Lo conservador tiene mala fama. Si preguntásemos por ahí, la mayoría se negaría a definirse como conservador, incluso aquellos que de verdad lo son. Por esa condición peyorativa y porque piensa que existe un desconocimiento de qué es ser conservador y qué defiende el conservadurismo, el profesor de filosofía Gregorio Luri ha querido revisarlo y dar su punto de vista en un libro.
Por Jaime Fernández-Blanco
El fruto de esa iniciativa es este libro que reseñamos: La imaginación conservadora. Una oda al conservadurismo cuya intención es poner fin al desconocimiento y las leyendas que corren por la jungla ideológica. Luri explica, a lo largo de sus aproximadamente trescientas páginas, su idea de qué es el conservadurismo, qué persigue, en qué tesis se basa, bajo qué valores y por qué es una ideología que ha de ser tenida en cuenta y que se merece estar mejor valorada de lo que lo está actualmente.
«Progresar no es correr, es subir». Severo Catalina
Qué cuenta
Hoy lo que se lleva es ser revolucionario y progresista. ¿Y qué significa eso? Según explica el autor, estar siempre mirando al futuro, siempre anhelando el cambio. Y cuanto antes llegue este –que es básicamente lo que es una revolución, un cambio acelerado y brusco–, mejor. Pero de la misma manera que el conservadurismo ha sido simplificado, estos otros términos también se han dulcificado para resultar deseables por parte de la mayoría, algo que para Luri es incorrecto y que se deja claro ya desde las primeras páginas del libro.
Para Luri, las revoluciones se legitiman por el entusiasmo popular que despiertan, pero los hechos históricos demuestran que en muchas ocasiones han terminado sosteniéndose por la fuerza y la violencia. Sus responsables pasan la mayor parte del tiempo explicando por qué llega tarde ese paraíso que supuestamente traían de la mano, de tal manera que han de rehacer el discurso una y otra vez para mantener el entusiasmo. Y mientras tanto sus líderes pelean para que el vecino no les quite el puesto, en lugar de dedicarse a afrontar y resolver los problemas reales.
Y esto no es una crítica, dice el autor, sino la constatación de un hecho. Ha ocurrido siempre y ocurrirá igual en el futuro, porque el pensamiento progresista obvia la que es la principal característica y virtud del conservador: la prudencia. El conservadurismo es el sistema que cree ciegamente en la existencia de una naturaleza humana y de unas pautas según las cuales se rige el mundo. Si decidimos ignorarlas, no podremos vivir en él. Estamos condenados a aceptar las reglas y hemos de asumir que no podemos cambiarlas a nuestro antojo. Por ello los conservadores desconfían de aquellas «abstracciones que se creen semillas de nuevos mundos paradisíacos», en palabras del autor. Se niegan a aceptar ideales salidos de la fantasía.
Para Luri, el conservadurismo no es un sistema que tema al cambio, sino al cambio a lo loco, desarraigado. Ese es el primer mito que quiere tirar abajo el filósofo navarro. Muchos creen que ser conservador es vivir anclado en el pasado, pero esa teoría es falsa, y Luri lo aclara así: quien vive anclado en el pasado no es conservador, sino reaccionario, y entonces cae en el mismo error que el progresista respecto al futuro: diviniza lo que no lo es.
La virtud que define al conservador es la prudencia, pues desconfía de las abstracciones que se creen semillas de nuevos mundos paradisíacos
Que el conservadurismo no es alérgico al cambio lo demuestran los libros de historia. Muchos conservadores han sido pioneros en algunos de los grandes cambios de la humanidad, tal y como señala el autor con varios ejemplos: fue un conservador, Otto von Bismarck, quien creó los sistemas de seguridad social tal como los conocemos en la actualidad; fueron los tories, los conservadores británicos, quienes incluyeron la democracia en la Constitución británica; fue un conservador, Eduardo Dato, quien puso en marcha la primera legislación sobre seguridad en el trabajo de España; fue el conservador Benjamin Disraeli quien impulsó las reformas que acabaron con los privilegios y legalizaron el derecho a la huelga en Inglaterra, y fue el conservador Antonio Maura el que hizo lo mismo en España; fueron los republicanos estadounidenses los que defendieron con mayor ahínco el fin de la esclavitud en Estados Unidos bajo la batuta de Abraham Lincoln; y fueron los conservadores los que colocaron, por vez primera, a mujeres al frente de sus partidos políticos y gobiernos (Margaret Thatcher, en Reino Unido allá por 1979, y Angela Merkel, actualmente, en Alemania). Los conservadores no son antiprogreso, explica Luri en La imaginación conservadora.
