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NÚMERO 8

Dosier

¿Qué queda en pie hoy del pensamiento de Kant?

La actualidad del filósofo 300 años después

F+ Heidegger y los alemanes

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FILOSOFÍA&CO - Contenidos exclusivos 1

Los Cuadernos negros de Heidegger arrancan con la pregunta: ¿quiénes somos nosotros, los alemanes? La cuestión de la alemanidad es un tema recurrente en seminarios, discursos políticos y alocuciones públicas de mediados de los años treinta. En este sentido, el presente trabajo aborda los siguientes cuatro asuntos: 1) ¿Cuál es el destino del pueblo alemán? Se responderá a esta pregunta analizando la manera en que Heidegger asimila la noción hölderliniana de la Alemania secreta. 2) ¿Cuáles son los elementos básicos que constituyen la alemanidad? Aquí se establecerá que el espíritu germánico se define primordialmente por un acto de resolución más que por criterios biológicos. 3) ¿Cómo se entiende el espacio político alemán? Se indicará que el arraigo y la permanencia en la tierra natal constituyen el principal criterio de pertenencia. 4) ¿Qué papel juegan los otros, aquellos que no son alemanes, como, por ejemplo, los americanos, los británicos, los rusos y, en particular, los judíos? Se concluirá con algunas observaciones sobre la concepción que Heidegger tiene de la esencia de «el judío» como el otro metafísico y una breve consideración sobre la problemática del antisemitismo.

Por Jesús Adrián Escudero, Universidad Autónoma de Barcelona

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Ser y tiempo, de Martin Heidegger (Trotta).

La reciente publicación de los primeros volúmenes de los Cuadernos negros y de la correspondencia entre Martin Heidegger y su hermano Fritz ha vuelto a encender la llama de la disputa nacionalsocialista y, sobre todo, ha destapado la espinosa cuestión del antisemitismo. La base documental es abrumadora: desde el Discurso del rectorado y las numerosas alocuciones públicas pronunciadas como rector de la Universidad de Friburgo hasta sus lecciones sobre la filosofía del derecho de Hegel y el controvertido seminario de 1933/34 Sobre la esencia y el concepto de naturaleza, historia y Estado, por citar algunos ejemplos. En muchos de esos textos se esbozan los contornos de una filosofía política que simpatiza con la figura de Hitler y apoya el expansionismo alemán. Pero dejando a un lado las acusaciones de antisemitismo y el subsiguiente problema de cómo abordar hoy en día el legado filosófico heideggeriano, aquí quisiera centrar mi atención en una cuestión que se plantea desde las primeras páginas de los Cuadernos negros, a saber, ¿quiénes somos nosotros? ¿Cómo se llega a ser sí mismo? La cuestión de la mismidad (Selbstheit) permea buena parte de la obra heideggeriana. Ser y tiempo describe los modos de ser impropios y propios a través de los cuales una persona realiza su identidad y logra ser sí mismo. Tarde o temprano todo individuo tiene que hacer frente a la pregunta: ¿quién soy y quién quiero llegar a ser? Los escritos políticos de los años treinta desplazan su interés hacia el destino colectivo del pueblo alemán. Uno de los hilos conductores de los mencionados Cuadernos negros es el de: ¿quiénes somos nosotros, los alemanes? Incluso en los escritos tardíos de los años cincuenta nos encontramos con el mismo asunto de fondo. En Construir Habitar Pensar, por ejemplo, se aborda la cuestión de cómo combatir el desarraigo y habitar propiamente en una era dominada por la técnica y los medios de comunicación. Uno de los conceptos fundamentales y no siempre visibles en el pensamiento heideggeriano es el de «ser sí mismo» (Selbst sein) en sus diferentes modalidades de ser yo mismo, ser tú mismo, ser nosotros mismos o ser uno mismo. En esta constelación de mismidades impropias o propias, privadas o colectivas, el sí mismo adquiere una peculiar prioridad ontológica.

