La neurotecnología dice que sí se puede implantar un chip en el cerebro y que nuevas prótesis cerebrales, cada vez más sofisticadas y pequeñas, ayudarán a movilizar a personas paralizadas, permitirán que manejemos drones y que nos conectemos a internet con el pensamiento. Pero todo esto que se puede, ¿se debe? ¿Qué riesgos éticos suponen estos desafíos?
Por Federico Kukso/Agencia SINC
Vincent Leung es ingeniero electrónico y director del Qualcomm Institute Circuits Labs de la Universidad de California en San Diego (Estados Unidos). Como tantos otros, también es amante de las series, de modo que pongamos por caso un día en el que, después del trabajo, en casa, se prepara una cena ligera, se sienta en el sofá con el televisor encendido y se pone a ver en Netflix un episodio de la serie distópica Black Mirror. En él, una madre sobreprotectora hace que le implanten a su hija un chip en la cabeza para vigilar todo lo que la niña observa… A eso es a lo que se dedica Leung. Y lo explica: “Eso es ficción –aclara a la agencia SINC–, pero, es cierto, estamos haciendo cosas más locas que las que se ven en la serie”.
Financiado por la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa del Pentágono (DARPA), Leung trabaja en la próxima generación de implantes cerebrales inalámbricos. Los llama neurograins –o neurogranos– y son chips del tamaño de un grano de sal. Durante décadas, se dedicó a mejorar la potencia de los chips de los teléfonos móviles. Ahora, asegura, es tiempo de diseñar chips para el cerebro. Parece lógico. Con los años, las tecnologías se han ido acercando al cuerpo. Hasta no hace mucho, para atender una llamada uno tenía que caminar hacia el teléfono fijo. Ahora basta con sacar el móvil del bolsillo y llevarlo al oído o conversar directamente a través de pequeños audífonos –como los Airpods de Apple– en nuestras orejas. Todo indica que la próxima fase de las telecomunicaciones irá más allá: las tecnologías traspasarán la piel y se internarán dentro de nuestros cuerpos.
Con los años, las tecnologías se han ido acercando al cuerpo… Hasta el punto de integrarse en él
Tecnología eres tú
“Es un gran desafío científico –dice Leung–. En un principio, la idea es implantar los neurograins en la corteza cerebral, es decir, la capa externa del cerebro, de personas que han perdido cierta función debido a una lesión o enfermedad. Y a través de diminutos pulsos eléctricos, estimular las neuronas atrofiadas”. El equipo de Leung en la Universidad de California en San Diego forma parte de una amplia colaboración internacional –en la que también participan la Universidad de Brown, el Hospital General de Massachusetts, las universidades de Stanford y Berkeley y el Centro Wyss de Bioingeniería en Ginebra– para desarrollar prótesis neuronales inalámbricas capaces de registrar y estimular la actividad del cerebro. Decenas de miles de neurograins podrían funcionar como una especie de intranet cortical, coordinada de forma inalámbrica mediante un centro de comunicaciones central en forma de un parche electrónico delgado colocado sobre la piel. Así se abrirían nuevas terapias de neurorrehabilitación, en especial teniendo en cuenta que esta red tiene capacidades tanto de ‘lectura’ como de ‘escritura’.
Los neurograins podrían ‘leer’ a las neuronas, esto es, registrar su actividad eléctrica, y también podrían estimularlas. “Podríamos transmitir datos del mundo exterior a los neurograins –indica Leung–. Por ejemplo, proyectar sonidos a personas sordas o imágenes a invidentes: si una persona ciega tiene su corteza visual intacta, podríamos tomar una foto con una cámara y por vía inalámbrica mandar una señal codificada en un lenguaje que el cerebro pueda entender”.
Cerebros conectados
En 2004, Matthew Nagle –un hombre de 25 años tetrapléjico tras ser herido con un cuchillo– se convirtió en la primera persona en mover objetos solo con el pensamiento. El neurocientífico John Donoghue, de la Universidad de Brown, le implantó en la parte del cerebro donde se coordina la actividad motora lo que denomina BrainGate: un minúsculo chip de silicio de cuatro milímetros de lado con cien electrodos.
