Imaginemos un panorama en el cual un libro nos lance a la cara verdarazos —neologismo que me gusta usar para hablar de «grandes verdades»—, sin ningún temor de herir nuestro ego; de hecho, con toda la intención de hacerlo. De poner a temblar un poco nuestro centro, ese piso seguro desde el cual alardeamos ser quienes somos, ese pequeño microcosmos del yo que, a veces, invadido por el narcisismo, se engaña creyendo que es el universo entero.
Así es David Pastor Vico una voz feroz y sin compasiones que escribe verdarazos filosóficos para después lanzarlos al alma de sus lectores, dirigiendo su dinamita principalmente a ojos adolescentes, pero no por ello volviéndose exclusivo de ellos. El nuevo libro de Vico, Ética para desconfiados, nos saca de la zona de la autocompasión en la cual estamos muy acostumbrados a morar. Es ante todo un texto honesto que toca las fibras nerviosas de quien se atreve a leerlo.
Los tópicos del libro abarcan, de manera rizomática, todo ese laberíntico mundo que implica llevar una vida ética y preguntarse por esta ética en un sentido amplio, profundo y crítico. Por ello, Vico no se conforma con las típicas definiciones de orden escolar, esas que cuando las leemos nos suenan tan acartonadas y lejanas de la vida práctica. Vico va más allá y propone para muchas de sus exposiciones ejemplos cotidianos, anécdotas que nos parecerán cercanas, lo cual nos hará comprender que la filosofía es más común en la vida práctica de lo que creíamos.
Baste a continuación un ejemplo de cómo Vico injerta espinas en el alma del lector sin piedad alguna para que el lector pueda comenzar a desenterrarlas utilizando las herramientas que la filosofía puede ofrecerle en su experiencia diaria. En algún capítulo, Vico nos habla de la importancia de ser autosuficiente, no sin antes poner sobre la mesa las crueles cartas de lo que se ha venido agudizando en las últimas décadas y que ahora afecta sobremanera a la población de jóvenes adultos: la dificultad de ser independientes económicamente, cuando en otros siglos se lograba desde muy temprana edad.
Vico escribe que «a medida que hemos ido poblando cada rincón del planeta y nos hemos multiplicado en número todo lo que hemos podido, los animales humanos fuimos también complicando y diversificando nuestras propias posibilidades de subsistencia», por lo que hemos creado un mayor número de necesidades que sentimos es nuestro deber satisfacer. Al mismo tiempo que la expectativa de vida ha aumentado, haciéndonos más exigentes con lo que necesitamos para subsistir, «también fuimos sofisticando todos los aspectos sociales y relacionales de nuestra convivencia, esos que antes, con algunas diferencias sutiles, se aceptaron por suficientes e inalterables durante milenios».
Vico propone para muchas de sus exposiciones ejemplos cotidianos, lo cual nos hará comprender que la filosofía es más común en la vida práctica de lo que creíamos
De ahí que hoy más que nunca resulte tan complejo para muchos adultos jóvenes subsistir por sus propios medios a edad temprana. Esto significa, según los términos de Vico: «Las condiciones mínimas para ‘seguir viviendo’ gracias al sudor de tu frente, aunque fuera de manera austera y breve. Hoy en día, los plazos para lanzarte al mundo del trabajo se eternizan». Y dicha eternización no está exenta de una profunda frustración e infelicidad, y Vico no se toca el corazón para dibujarnos de manera explícita —desde una situación tan común y próxima a muchos— por qué es tan «jodido» ser joven adulto en este milenio. Escribe Vico —permitiéndome dejar en extenso el ejemplo de cómo logra el filósofo unir cotidianidad y filosofía:
«Si quieres abarcar un ciclo formativo completo, podrías llegar casi a los 30 años con unos ingresos exiguos; luego descubrirás horrorizado que esto tampoco te asegura la subsistencia de manera inmediata, mucho menos alcanzará para dar de comer a una familia que, por suerte para ti, no habrás podido formar todavía, porque no has tenido tiempo… pues te la has pasado estudiando desde los tiernos seis años. Si es tu caso, seguro me dirás que al menos conseguiste subsistir hasta los 30 estudiando; de lo contrario no podrías haberte sacado un doctorado y hacer tantas investigaciones y no sé cuántas cosas más para engordar ese currículum tan hermosote. Sí, tendrías mucha razón; habrás subsistido hasta los 30 y no te quitaré el mérito de ello. El problema está en que no habrás conseguido ser autosuficiente como sí lo era un zapatero medieval en Europa, o un escribano en el antiguo Egipto faraónico. Por muchas becas que logres, las preguntas respecto a qué comerás, o con qué pagarás las