El alemán Jürgen Habermas (1929) es reconocido como el padre de la «teoría de la acción comunicativa» y del fundamental concepto de «razón comunicativa», que consiste, en sugerentes palabras del propio filósofo, en lo siguiente: «Es ciertamente una tabla insegura y vacilante, pero no se ahoga en el mar de las contingencias, aun cuando tal estremecimiento en alta mar sea el único modo como puede ‘dominar’ las contingencias». Una caracterización que sin duda recuerda a aquella otra de José Ortega y Gasset cuando se refería al ser humano como un náufrago y al pensamiento como agarradera en medio del vasto océano.
A juicio de Habermas, solo descendiendo a la arena de los asuntos humanos, a la realidad, es como la filosofía puede (y debe) hacerse cargo de cuanto ocurre. No desde suntuosos despachos, no desde la vacía erudición, sino desde el terreno pantanoso de los hechos: allí donde nace y surge el conflicto, la herida. Ese es el valor (que no heroísmo) de la razón comunicativa: poner de relieve la importancia de las relaciones que, a través de la palabra, se dan entre humanos y entre distintos periodos históricos, haciendo hincapié en la importancia del presente para entender el pasado y saber percatarnos de los retos del futuro.
En este sentido, Habermas dio un giro a la herencia de la Teoría Crítica (Escuela de Frankfurt), y la transformó en una teoría de la comunicación que presuponía —pero no se ceñía a— una teoría social. Como explica Stefan Müller-Doohm en su enciclopédica Una biografía, el punto de arranque de Habermas «es el potencial racional de la praxis lingüística, y la perspectiva a la que él aspira es la idea de una intersubjetividad incólume». Ello porque, como escribe el propio Habermas, debemos preservar «el sentido moderno de un humanismo que encontró hace ya tiempo su expresión en las ideas de una vida consciente de su propio valor, de un autodesarrollo auténtico y de una autonomía: un humanismo que no se obceca con afirmarse a sí mismo».
Tesis que, ya desde el principio, chocan (por ejemplo) con algunas de las defendidas por todo un Nietzsche, con su contumaz perspectivismo en el que cada dimensión individual de la existencia ha de enfrentarse a otras, plurales y muy distintas, en lo que daría como resultado una inexorable y siempre pujante batalla de todos contra todos. Por su parte, en Habermas se impone el sentido comunicativo, sin obviar, desde luego, la ineludible diferencia entre individuos. Como muy bien explica Müller-Doohm en su imprescindible biografía de Trotta, el punto de Arquímedes de la teoría social de Habermas «es la idea de que se puede descubrir el criterio crítico de la sociología en el potencial racional de un discurso orientado al mutuo entendimiento».
El valor de la razón comunicativa de Habermas es poner de relieve la importancia de las relaciones que, a través de la palabra, se dan entre humanos y entre distintos periodos históricos
La propia filosofía no es más que un proceso continuo de aprendizaje en tanto que confección constante de teorías presentes que permitan explicar la realidad, pasada, presente y, quizá, futura. Pero hay que tener en cuenta que, a juicio de Habermas, las diferentes circunstancias sociales nunca alcanzarán la medida deseable de entendimiento mutuo: «En la sociedad racional hay algo profundamente torcido», asegura con talante casi enigmático.
De ahí que, para el pensador, como apunta Müller-Doohm, lo fundamental radica en el reconocimiento recíproco o en el respeto mutuo, y añadimos una cita de Habermas: lo distintivo de su teoría es «la reconciliación con una modernidad que se desintegra a sí misma, es decir, la noción de que, sin renunciar a las diferenciaciones que hicieron posible la modernidad, hay formas de convivencia en las que la autonomía y la dependencia entablan una relación realmente armónica, que se puede caminar erguido en una comunidad que no sea sospechosa de albergar colectividades retrógradas». Por ejemplo, como ocurrió en el nazismo, cuando precisamente la razón se erigió como definidora y tajante tabla de medida de lo aceptable y de lo no aceptable: tal es la cara bifronte de la racionalidad, que solo puede reconfigurarse, justamente, a través del discurso, de la comunicación entre seres humanos.
Por eso, la filosofía es compromiso por y con lo real, por y con lo que acontece. Solo desde una perspectiva libremente comprometida, desde la propia subjetividad, se pueden afrontar las diferentes problemáticas que presenta una época determinada. Lo «histórico» y lo «biográfico» solo marcan la dirección, pero, nos avisa Habermas, esto «no garantiza que luego se elija correctamente el camino, ni que se lo prosiga». El compromiso, pues, como fundamental en la actitud filosófica.
Como muy bien escribe Müller-Doohm glosando a Habermas, «es la vida vivida la que constituye el sustrato de las intuiciones, las cuales nos dan el impulso para alcanzar tanto las convicciones sobre las que reflexionamos teóricamente como los logros intelectuales». La existencia es una peculiaridad individual que debemos afrontar subjetivamente, pero que, también y a la vez, es experimentada colectivamente. Y este esclarecimiento de la propia circunstancia, dice Habermas, se lleva a cabo a través del pensamiento científico o a través de la filosofía.
La existencia es una peculiaridad individual que debemos afrontar subjetivamente, pero que también es experimentada colectivamente. Para Habermas, este esclarecimiento de la propia circunstancia se lleva a cabo a través del pensamiento científico o de la filosofía
Esta biografía aparecida en Trotta, sin duda la más completa publicada en español sobre Habermas, resulta amena y minuciosa por partes iguales. En ella asistimos, de la mano de su pensamiento filosófico y sociológico, al periplo vital de uno de los filósofos más importantes y activos del siglo XX y lo que llevamos de XXI. El volumen está acompañado, además, de diversos documentos fotográficos que nos acercan, en términos humanos, a la figura intelectual de Habermas, al filósofo del «Yo soy el tú que tú haces de mí», al pensador que cree en el diálogo entre seres humanos y entre generaciones, al sociólogo que examina las razones que nos ofrece la historia para dotarla de un siempre difícil sentido: al pensador, en definitiva, que asegura que la verdad es una construcción y que no existe en singular, sino en la común construcción comunicativa entre individuos, entre vidas: entre fragilidades.
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