Esta investigación ha partido desde los rasgos filosóficos en su obra y se ha centrado en los temas planteados en ellos: familia tradicional burguesa, ciencia, industria, política, feminismo, etc. Sobre todo, ha hecho hincapié en un discurso filosófico propio en torno al mito de Frankenstein, que es una versión del mito de Prometeo.
Mirada de pájaro
Solo ocho años después de la Revolución Francesa, y diez días antes de su muerte, Mary Wollstonecraft tuvo una hija que terminó escribiendo Frankenstein o el moderno Prometeo, aunque aún sigue siendo una gran desconocida y no por su extensa obra, sino por la segunda lectura de la misma. Tenía un temperamento filosófico especial que le llevó a sintetizar y a crear productos propios y a generar un pensamiento genuino.
Su obra está llena de alusiones al Romanticismo, a la política, al feminismo y a la ciencia, entre otros. Además, creó un discurso filosófico personal que le dio el estatuto filosófico que se merece: el lenguaje mítico. Representa una reflexión cíclica sobre problemas de época que terminan en el debate sobre el sentido de vida de los receptores de su trabajo. El mito de Frankenstein se ha hecho universal y es, a su vez, síntesis de ideas y mitos anteriores. Con todo, no puede decirse que Mary Shelley sea una filósofa en sentido estricto, pero sí es factible afirmar que existe en su obra un trasfondo filosófico propio.
El mito de Frankenstein se ha hecho universal y es, a su vez, síntesis de ideas y mitos anteriores
A golpe de vista
Constituido su carácter, Mary Shelley creó productos filosóficos propios. Uno de ellos estuvo vinculado al Romanticismo. De esta manera Shelley se desvinculó del pensamiento ilustrado al dejar de creer en la idea de que la comunidad humana podía cooperar para generar progreso. Se sitúa más cerca del Romanticismo, como decimos, contra la razón estereotipada, aunque no comparte la idea romántica del individualismo. Deja de seguir el egoísmo individual al ser este motivo de catástrofes humanas.
Por otro lado, la obra de Shelley reflexiona sobre el conocimiento. Hay dos argumentos poderosos: por una parte destaca el entusiasmo del hombre en el conocimiento, y por otro refleja las consecuencias del uso irresponsable del mismo. Siguiendo este recorrido, su obra se acerca también al feminismo de su madre, Mary Wollstonecraft. La gran herencia de la misma fue su oposición a Rousseau y la creencia de que la mujer era inferior (de forma innata) al hombre; y que, además, había sido creada para darle placer a él. Según Wollstonecraff, la desigualdad no es innata, sino fruto de una educación deficiente. Así, debía de ser el ente público el que creara un sistema educativo que diera personas iguales con independencia del sexo. Este garantizaba el derecho a la razón ilustrada a través de derechos civiles (iusnaturalismo). También garantizaba el derecho a la virtud que también era universal.
Mary Shelley se empapó de las ideas feministas de su madre, Mary Wollstonecraft, quien pensaba que la desigualdad no es innata, sino fruto de una educación deficiente, y que se debía crear un sistema educativo que diera personas iguales con independencia del sexo
Mary Shelley absorbió todas estas ideas y las defendió en su obra a través de referencias y ejemplos (metáforas), pero desde el punto de vista del Romanticismo al que pertenecía. Se centró en lo cotidiano y en las pasiones humanas –más que en la razón– y defendió el derecho a la educación como motor de un futuro más igualitario. Podemos encontrar ejemplos en algunas de sus obras, como por ejemplo Mathilda, donde refleja la desigualdad del patriarcado y de la familia burguesa, o Lodore, en la que surge la idea de la importancia de la educación.
A vuelo raso
Otro elemento importante en su obra fue la política. Con un padre y marido políticos, era inevitable que Mary Shelley se viera implicada en el tema. Siempre estuvo al lado del liberalismo reformista de sus familiares, un planteamiento educativo que defendía la libertad individual. El contexto de Shelley fue el de la rivalidad entre el liberalismo y el conservadurismo, y ella se opuso a este último con sus ideas. No obstante, se independizó de sus antecesores al plasmar nuevas ideas al respecto y sincretizar las anteriores.
No comparte la idea del individualismo romántico ni el político (en Lodore, aparece todo esto). La ciencia fue un elemento muy importante en su obra. Por una parte, en ella, aparecen los avances científicos más importantes del momento, pues recoge desde la erupción del volcán Tempora hasta los experimentos de Galvani, de Erasmo Darwin (abuelo de Charles Darwin) y los tratados de electricidad de Franklin. Por otra, recoge el trabajo de Aldani (sobrino de Galvani) y sus experimentos de electricidad aplicados a cadáveres.