facturas cuando estas becas se extingan o el sustento familiar se acabe, en realidad no están resueltas Y te he planteado un caso bastante halagüeño y digno de alabanzas y reconocimiento, porque las posibilidades de encontrar un trabajo cuya remuneración asegure la autosuficiencia y la subsistencia a costa del esfuerzo personal es infinitamente mayor para alguien que puede presumir de un buen currículo que para alguien que apenas acabó el bachillerato o, peor aún, ni siquiera terminó la secundaria, sean cuales sean las razones o motivos que tuviera para ello. En los casos de estudios insuficientes, truncados o inacabados, la dependencia familiar es aún más alarmante y sangrante. […] Hoy, gracias a los logros sociales, científicos y tecnológicos, y a unas garantías democráticas más o menos generosas y generalizadas que nos hacen la vida más fácil, hemos conseguido vivir más y quizá mejor, subsistir por más tiempo que antes, eso es innegable. Pero no somos más autosuficientes, al contrario. En el pasado, la autosuficiencia era una condición básica para la supervivencia. Si no eras autosuficiente, tenías los días contados, a menos que fueras siervo o esclavo. Pero en el último caso, la vida no era vida por mucho que durara, ¿no te parece? Hoy, más que nunca, tenemos que replantearnos por qué es tan importante la autosuficiencia para vivir mejor y ser felices, ya que parece que la subsistencia está más o menos asegurada… Eso, repito, si has tenido suerte al nacer y las cartas que te tocaron son medianamente buenas o, al menos, aceptables […] ¿Se puede o no alcanzar la autosuficiencia?».
Vico cree que sí se puede alcanzar la autosuficiencia, incluso a edades tempranas como quizá en siglos pasados se conseguía. Pero, para ello, también es necesario volver a la consideración de eso que realmente es importante e imprescindible para subsistir —más allá de las necesidades creadas por el consumismo—: la comunión con los demás, la amistad, el amor, en una palabra, la convivencia auténtica y ética con el prójimo. Es así imperativo para lograr la autosuficiencia poner en tela de juicio todas aquellas necesidades impuestas por una cultura de masas que atomizando a los individuos los vuelca a estar más concentrados en conseguir su propio placer y nada más.
En este sentido, Vico hace un llamado a esa recuperación del «nosotros», a desplazar ese yo insaciable y egoísta —a partir de una reflexión filosófica y autocrítica de nuestras verdaderas circunstancias y aptitudes— por una vida que le apueste a la calidad, a la convivencia calurosa con los demás y no a la convivencia fría y solipsista con todos esos objetos que creemos habría que tener para ser felices. Al final, necesidades superficiales y efímeras que han sido creadas por la publicidad de un siglo que ahoga sus raíces en un mundo cada vez más cosificado y, por ello, nos vuelven seres infelices, solitarios y, en muchos casos, también resentidos al no poder conseguir saciar ese inmenso pozo de deseos y necesidades fútiles que nos hacen creer que nos satisfacerán si fuéramos capaces de conseguirlas.
La autosuficiencia pone en tela de juicio todas aquellas necesidades impuestas por una cultura de masas que atomiza a los individuos
Ética para desconfiados es un libro que podría cambiar el destino de algún adolescente confundido para volverlo consciente de esta hiperatomización de lo individual y su metástasis narcisista que nos orilla a tener una existencia cada vez más aislada y desconectada de los afectos y del amor con los demás, y de eso que no se puede comprar, pero que es —por su condición humana de carácter in-intercambiable por lo monetario u objetual— lo más valioso que hay en el mundo.
La brújula que guía el navío de Vico a lo largo de sus páginas tiene la intención de ayudarnos a huir de la isla del individualismo —de ese «individualismo idiota»— y así conquistar un nuevo puerto: el de una vida pensada en comunidad. Por lo tanto, una existencia menos solitaria, menos infeliz, menos superficial y hostil. «Cuando desde lo ético mencionamos al individualismo, estamos hablando de un cáncer que, descontrolado y crecido de sí mismo, como todos los cánceres, rompe cualquier posibilidad de convivencia, de buena vida».
David Pastor Vico: «Nuestro pensamiento es absolutamente individualista»
Hablamos con el filósofo David Pastor Vico, belga de nacimiento, hijo de emigrantes andaluces, y mexicano de adopción, autor de Ética para desconfiados, editado en México por Planeta.
Pocos escriben un libro para público joven sobre filosofía, ¿por qué es importante y qué puede provocar en sus vidas acercar a los adolescentes a la filosofía?