¿Quién soy? ¿Sabemos quiénes somos? ¿Qué significa ser alemán? Este tipo de preguntas empieza a plantearse tímidamen­te por primera vez en las lecciones de 1929/30 Los conceptos fundamentales de la metafísica y gana protagonismo a principio de los años treinta en el marco de un cre­ciente interés por la cuestión de la identidad colectiva de los alemanes. El Discurso del rectorado de 1933 habla del destino de la comunidad académica alemana. Pero inme­diatamente la comunidad de profesores y estudiantes queda absorbida por la comuni­dad histórica más amplia de la nación ale­mana. La mismidad y la identidad del pueblo alemán se definen en términos de misión, historia, lenguaje, tradición, destino. Finalmente, en los cursos de 1935 sobre Hölderlin, el pueblo conquista su destino por medio de la invocación patriótica de palabras como tierra natal (Heimatland), patria (Vaterland), tierra (Erde), sangre (Blut) y suelo (Boden). Resulta obvio que durante la década de los años treinta el pensamiento de Heidegger experimenta una profunda transformación que pone el énfasis en el destino colectivo del pueblo alemán en co­nexión directa con el auge del nacionalsocialismo. Sin duda, el triunfo del nacio­nalsocialismo parece que brindó —al menos por un tiempo— la ocasión propicia (kairós) para responder a la cuestión de quién somos nosotros.

A la luz de este contexto, se abordan los siguientes cuatro asuntos: 1) ¿Cuál es el destino del pueblo alemán? Se responderá a esta pregunta analizando la manera en que Heidegger asimila la noción hölderliniana de la Alemania secreta. 2) ¿Cuáles son los elementos básicos que constituyen la alema­nidad? Aquí se establecerá que el carácter germánico se define primordialmente en términos espirituales más que por criterios biológicos y raciales. 3) ¿Cómo se entiende el espacio político alemán? Se señalará que el arraigo y la permanencia en la tierra natal constituyen el principal criterio de pertinencia al que recurre Heidegger para establecer quienes pertenecen al territorio alemán. 4) ¿Qué papel juegan los otros, aquellos que no son alemanes —como, por ejemplo, los americanos, los británicos, los rusos y, en particular, los judíos? Se conclui­rá con algunas observaciones sobre la con­cepción filosófica que Heidegger elabora sobre la categoría de «el judío» como el otro metafísico y una breve consideración sobre la problemática del antisemitismo.

1. El mito de la Alemania secreta

Heidegger piensa la identidad alemana en términos de permanencia en el suelo natal más que en criterios estrictamente económicos y territoriales. Con ello resalta una dimensión fundamental de la existencia alemana: su arraigo en la propia tierra (Bo­denständigkeit). La tierra natal (Heimatland) es el espacio que permite desplegar las po­sibilidades humanas de existencia. En la medida en que los seres humanos habitan la tierra se crean espacios cuyos límites no siempre coinciden con las fronteras territo­riales y geográficas de un país. Para comba­tir el desarraigo existencial, el malestar político, la inquietud social y la inestabilidad económica de la época de Weimar, Heidegger reivindica el retorno a las raíces profundas de Alemania y de la tradición filosófica. Esto explica, en parte, su interés por los poetas alemanes y los pensadores griegos y, en particular, su interés por el mito de la Alemania secreta.

La expresión «Alemania secreta» (geheimes Deutschland) procede del círculo de Stefan George, un grupo de intelectuales antimodernistas y conservadores que creen en una Alemania cuyos orígenes se remon­tan a la antigua Grecia y el Sacro Imperio Romano de Carlomagno. Norbert von Hellingrath y Max Kommerell, dos de los máximos representantes del círculo de Geor­ge, alimentan el sueño de un Estado plató­nico que solo existe escondido en las pala­bras de Hölderlin. Hölderlin es el poeta que entrevé la existencia de una Alemania que permanece silente, inaccesible y desconoci­da para la vasta mayoría de los alemanes. Todas las referencias a esa Alemania secre­ta remiten al suelo natal (Heimatboden) y al arraigo (Bodenständigkeit). Tierra natal y arraigo no se entienden en un sentido mate­rial y geográfico, sino en términos poéticos y lingüísticos. De acuerdo con Hölderlin, la esencia alemana descansa en su lengua. La tarea del poeta consiste en encontrar las palabras y los nombres que expresan el verdadero espíritu alemán. La lengua es el alma del pueblo, constituye su visión del mundo y da forma a su vida.

Esa Alemania secreta y espiritual es am­pliamente citada en La universidad alema­na, un discurso del mes de agosto de 1934 dirigido a estudiantes. Heidegger afirma que el despertar de este nuevo espíritu está lide­rado por tres poderes que emergieron con fuerza en el período entre 1770 y 1830: la poesía alemana (Klopstock, Herder, Goethe, Schiller y Hölderlin), la filosofía alemana (Kant, Fichte, Schleiermacher, Schelling y Hegel) y los políticos alemanes (Freiherr von Stein, Hardenberg, Humboldt, Gneise­nau y Clausewitz). Esos poetas, pensadores y hombres de Estado forjaron el nuevo mundo espiritual de los alemanes y estable­cieron las nuevas condiciones de libertad. Y aquí libertad se interpreta como entrega a la voluntad del Estado y compromiso con el destino del pueblo.

