Estudios recientes parecen demostrar que la sumisión o la dominancia no son aspectos de la personalidad que tengan únicamente condicionantes físicos, como por ejemplo la fuerza o el tamaño, sino que existe otro factor de importancia capital: el cerebro.
Lo que han hecho los científicos durante los últimos años ha sido alterar ciertas células del cerebro de los animales de sus estudios mediante la técnica de la optogenética (que, mediante un laborioso proceso, permite activar o desactivar determinadas células neuronales) de manera que estos aumentaban su peso social y tenían más posibilidades de convertirse en los líderes de su grupo.
En la mayoría de animales que viven en manadas, sus miembros compiten para establecer un orden jerárquico (principalmente machos, aunque también lo hacen las hembras y no solo en especies con características matriarcales. En una manada de lobos o leones, por ejemplo, las hembras tienen su propia jerarquía) con el fin de fijar quién es el más válido para dirigirla. Esto, en lugar de crear conflictos, los puede reducir a largo plazo, pues cuando todos los elementos que componen la manada conocen su lugar y posición, se dan menos enfrentamientos y estos son menos graves. Sin una cabeza al mando cada individuo actuaría por su cuenta, lo que terminaría por partir el grupo, disgregando la manada en la simple búsqueda de agua o pastos, o dificultando las tácticas de caza necesarias para la subsistencia de todos sus miembros.
El orden jerárquico es, por tanto, determinante en el futuro del grupo, de ahí que sea sumamente importante su solidez de cara a la supervivencia y el crecimiento de la manada. Por ejemplo, en el reino animal los líderes suelen ser los individuos más fuertes y de mayor tamaño, encargándose de la seguridad y la defensa de los otros miembros. En algunos animales, como los lobos, además son los únicos que se aparean (el macho y la hembra de mayor rango), de manera que el grupo no crezca descontroladamente. Y consiguiendo así que pasen a la siguiente generación los mejores genes.
Se trata de una tarea fundamental que requiere de unas características concretas que determinan la viabilidad o no del sujeto al frente de la cadena de mando
La fuerza del carácter
Aunque ya se intuía, lo que se ha demostrado es el gran peso que el carácter tiene a la hora de ascender socialmente en la manada, al estudiar con mayor detalle los circuitos neuronales del cerebro de los ratones. Las células de la corteza prefrontal dorsomedial parecen ser las que controlan que un individuo sea «dominante» o «sumiso» respecto a sus semejantes, pues la estimulación llevada a cabo por los investigadores lograba que las posibilidades de hacerse con el mando del grupo aumentaran nada menos que un 90% al vencer en sucesivos «combates», lo que se traducía en un mayor rango dentro de la manada. Además, se demostró que esto se lograba sin alterar los niveles de ansiedad del animal ni su rendimiento motor (como podrían lograr, por ejemplo, el uso de drogas).
Los científicos del Shanghai Institute for Biological Science, de China, colocaban en sus experimentos a dos ratones en cada extremo de un tubo muy estrecho de manera que no podían darse la vuelta ni cruzarse para pasar al otro lado. De este modo, no tenían otra salida que empujar para pasar primero o retirarse para dejar pasar a su contrincante.
Para establecer una pauta se midieron conceptos como el empuje, la resistencia, la retirada o la calma, y los resultados fueron esclarecedores: al inhibir las células antes citadas, se redujeron las respuestas defensivas y aumentaron las retiradas, mientras que, tras la estimulación de dichas neuronas, las tornas cambiaron completamente: los ratones luchaban más y lograban vencer más a menudo, aumentando su prestigio y poder dentro de la manada.
Los datos recogidos demuestran que una de las mayores ventajas a la hora de ascender en la jerarquía social no es otra que la persistencia, esto es, el esfuerzo que se pone en ganar y salirse con la suya. Los ratones que más combates ganaban iban paulatinamente aumentando su poder, hasta colocarse a la cabeza del grupo durante varios días o semanas.
La persistencia es, al parecer, clave a la hora de ascender en el orden social
Reprogramación neuronal
El estudio no es aplicable a los humanos, pero sí desvela muchas incógnitas respecto al comportamiento social de los animales (de los que formamos parte), así como de la importancia que tiene el cerebro a la hora de determinar quiénes somos y cómo actuamos.
Y no solo eso, sino que pasa por demostrar que esa personalidad, a largo plazo, podría ser incluso cambiada mediante las técnicas adecuadas. La optogenética se ha demostrado como una herramienta que podría cambiar completamente la actitud que tenemos en nuestros días acerca de los tratamientos mentales. Por ejemplo, con el tiempo, podría ser posible eliminar fobias, depresiones o comportamientos conflictivos simplemente con la alteración de las neuronas que los hacen posible. Del mismo modo, podrían estimularse las que producen placer o tranquilidad. Las opciones son apabullantes. ¿Se imaginan que pudieran eliminarse los ataques de ansiedad o pánico de un plumazo?
Obviamente esto tiene una vertiente negativa, y es que esta técnica podría también ser usada para alterar la personalidad de cualquiera, o «resetear» su mente con un fin moralmente cuestionable, lo que en malas manos supondría un riesgo más que considerable.
La polémica al respecto está servida. No obstante, solo es uno más de los importantísimos y revolucionarios avances que la neurociencia está llevando a cabo en nuestros días.
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