Es importante escribir a un público joven por una razón sencilla, porque el público adulto ya está podrido. Difícilmente un libro de filosofía para alguien que no se dedique a estudiar filosofía puede hacerle cambiar su forma de pensar sobre cualquier cosa. Nuestros sesgos de confirmaciones, nuestros prejuicios, con los años se agravan y finalmente acabamos creyendo solo aquello que se adapta nuestra forma de pensar. Así que un libro de filosofía que no sea para jóvenes suele ser un ejercicio bastante onanístico para quien lo lee, porque generalmente está buscando encontrar en el libro lo que se adapta a su forma de pensar y, si no lo encuentra, dice que es un mal libro de filosofía. Nos suele faltar bastante reflexión crítica al respecto.
Escribir un libro de filosofía para adolescentes es vital en el sentido de que sus criterios todavía son maleables, eso que llaman la plasticidad cerebral todavía funciona en esas edades. Mientras que con nosotros nuestra plasticidad cerebral se asemeja tanto a la del mármol, no es tan fácil que nos adaptemos, a menos que seamos investigadores y que asumamos el compromiso de estar equivocados y poder cambiar nuestra forma de pensar algunas ideas. Escribir para adolescentes es precisamente porque ellos todavía están a tiempo de cambiar su forma de pensar y enfocarse en lo que planteo en el libro, en un cambio de paradigma: del yo hacia el nosotros. Esa es la idea y eso es lo que me motiva a escribir para los más jóvenes. Que este libro puede ser una herramienta útil de aprendizaje.
¿Qué hace falta para que la filosofía deje de ser tan invisibilizada en un mundo tan girado al pragmatismo y la huída de la reflexión y la demora en el pensamiento?
Tal vez mi respuesta no te guste. Lo que nos hace falta es pasar más miedo, todavía estamos excesivamente cómodos. Todavía el sistema institucional que sostiene el mundo, la democracia, los conceptos de justicia, de legislación, todo este tipo de conceptos suelen ser bastante sostenedores del statu quo y, a pesar de que dichos valores se vayan degradando en muchos países, nos siguen dando seguridad y la sensación de que todavía no pasa nada grave. Lo que necesitamos para acercarnos a la filosofía es pasar miedo de verdad.
Cuando inició la pandemia, de repente comenzaron a preguntarles a varios filósofos sobre qué pasaría, hacia dónde nos dirigíamos, y muchos especularon. Por ejemplo, Žižek pensó en el advenimiento de un nuevo marxismo, Byung-Chul Han especuló sobre todo lo contrario: una exacerbación del capitalismo neoliberal, cada uno hizo sus elucubraciones. Pero casi nadie dijo que a lo que íbamos a volver era exactamente al mismo punto del que salimos, porque no tuvimos miedo suficiente. Cuando realmente tengamos miedo, miedo absoluto —y ahora hago suposiciones a la ligera—, miedo a una tormenta solar, a una tercera guerra mundial, a un cambio de polaridad del planeta, al estancamiento de las corrientes marítimas, a una subida de seis puntos de temperatura, cuando realmente pase algo que nos aterrorice, de repente todos iremos a la filosofía porque en el fondo es como el muerto que agonizando y habiendo sido ateo toda su vida, pide la absolución y confesión en el último momento, no vaya a ser que dios sí exista y nos estemos privando de ir al cielo. Es duro creerlo así, pero solo el miedo nos orilla a cambios radicales.
Nuestro pensamiento es absolutamente individualista, absolutamente pragmático. Pero sólo para nosotros mismos, no pragmático para los demás, porque si nuestro pensamiento fuera verdaderamente pragmático en el sentido de buscar algo útil, lo primero que estaríamos haciendo es intentar bajar las emisiones de CO2, acabar con el hambre en el mundo, con las guerras, etc. Eso sería lo práctico, lo práctico sería buscar un mundo para todos más cómodos. Eso sería situarnos en un paradigma del nosotros, y no del yo. En un paradigma del yo, como el que vivimos actualmente, los otros nos importan un bledo y nos da igual que sean carne picada. Entonces, ¿qué es lo que falta para que miremos a la filosofía, reflexionemos y tengamos realmente el propósito de enmienda? La respuesta es sentir miedo, sentir pavor. Y en nuestra especie eso sólo lo sentimos cuando hay una amenaza absolutamente real y no solo una amenaza futura e hipotética. Quizá así, sólo en medio del apocalipsis, pasando por el terror, comenzaremos en verdad a pensar en el bien común.
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