo sensato es retirar la medicación en cuestión. Lo entiende hasta un niño. O lo entiende mejor, porque el niño carece de los prejuicios y embotamiento de los mayores. Lo contrario sería obstinación terapéutica, algo a lo que incluso, que ya es decir, el Vaticano no se opone. Es de puro sentido común. Y es que en los casos en los que se ha dejado vivir artificialmente años a personas sin ninguna posibilidad de cura, se han solido juzgar, ya pasado el tiempo, no como una buena intención, sino como pura arbitrariedad. Es obvio que hay que hacer distinciones en función del enfermo y de los medios excepcionales o no a utilizar, pero el concepto es claro.
Para qué vale el testamento vital
Por otro lado, ha ido penetrando en el cuerpo social la idea de hacer un testamento vital, algo que se sigue de las leyes antes mentadas y del consentimiento informado. Nace en EE. UU. en los sesenta como living will, de la mano de Luis Kutner y llega a Europa a través de Bélgica. Se conoce también como voluntades y hasta planificaciones anticipadas. Se trata de un documento en el que, bajo amparo jurídico, como puede ser un notario o varios testigos, se especifican una serie de enfermedades que quien las pudiera padecer se opone a que sean tratadas. Dicho documento se añade a la historia clínica del enfermo real o posible. Y debe existir un registro nacional que las reconozca. En los últimos años se ha introducido el llamado PAD, que los americanos desde 1991 llaman PSDA y lo que intenta es planificar a lo largo de la vida los deseos de no tratamiento. Esta idea de enfocar todo como proceso facilita externamente todo el desarrollo. No me queda tan claro, sin embargo, que alivie al potencial o real paciente. Al mismo tiempo se convierte en una sopa de letras que puede ofuscar al enfermo. Y al sano.
El testamento vital pasó a España y lo incorporó la asociación Derecho a Morir Dignamente. La asociación se fundó en 1984 y tuvo como su cabeza visible a Salvador Pániker. Como dato curioso, en 1966 había escrito Pániker Conversaciones en Catalunya. La asociación, como todas las que operan en el mundo, busca la legalización de la eutanasia pero insistiendo en la libertad del paciente para, por ejemplo, conformarse con los cuidados paliativos, puestos en marcha por la enfermera Cicely Saunders en 1969. El actual presidente es Luis Montes, injustamente castigado en el ya tristemente famoso “caso Leganés”. Ciertas fuerzas oscuras religiosas le denunciaron. Tan oscuras fueron que la denuncia fue anónima, es decir, cobarde. La asociación quiere que se quite del Código Penal del año 1995 la pena de 6 a 8 años de cárcel para la eutanasia y de 2 a 5 para el suicidio asistido, primo hermano de la eutanasia. La mejor forma, por cierto, de saber en qué consiste el suicidio asistido es recordar a Ramón Sampedro en 1995, tetrapléjico, pidiendo que le aplicaran la eutanasia. Se consideraba una cabeza atada a un tronco de árbol. Su caso dio la vuelta al mundo y ha sido inmortalizado en un filme, Mar adentro. Se le ayudó a morir y su posible causa penal fue archivada.
La asociación Derecho a Morir Dignamente tiene aproximadamente 4.000 socios. No son muchos, pero el problema que existe con el testamento vital es que se conoce poco y sus defensores deberían ser muy pedagógicos para extender su conocimiento. Por otro lado, continúa siendo engorrosa toda la parte burocrática. Y, además, los modelos varían y no es fácil que uno escoja aquellas enfermedades que considere más oportuno tener en cuenta. La iglesia católica y sus seguidores defienden una especie de testamento vital contra el encarnizamiento terapéutico. No haría falta puesto que, salvo algún fundamentalista de la primera hora, todo el mundo está de acuerdo. Y su oposición a la eutanasia está en la esencia de su doctrina. Como suelen afirmar, en la vida y en la muerte somos del Señor. Solo cabe contestar: amén.
Que cada uno haga con su vida lo que le dé la gana con tal de que no nos imponga su visión de este mundo y, encima, del otro
Y ya dentro de la curiosidad, recordemos que algo parecido han hecho los testigos de Jehová rechazando las transfusiones de sangre y los hemoderivados. No creo que me hagan caso si les digo que su interpretación de la Biblia no es la correcta y que el nombre del Dios de la Biblia no es Jehová, sino Yabe. Pero que cada uno haga con su vida lo que le dé la gana con tal de que no nos imponga su visión de este mundo y, encima, del otro.
Opiniones a favor y en contra
Por último, pondré a un lado y a otro lo que pienso que son los datos que nos permiten pensar en la pronta o no legalización de la eutanasia. Once de los partidos políticos españoles incluyen en su programa la legalización en cuestión. Lo que importa es que no hagan como el PSOE que la introdujo en el programa de 2004 y hasta hoy no ha dado un paso más. Entre aquello que puede retrasarla o impedirla habría que colocar lo siguiente: seguir al pie de la letra a Hipócrates cuando muchos médicos de su tiempo no le siguieron; si, por otro lado, miramos a Platón o a los estoicos, la eutanasia se considera normal; la Conferencia Episcopal, todos sus tentáculos y la influencia en el gobierno de turno; la OMS, que en nada ayuda a su legalización; los grupos de cristianos con sus redes funcionando a tope; los seudoprogresistas que no comprometen su supuesto progresismo de manera clara y pública; el Colegio de Médicos con su larga tradición conservadora; la Constitución Española, que es criptocatólica, además de los concordatos que continua manteniendo con el Vaticano; las falsas imágenes que todavía existen entre la gente y que no han sido pedagógicamente desmontadas; y finalmente un Código Penal con las penas antes citadas y que intimida a todos. Aunque un 70 por ciento de las personas consultadas estén a su favor y más del 50 por ciento de los médicos también.
Si nos volvemos ahora a los aspectos que miran a favor de la eutanasia diría lo siguiente: la labor de la asociación Derecho a Morir Dignamente, que esperemos que dé sus frutos; el aliento de otros países europeos, especialmente de Holanda y Bélgica; los tantos por ciento antes señalados; las publicaciones, conferencias y asociaciones que aumentan día a día su volumen de difusión; y un ambiente que cambia con rapidez y que se nota en la actitud de la gente en cuanto viven de cerca el proceso de la muerte.
Se puede concluir que la corriente a favor de la eutanasia aumenta, que los médicos españoles han de comprometerse como lo han hecho sus colegas europeos y que el compromiso, enemigo de la cobardía, nos atañe a todos. Ante el absurdo de tolerar el dolor evitable, y sin oponernos a quien desee los analgésicos y la sedación en los cuidados paliativos, hay que levantar la voz y colocar la eutanasia en nuestras manos.
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