“Esperando, el nudo se deshace y la fruta madura”, decía el poeta Federico García Lorca. “Hazte semejante a un promontorio. Las olas chocan contra él de continuo, pero se mantiene firme hasta que, al final, en torno a él se abonanzan las aguas”, recomendaba el emperador-filósofo Marco Aurelio. “Quien tiene paciencia, obtendrá lo que desee”, sentenciaba Benjamin Franklin.
Cuando se habla de virtudes, pocos hay que no sitúen a la paciencia entre las mejores de la lista. Pero ¿sabemos realmente qué es la paciencia? Paciencia es la habilidad para esperar que las cosas ocurran. Es decir, el paciente sería aquella persona que se mantiene quieta, a la espera de que se den las circunstancias propicias para lograr el fin que busca.
En no pocas ocasiones gastamos energía persiguiendo algo que podríamos lograr limitándonos a esperar que llegue a nosotros. Eso hace la paciencia, optar por la inactividad. Razón por la que personalmente la considero una virtud menor. Incompleta. Precisamente por lo que decía Kant de ella: “La paciencia es la fortaleza del débil”. A mí no me gusta sentirme débil. O quizá el problema sea que padezco un trastorno de impaciencia crónico y no deseo tener que esperar a que las cosas vengan a mí cuando a ellas les dé la gana, sino cuando yo quiero. Sea como fuere, la idea de esperar a que mis objetivos vengan a mí por ciencia infusa me resulta desagradable. Me crea ansiedad. Me motiva más la idea de tomar partido, llevar la iniciativa.
«La paciencia es la fortaleza del débil». Immanuel Kant
Intentarlo una y otra vez
Es por ello por lo que un servidor reivindica otra virtud, relacionada con la anterior pero que la completa y engrandece: la persistencia. ¿Y qué es la persistencia? ¿En qué se diferencia de la paciencia?
La persistencia es la habilidad de ser capaz de fijarse una meta y sostener un comportamiento determinado que lleve a alcanzarla, intentándolo una y otra vez pese a los fracasos. He ahí la diferencia que encuentro: el paciente espera a que la oportunidad surja, el persistente intenta crear la oportunidad. La paciencia se sienta tranquilamente, mientras que la persistencia se levanta y va a buscar.
La persistencia es la clave del éxito. Más que el talento, más que el genio… Más que cualquier otra cualidad. Si repasamos la cadena de sucesos que llevan a conquistar un logro, veremos que la parte más ardua y en la que más gente abandona es en el esfuerzo por continuar. La persistencia es una virtud excepcional, que requiere, quizá, más trabajo por parte de uno mismo que cualquier otra.
El papel de la voluntad
¿Qué es necesario para desarrollarla? Voluntad. La persistencia se nutre de la voluntad y, al mismo tiempo, la adiestra. Pero, para ello, antes hemos de conocer qué es lo que entendemos por voluntad.
Existen dos acepciones del término «voluntad». El primero sería “el querer”,aquello que deseamos o anhelamos. En segundo lugar, hablaríamos de la capacidad para decidir con libertad lo que deseamos y lo que no (usualmente lo denominamos “fuerza de voluntad”). En nuestro caso, cuando hablamos de voluntad aunaríamos ambas definiciones: la capacidad para dominar nuestros deseos e impulsos a corto plazo para anteponer los que tenemos a largo plazo.
La fuerza de voluntad es la capacidad de sacrificar nuestros impulsos a corto plazo en favor de nuestros deseos a largo plazo
Cuando perseguimos un objetivo, sea el que sea, lo habitual es que no lo logremos al primer intento. Fallaremos una, dos o las veces que sean necesarias. Es duro y frustrante, pero el persistente sigue intentándolo. Podría abandonar y dedicarse a otra cosa, pero no lo hace. Su voluntad le recuerda el deseo final que persigue.