La ciencia es un elemento muy destacado en la obra de Mary Shelley
Mary Shelly hizo una mezcolanza de todos estos junto a la ciencia del Renacimiento. Con esto introduce en su discurso literario a Agripa y a Paracelso, desde el punto de vista de la relación entre lo corporal y lo espiritual (ejemplo: en Frankenstein o el moderno Prometeo, surge un Víctor –creador– que hace referencias a todos los mencionados antes y se centra en los experimentos eléctricos con cadáveres).
Al hilo de todo esto, la novela de Frankenstein supone una crítica a la revolución científica e industrial. No existía entonces un uso excesivo de la ética en la industria y la ciencia. El monstruo de Frankenstein es un ejemplo de lo que puede pasar si no hay ética en el uso científico: una abominación. Otro mensaje de Shelley fue el fracaso de la revolución científica. Con el monstruo queda claro que el hombre no es capaz de encontrar las causas últimas de la naturaleza y, por otro lado, también queda claro que este hombre no es el centro del universo. De su posición antropocéntrica pasa ahora al margen, ya que la historia de la naturaleza sucede sin pedirle permiso.
El deseo de inmortalidad
De todos los elementos, el más importante es el mito. Como dije antes, Shelley tuvo un discurso propio emancipatorio. Este fue el mito, que le da el estatuto filosófico definitivo en su obra. Y este es, en parte, una visión sincrética e innovadora. El mito de Frankenstein tiene un planteamiento filosófico propio: el deseo de inmortalidad y las horribles consecuencias de los actos no éticos del hombre. Su mensaje supone un novedad cognitiva que es la respuesta propuesta en el mito a la pregunta sobre la inmortalidad. Y esta respuesta lo es sobre una sociedad más justa e igualitaria, donde no exista el egotismo individual –deseo de hablar de uno mismo– causante de los problemas del ser humano. En sí, todo mito es un pensamiento problemático e indagatorio. Y es un pensamiento que usa la analogía del relato fantástico para reflexionar sobre un problema de la época, basado en uno anterior y cíclico.
El monstruo de Frankenstein es un ejemplo de lo que puede ocurrir bajo una ciencia sin ética: una abominación
Cada generación o versión del mismo mito reconfigura la pregunta y propone una nueva respuesta, conduciendo al debate sobre el sentido de la vida, la antigua pregunta sobre el ser. En este caso se trata de un mito moderno, diferente al clásico y vinculado a lo místico y a las cosmogonías. Incorpora rasgos de otros mitos resultando ser un mito intertextual. Pero al mismo tiempo es un mito flexible que da cobertura al momento presente para así garantizar la donación de sentido.
Existe una crítica suscitada en este libro respecto al trabajo actual sobre Mary Shelley de Mary Poovey y de Mellor, profesoras universitarias en Estados Unidos. Ambas coinciden al decir que en la obra de Shelley existen grietas. La tachan de no ser tan innovadora y afirman que tenía sentimiento de culpa al no verse como una mujer escritora. Mellor lo llamaba «deseo sexual reprimido con fantasías feministas».
Sin embargo, en este libro surge la crítica a este tipo de apreciaciones en base a lo siguiente: en la obra de Mary Shelley existen muchas pistas psicológicas y de su biografía personal. Sus constantes referencias a su ideario político y feminista suponen el contrapunto de la cultura de su época. Hay además un antes y un después desde el punto de vista de la filosofía en sus obras, y sus comentarios científicos la elevan a lo universal. Y por si fuera poca su vida, la tachan como el ejemplo más contrario: el de la culpa.
Fue una mujer que tuvo una vida personal y unas relaciones intimas anticipadas a su época, lo cual no le impidieron escribir. Por todo ello su obra y ella están desprovistas de culpa y de grieta alguna. Al contrario, suponen un temperamento filosófico propio y universal.
Sobre el autor
Antonio Guerrero Ruiz (Huelva, España, 1971) es graduado en filosofía y articulista de prensa. Ha publicado La mentira zurda (2011) y Literatura zurda (2016). Temperamento. Pensamiento filosófico en la obra de Mary Shelly es su tercer libro y es la consecuencia de su trabajo fin de carrera bajo la dirección de Amelia Valcárcel. Actualmente colabora con el periódico Diario de Almería y con las revistas Quimera, Clarín y Calicanto, entre otros medios impresos. Ha participado en más de una decena de antologías y ha obtenido premios en algunos concursos literarios. Gestiona el blog lamiradazurda.blogspot.com. Allí aparece su obra completa.
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