La filosofía de los epicúreos se atrajo ya en la Antigüedad y luego durante muchos siglos la enemistad de muchos pensadores, adeptos de credos religiosos o idealistas, que vieron en el filósofo del Jardín un peligroso adversario intelectual al que había que eliminar sin pararse a discutirlo.
Esa larga serie de censores y rivales logró que la casi totalidad de sus obras se perdiera pronto. Esa pérdida la celebran autores tan distintos como Agustín de Hipona y el emperador Juliano, apodado el Apóstata, un tenaz defensor de la religiosidad pagana.
Hacia el año 360, Juliano escribe en una carta que dirige al sumo sacerdote del clero de Asia acerca de las lecturas convenientes a los sacerdotes:
«Que no lean ningún escrito de Epicuro ni de Pirrón. Pues ya han hecho bien los dioses al destruirlos, de modo que se han perdido ya la mayoría de sus libros. Pueden citarse si caso solo como ejemplo de los libros de los que deben apartarse los sacerdotes. Y no solo esos libros, sino también sus ideas.»
Muchos siglos después, en su Historia de la filosofía, escribe Hegel:
«Las obras de Epicuro no han llegado hasta nosotros, y a la vedad no hay por que lamentarse. Lejos de ello, debemos dar gracias a Dios de que no se hayan conservado; los filólogos, por lo menos, habrían pasado grandes fatigas con ellos.»
Deja un comentario