La esperanza está íntimamente ligada a la espiritualidad y la fe: a creer y tener certezas sin pruebas. Vamos a afrontar aquí la cuestión desde el punto de vista religioso y teológico, buscando cuál es la naturaleza de la esperanza y las posibilidades que ofrece desde este punto de vista.
A menudo el principal problema que nos encontramos a la hora de desarrollar la esperanza es la propia realidad de nuestra vida. Por mucho que soñemos, que deseemos, que anhelemos, la mayoría de las veces nuestras expectativas tienen que enfrentarse al duro golpe de la realidad, que acostumbra a hacer añicos aquello que queríamos para el porvenir. Nos guste o no, existe el sufrimiento en el mundo, nos van a pasar cosas malas y no siempre vamos a triunfar. ¿Cómo sostener esa confianza en el porvenir partiendo de semejantes certezas?
Por ello, para poder mantener una esperanza plena e inquebrantable, se hace necesario algo más allá de la realidad, algo que supere el mundo sensible en el que vivimos. Podemos llamarlo Dios, logos, Tao, destino, etc., pero el hilo conductor es que hemos de tener “algo” superior en que poder poner nuestra confianza, en lo que podamos creer a pesar de no tener ninguna prueba. Ese es el principal concepto de la fe.
Es por esto por lo que la esperanza (y con ella la fe) son consideradas la mayoría de las veces como fenómenos religiosos o espirituales. Mediante estas creencias podemos desarrollar certezas acerca del ideal futuro, pues de modo contrario nos sentiríamos sujetos a los datos físicos a nuestro alcance. Ya lo dijo Jean-Paul Sartre en El ser y la nada: “El hombre está condenado a ser libre”. El esfuerzo cotidiano del vivir día tras día, vigilando y controlando nuestros pasos para lograr nuestras metas futuras, nos agota si no está iluminado por la esperanza. La responsabilidad de nuestra vida supone en no pocas ocasiones un exceso de equipaje, y si solo podemos esperar lo posible en cada momento, lo que nuestro contexto nos ofrece, lo más probable es que la esperanza se pierda más pronto que tarde por el camino.
Para poder mantener la esperanza plena e inquebrantable se hace necesario algo más allá de la realidad
La esperanza, como tal, consiste en esperar, sea cual sea nuestra situación presente, que algo bueno terminará por suceder, que alcanzaremos nuestra meta, que por doloroso y traumático que sea nuestro contexto, las cosas terminarán por enderezarse. Ese tipo de creencia-certeza no puede darse si no están bajo el paraguas de algo superior, que es en lo que encontramos los ánimos y la fortaleza para actuar y continuar. Tal y como la define Tomás de Aquino: “Virtud infusa que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios, tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para alcanzarla apoyado en el auxilio de Dios.” Es decir, la persona por sí misma no puede lograr tener esperanza. Necesita ayuda externa, divina.
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