Gracias a un chip, en 2004, un hombre tetrapléjico fue capaz de mover objetos solo con el pensamiento
Se trató de la primera interfaz cerebro-ordenador: un sistema a través del cual se procesan y envían señales que viajaban por un haz de cables que salían del cuero cabelludo de Nagle hasta un carrito electrónico con un tamaño de refrigerador que le permitía, entre otras cosas, cambiar los canales de un televisor, ajustar el volumen, abrir y cerrar una mano ortopédica, mover el cursor de un ordenador, leer correos electrónicos y jugar con videojuegos con solo imaginar que movía el brazo. “Los cerebros biónicos se hacen realidad”, tituló por entonces la revista Nature.
Hablemos de transhumanismo
Pensar sobre hechos como el poder, los desafíos y acaso los límites de los avances científicos que pueden ayudar al ser humano en la mejora de sus capacidades es la tarea del transhumanismo. En España, una de las voces más autorizadas en este campo es Antonio Diéguez, doctor en Filosofía y Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Málaga. Diéguez ha investigado en las áreas de la Filosofía de la Tecnología y de la Biología, y es autor de Transhumanismo: la búsqueda tecnológica del mejoramiento humano. Editado por Herder, se trata de un análisis solvente sobre este movimiento, desde sus promesas más fascinantes a sus peligros más aterradores, pasando por las teorías que las grandes figuras (tanto a favor como en contra) han defendido y por qué.
Desde entonces, estas neurotecnologías no han hecho otra cosa que diversificarse. Además de las trece personas paralizadas que utilizan el sistema BrainGate, dos monos con implantes cerebrales en la Universidad de Duke fueron capaces de dirigir sillas de ruedas usando solo sus mentes. “Estas tecnologías abrirán todo un mundo de posibilidades –asegura el emprendedor Steve Hoffman de la start-up Founders Space–. No solo nos permitirán comunicarnos mente a mente, sino también conectarnos a internet a través del cerebro”. Estas afirmaciones pueden parecer algo exageradas, sacadas de películas como The Matrix o de novelas ciberpunks, pero solo hasta que uno se entera de iniciativas de DARPA como un programa con un presupuesto de cuatro millones de dólares llamado Silent Talk, cuyo objetivo es “permitir la comunicación de usuario a usuario sin el uso de voz vocal a través del análisis de señales neuronales”.
La neurotecnología no solo permitirá la comunicación mente a mente, sino también conectarnos a internet a través del cerebro
En la última década las interfaces (conexión entre dos aparatos) cerebro-ordenador se han diversificado: empresas como Emotiv y NeuroSky han desarrollado videojuegos basados en estas neurotecnologías, al igual que la compañía japonesa Neurowear que desarrolló en 2011 unas orejas de gato llamadas Necomimi que responden a las emociones de sus usuarios. Y durante la ceremonia de apertura de la Copa Mundial de Fútbol de Brasil, en 2014, el neurocientífico Miguel Nicolelis mostró cómo un hombre parapléjico utilizaba un exoesqueleto robótico controlado por la mente para patear una pelota.
Más pequeño todavía: polvo neuronal
En este tiempo, la miniaturización se ha acelerado. En 2011, un equipo de la Universidad de California en Berkeley describió por primera vez unas diminutas partículas de silicio que denominaron neural dust (polvo neuronal), a grandes rasgos basadas en los mismos principios de los neurograins.