Es de esta manera que la persistencia forja el carácter. Actúa como puente entre nuestra mente consciente e inconsciente, poniendo a nuestra disposición todas las herramientas físicas y mentales que poseemos para poder optar a nuestro objetivo, modulando nuestras emocionas en esa dirección.
Todos hemos pasado por ahí: intentamos algo, metemos la pata, nos hundimos y abandonamos. La chica/o dijo “no”; el examen salió fatal; el vicio fue imposible de abandonar, etc. Quizá volvamos a internarlo una o dos veces, pero antes o después terminaremos por dejar ir nuestro propósito. ¿O no? El persistente es diferente: entiende que los escollos y los fracasos son parte del proceso (“El único error que hay que evitar es el que nos impide intentarlo otra vez”). Es quien se arma con una visión clara de lo que desea y no acepta que nada ni nadie se interponga entre él y esa visión.
Si observamos los errores desde el punto de vista empírico, estos pierden buena parte de su carga negativa. Aprendemos de la experiencia, por lo que los errores y fracasos no son otra cosa que posibilidades que nos enseñan qué es lo que no funciona, qué hemos de cambiar para mejorar. De esa manera, la persistencia se convierte en una fuente de aprendizaje y conocimiento práctico continuo. El paciente no puede decir lo mismo. Quien no hace nada no comete errores, pero tampoco podrá mejorarse a sí mismo.
El paciente espera la oportunidad. El persistente va a buscarla
¿Cuántas veces hemos observado a alguien terriblemente inteligente y brillante que no logra alcanzar todo su potencial? En la mayoría de las ocasiones, el culpable es la falta de fuerza de voluntad. No hacer lo que es necesario hacer para conseguir el logro.
La persistencia domina la voluntad, porque la necesita. Quien está determinado puede enfocarla, dirigirla. El 80% de nuestros impulsos negativos pueden ser “domados” mediante la voluntad. Reflexionemos un momento sobre esto. ¿Cómo sería nuestra vida si, de manera sostenida, hubiéramos sido capaces de dominar nuestras pasiones cuando se presentaban? ¿Quiénes seríamos si pudiéramos mantener la cabeza fría y apuntando hacia lo que realmente deseamos?
Por lo tanto, mucho más que la paciencia, es la persistencia la que nos hace más fuertes mentalmente. Nos ayuda a soportar la adversidad, nos obliga a conocernos realmente, porque nadie puede saber de qué es capaz hasta que lo intenta. ¿Significa que siempre lograremos nuestro objetivo si insistimos? Claro que no. Eso es una fantasía estúpida. Pero, como dicen los Rolling Stones “You can´t always get what you want… but if you try sometime, you might find, you get what you need” (no siempre puedes conseguir lo que quieres… pero si lo intentas, quizá descubras que conseguiste lo que necesitas).
¿Qué otra alternativa hay? ¿Quedarnos en ese estado de insatisfacción? ¿Esperar que el cambio se produzca por sí solo hasta caer en nuestras manos? Hay menos posibilidades de que eso ocurra –y más frustración– que ponerse en marcha y trabajar duro. Al menos de esa manera desarrollaremos resistencia e inteligencia que nadie nos podrá quitar, aunque fracasemos, por no mencionar el orgullo que nos invade por mostrar esa valentía. Nadie se ha avergonzado jamás de sí mismo por tener las agallas de hacer lo que hay que hacer para conseguir lo que desea.
¿Y lo mejor de todo? Que, pese a todo lo que hemos dicho, paciencia y persistencia no son opuestos. Un impaciente no podrá decir que tiene paciencia, pero un cabezota persistente sí. De hecho, lo será, porque necesita esa virtud para alcanzar la otra. Uno necesita ser paciente para aguantar ese lapso desde que decide ponerse a la tarea hasta que esta es llevada a cabo. No dará fruto a la primera, ni a la segunda. Puede que tampoco a la décima. Puede que nunca. Pero el persistente espera que antes o después el esfuerzo le dé el resultado deseado. Y, mientras tanto, sigue intentándolo.
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