La clave parece estar en lo que unos y otros entienden por progreso. Los conservadores lo entienden de la misma manera que el político y académico español Severo Catalina: «Progresar no es correr, sino subir». Hoy, sin embargo, parece establecido que todo lo pasado es peor y que no tiene sentido escuchar a los mayores, como si ellos no fueran personas de las que se pudiera extraer enseñanzas. Y eso es un riesgo, pues nos obliga a renunciar a las enseñanzas de algunas de las más grandes mentes de la historia.
Por esta razón se ha querido transformar al conservadurismo en una ideología de personas mayores, como si todo fuera «un conjunto de prejuicios trasnochados de quienes añoran un pasado en el que una minoría tenía salvaguardados sus privilegios». No es así, opina Luri. Y argumenta su razonamiento: muchos de estos mayores son conservadores porque han vivido. Tienen experiencias, y precisamente por eso, saben que es necesario ponerse en guardia. Han visto las trágicas consecuencias de algunas ideas y saben que no todo lo que avanza lo hace en la dirección correcta. No siempre es un error refrenarse, hace hincapié el autor.
«Hombres que tan inconsiderablemente condenáis todo lo antiguo, que creéis haber iluminado el mundo, que os figuráis a la humanidad envuelta en gruesas tinieblas hasta que vosotros las disipasteis con los vivos resplandores de la filosofía (…) Tenemos derecho a exigiros que meditéis algo más sobre vuestros principios, que no achaquéis tan livianamente a fanatismo y apocamiento, lo que anduviera guiado por profunda sabiduría, que no os imaginéis que la humanidad marchaba a la decadencia y envilecimiento si vosotros no hubieseis venido a torcer su carrera». Jaime Balmes
El problema no es solo que el conservadurismo esté mal entendido, en opinión de Luri, es que también la idea del progresismo se ha desvirtuado. Hoy llamamos progresismo a todo lo que suponga innovacionismo. Y el innovacionismo tiene el problema de avanzar a un ritmo mucho más veloz del que es capaz de seguir nuestra inteligencia, de manera que es incapaz de prever lo que sus ideas pueden provocar en el mañana. Deberíamos haberlo aprendido después de constatar que han existido cientos de malas ideas que, siendo muy modernas en su día, tuvieron consecuencias funestas.
Por qué hay que leerlo
El libro de Luri es básicamente un esfuerzo por liberar al conservadurismo del oscurantismo en el que, dice, se le ha querido colocar, demostrándolo a través de la crítica razonada. Y eso implica romper con la labor de la acción política de hoy, que en lugar de tratar de resolver los problemas, los excesos y los defectos de sus sociedades, lo que se empeña en hacer es sustituir la realidad por sus ideales. ¿Y quién tiene la culpa de esto? La respuesta de Luri es firme: los intelectuales, especialmente los de los últimos tiempos.
Cuando la realidad pone en aprietos a una teoría, la mayoría entiende que quien falla no es la realidad, sino la teoría. Pero muchos de los intelectuales más famosos de los últimos siglos han sacado exactamente la conclusión contraria: si la teoría falla, el problema es el mundo. Y si es necesario incrustarlo a martillazos en su molde para que encaje, que así sea. Ya no es la teoría la que ha de adaptarse a la realidad, sino al contrario. Para Luri, «la ideología ha funcionado en los últimos años como el opio de los intelectuales», lo que es una cuestión muy grave. Máxime cuando esas ideologías se usan para ignorar los hechos de la realidad, pues, de ese modo, es imposible arreglar nada. Si nos empeñamos en negar la realidad, ¿cómo vamos a poder cambiarla y mejorarla?, se pregunta Luri. Si no aceptamos las reglas del juego, no podemos ganar el partido, porque ni siquiera estamos jugando a ese deporte.
Cuando la realidad pone en aprietos a una teoría, muchos entienden que quien falla no es la realidad, sino la teoría. Pero otros muchos han sacado la conclusión contraria: el que falla es el mundo
La idea de Gregorio Luri en este libro es presentar la existencia de una causa conservadora de gran valor. Quizá para poner coto a los intentos de ingeniería social que pretenden los que niegan los patrones establecidos de la realidad. Quizá para defender a la sociedad de los que tanta prisa tienen por perfeccionarla pese a no querer conocerla. Quizá, en definitiva, para mirar al futuro sin despreciar lo que nos ha enseñado el pasado.
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