En 2017, dos de sus inventores, el neurocientífico José Carmena y el ingeniero Michel Maharbiz, inauguraron la compañía Iota Biosciences para desarrollar estos implantes inalámbricos que podrían cambiar la forma en que entendemos nuestros cuerpos: son capaces de monitorizar en tiempo real músculos, órganos y nervios en las profundidades del cuerpo –como demostraron en la revista Neuron–. Podrán tratar la epilepsia y el control de vejiga y, también en un futuro, controlar prótesis. Los sensores de este polvo neuronal se comunican a través de ultrasonido con un parche que los activa y recibe información para cualquier terapia deseada. Sus impulsores imaginan que podrían ser implantados en un simple procedimiento ambulatorio, según Carmena, de la misma manera que una persona se hace un piercing o un tatuaje.
El polvo neuronal podrá tratar la epilepsia, facilitar el control de la vejiga y, también en un futuro, manejar prótesis
Inteligencia artificial… y biológica
Las posibilidades de las interfaces cerebro-ordenador han atraído el interés de Elon Musk. En 2017, el multimillonario sudafricano, fundador de SpaceX y Tesla, reveló detalles de una nueva empresa, Neuralink, en San Francisco: quería construir una interfaz cerebro-ordenador implantable que nos permita comunicarnos de forma inalámbrica con cualquier cosa que tenga un chip. Esta simbiosis sería, según Musk, como nuestro seguro ante el “riesgo existencial” que significa el avance de la inteligencia artificial. Suena todo muy ciencia ficción: en teoría, podríamos absorber conocimiento instantáneamente desde la nube o transmitir imágenes de la retina de una persona a la corteza visual de otra. “Creo que la mejor solución es tener una capa de inteligencia artificial que pueda funcionar biológicamente dentro de nosotros”, dijo Musk. “El primer uso de la tecnología será reparar lesiones cerebrales como resultado de un accidente cerebrovascular”, describió en un artículo extenso publicado en Wait Buy Why.
“Creo que la mejor solución es tener una capa de inteligencia artificial que pueda funcionar biológicamente dentro de nosotros”, afirma Elon Musk, cuyas inquietudes le han llevado a interesarse también por las conexiones cerebro-ordenador
Por el momento, ese también es el objetivo de los investigadores detrás de los neurograins: permitirles a personas paralizadas por esclerosis lateral amiotrófica, embolia cerebral u otros trastornos salir de su encierro y comunicar sus necesidades y deseos a otros, operar programas de procesamiento de textos u otro software, controlar una silla de ruedas o neuroprótesis. “Sería una gran mejora de la calidad de vida”, dice Leung. “Primero lo probaremos en primates no humanos”.
¿Qué vendrá después? El objetivo de la DARPA, se presume, consistiría en mejorar las habilidades del personal militar. “Podríamos llegar a manejar drones con el pensamiento”, especula Leung, quien admite que el campo de las interfaces cerebro-ordenador es terreno fértil para la ciencia ficción.
En principio, todos los usos de las nuevas tecnologías atenderán loables fines terapéuticos. La pregunta es: ¿y después?
¿Se debe hacer todo lo que se puede hacer?
Pero así como estas tecnologías abren nuevas posibilidades, también implican nuevos riesgos y problemas éticos. ¿Podrían grupos de hackers robar datos internos de un cuerpo o usar el cuerpo de una persona en contra de su voluntad? “Las prótesis neuronales nos obligan a reevaluar cómo pensamos en la responsabilidad de nuestras acciones”, señala el filósofo Walter Glannon. Si bien, debido a regulaciones federales, es muy difícil sacar la neurotecnología del laboratorio, los neurograins y el neural dust multiplican las esperanzas y también las amenazas, como la pérdida de la individualidad y privacidad mental.
“Los escenarios abiertos por las interfaces cerebro-ordenador conducen a interesantes preguntas sobre lo que significa ser humano –advierten los especialistas en neuroética Mark A. Attiah y Martha J. Farah en un artículo–. ¿Seríamos humanos si pudiéramos hacer que otros se movieran o actuasen a partir de nuestro pensamiento? ¿Seríamos humanos si nuestras mentes nunca operasen independientemente de los demás? Estas neurotecnologías podrían traer cambios sociales tectónicos”.
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