Nos sumergimos en el noveno –que ya es decir– tomo de Seudología, la magna investigación del filósofo español Miguel Catalán sobre la historia y la filosofía del engaño. En este caso, la manera en que este ha sido llevado a cabo por las distintas élites religiosas.
Por Jaime Fdez-Blanco Inclán
A lo largo de los años, Miguel Catalán ha desarrollado un gigantesco estudio en torno a la seudología, desentrañando las claves y el desarrollo de uno de los más destacados –y, curiosamente, también olvidados– fenómenos de la naturaleza humana: el engaño y la mentira. Y con ellos, sus variantes y usos: la manipulación, la falsedad, la hipocresía, etc.
En este noveno tomo, La santa mentira, Catalán continúa con su cruzada contra el engaño, y si en el libro anterior, Poder y caos, desentrañaba las claves por las cuales los gobernantes se arrogan el papel de «guardianes del orden» para dominar a sus conciudadanos, en este libro trata la vertiente religiosa. Especialmente a un nivel institucional, como los sacerdotes, chamanes, clérigos y monjes que a lo largo de toda la historia han usado las creencias de la gente para afianzarse en el poder. Y es que la tesis del autor es clara y directa al mentón: durante siglos, sacerdotes y príncipes «se aprovecharon de los anhelos de protección sobrenatural de los ciudadanos, mostrándose como figuras divinas o mediadoras con la divinidad para protegerlos».
La tesis de Catalán es clara y directa al mentón: durante siglos, sacerdotes y príncipes se aprovecharon de los anhelos de protección sobrenatural de los ciudadanos, mostrándose como figuras divinas o mediadoras con la divinidad capaces de protegerlos
Qué cuenta
El miedo y el médium son los dos elementos, en opinión de Catalán, de los que se han valido las diferentes iglesias para dominar a los ciudadanos. El temor natural del ser humano al futuro, a la fortuna, a la muerte, el más allá, etc. Áreas todas ellas en las que, a través de ese miedo, la religión podía colarse en la mente de los fieles para manipularlos. Pero ¿cómo se llevaba a cabo esa manipulación? A través del chamán, el sacerdote, el cura, etc. Aquel personaje, en cada una de las creencias, que se dice escogido para actuar como mediador e intérprete entre Dios y la humanidad. Es con esta figura con la que la religión convenció y manipuló a la sociedad, prometiendo unos beneficios metafísicos necesarios para alcanzar la paz y también una filosofía según la cual vivir: una ética y, en general, una cultura con la que poder desenvolverse en el mundo.
Y todo esto, ¿para qué? Por lo mismo que lo hacen los políticos y gobernantes: para vivir cómodamente. Para liberarse de la presión de crear riqueza. Ese es el secreto de toda clase parasitaria a lo largo de la historia: el esfuerzo de los que no generan nada productivo para vivir de los que sí lo hacen. Antaño, la nobleza guerrera y la clerecía, y hoy, la clase política y sus asociados, que obtienen una vida casi regalada sin tener que preocuparse de competencia, estabilidad, ganancias o pérdidas, pues convencen al resto de la sociedad de la necesidad de su existencia y su derecho legítimo a administrar la riqueza que los demás generan. Y así ha sido desde hace milenios.
En lo que respecta a la iglesia, los clérigos se las arreglaron para negar bienaventuranzas a quienes no aceptaban sus normas. Y aunque esto se le achaque especialmente al cristianismo, es algo que han hecho todas las religiones –por ejemplo, en el budismo, que goza de buena fama, no ofrecer limosna a los monjes, o robarles, son considerados gravísimos pecados fuertemente castigados–.
«De todas las tiranías que afligen a la humanidad, la tiranía de la religión es la peor. Porque todas las demás se limitan al mundo en que vivimos, pero esta tiranía quiere ir más allá y pretende perseguirnos en la eternidad». Thomas Paine
Por qué leerlo
Catalán no se limita a atacar al clero por su uso del miedo y el engaño para manipular a las masas, sino que le echa en cara incluso aquello que se considera que hizo bien, como es la recopilación y conservación del saber escrito de los siglos pasados. Un control del saber a través de los siglos que para el filósofo español tiene mucho más que ver con el deseo de poder y dominación que con el amor por la sabiduría. «Los dueños de las llaves del recinto divino» eran conscientes del valor de la información, y el control de esta no tenía más objetivo que el alejarla de la gente, de manera que esta fuera lo más ignorante posible para poder ser domada. Una táctica puramente maquiavélica para controlar los accesos a la pirámide del poder y mantener en la cúspide a los de siempre. ¿Cuál es la prueba de esto? Según Catalán, el hecho de que solo un 1% de toda la literatura clásica y latina haya llegado a nuestras manos, principalmente por las quemas de libros, la censura y las listas de libros prohibidos de las diferentes religiones, que, en su afán de control y poder, decidieron eliminar toda idea que pudiera contaminar su doctrina o hacer que los felices ignorantes que formaban la mayoría social empezaran a pensar por sí mismos.
La realidad que muestra Catalán se nos hace cercana a pesar de que el poder de las principales religiones, tal y como se conocía, ha decrecido, porque sigue habiendo nuevas creencias religiosas y cuasirreligiosas cuyas prácticas nos recuerdan mucho a las que aparecen aquí. Los grupos que ostentan el poder cambian, pero la esencia y el objetivo parece que no: hacer creer a la persona que es demasiado inepta como para vivir por sí sola. Atemorizarla de manera continua con la idea de que, si piensa por sí misma, si actúa conforme a su criterio, si trabaja según sus condiciones y si, en esencia, vive libremente, su existencia desembocará en el caos. Todo con un único objetivo: dominarla.
La perversidad reside, para el autor, en la explotación del miedo a la muerte para lograr la sumisión moral, material y económica de los fieles
La esencia de todo parece ser la que indica el autor, miedo, la angustia y el desamparo. Y la gran perversidad que el clero comete reside en que amedrenta al fiel con visiones de un sufrimiento indescriptible que va íntimamente ligado a las culpas y los pecados cometidos en vida, de manera que todos los individuos acepten el código que se traslada y enseña en los Libros Sagrados. Es ni más ni menos –dice Catalán– que la explotación del miedo a la muerte para lograr la sumisión moral y su consecuencia directa, la sumisión material y económica. Es esa angustia del porvenir de la que se han valido los clérigos de todas las religiones y épocas para dictar normas y deberes de todo tipo, así como ofrendas cada vez mayores con las que enriquecerse.
Un libro tremendamente polémico, y quizá por ello, muy interesante. Y también a su vez una buena forma para allanar el paso a lo que está por venir en otro libro y que ya hemos anunciado aquí: la relación íntima que a lo largo de los siglos han desarrollado la clase política y la religiosa, con sus similitudes y prácticas. Las cuales tienen un fin: controlar al «otro».
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