Durante la década de los años treinta, el pensamiento de Heidegger experimenta una profunda transformación que pone el énfasis en el destino colectivo del pueblo alemán en co­nexión directa con el auge del nacionalsocialismo

Asimismo, la promoción del espíritu ale­mán está estrechamente ligada a la necesidad de proporcionar a los alemanes una educación integral. La fundación de la Universidad de Berlín en 1810 representa la culminación de esa tarea. Heidegger suscribió y asumió la misma tarea cuando se convirtió en rector de la Universidad de Friburgo en 1933. Obvia­mente, adaptó su propio proyecto de reforma universitaria a los acontecimientos del mo­mento, lo que en la práctica significó com­prometerse con el nacionalsocialismo. Con ello intentó complementar la revolución po­lítica que ya estaba en marcha con una revolución más profunda encabezada por la afirmación de la universidad alemana. La verdadera tarea de la universidad alemana es la de ennoblecer y espiritualizar ese momen­to: «La historia de la universidad alemana es la historia del espíritu alemán. Y la historia del espíritu alemán es el destino del pueblo alemán». Para Heidegger, el pueblo alemán tiene que ser primero educado para poder realmente cumplir su destino histórico de una manera libre, propia y resuelta.

Ahora bien, ¿dónde se puede encontrar esa Alemania secreta? ¿En el espíritu del frente? ¿En la revuelta popular? ¿En el mundo del labriego? No. La Alemania se­creta todavía permanece un misterio. Una vez más, la tarea de la universidad es la de preparar al pueblo para la revelación de ese misterio y la aceptación de su destino. En última instancia, el destino histórico de Alemania en Europa y el resto del mundo depende en gran medida de las decisiones que emanan de poetas, pensadores y hom­bres de Estado.

2. La cuestión del pueblo alemán

El asunto del pueblo alemán juega un papel central en el pensamiento político de Heidegger —como en el caso del seminario de 1933/34 Sobre la esencia y el concepto de naturaleza, historia y Estado y las lec­ciones del semestre de verano de 1934 Lógica como pregunta por la esencia del lenguaje—. La cuestión filosófica de fondo que interesa a Heidegger durante la década de los treinta es, como se ha señalado con anterioridad, la de quién somos. Más con­cretamente: ¿quiénes somos nosotros, los alemanes? El volumen segundo de los Cua­dernos negros arranca precisamente con la preocupación por la esencia del pueblo alemán: «Ser alemán: la carga más pesada de la historia de Occidente a la que estamos lanzados y que tenemos que llevar sobre nuestros hombros». Una de las cosas que Heidegger quiere mostrar a sus estudiantes es que la ciencia no determina quién perte­nece a un pueblo. La ciencia puede ayudar a establecer las condiciones por las que al­guien pertenece a una comunidad, incluidos los criterios biológicos y raciales. Pero la verdadera pertenencia al pueblo depende de un acto de resolución por el que los indivi­duos se deciden por su pueblo y su Estado. No se puede dejar a los científicos la deci­sión sobre quién pertenece y quién no per­tenece al pueblo. Se trata de una decisión individual que cada uno tiene que tomar libremente por sí mismo.

Al cuestionar el criterio científico para explicar la constitución del pueblo, Heidegger también rechaza el argumento de la descendencia (Abstammung). La descen­dencia —como observa Bernasconi— no es un factor determinante: incluso si alguien reú­ne las condiciones formales para ser considerado miembro de un grupo, la pertenencia es en última instancia el resultado de una decisión (Entscheidung) y una resolución (Entschlossenheit). En este sentido, las lecciones sobre lógica muestran un claro rechazo de las tesis biológicas del programa nacionalsocialista. El pueblo (das Volk), esto es, el nosotros (das Wir), no se determina primariamente por compartir una forma de vida, tener la misma concepción del mundo o convivir en un mismo lugar geográfico, ni muchos menos por poseer los mismos rasgos raciales. El pueblo puede concebirse de muchas maneras, incluida una manera racial. Pero, sin duda, el pueblo tiene un sentido fundamentalmente espiritual, es un tipo de realidad que se desarrolla en el marco de una determinada comunidad histórica.

Heidegger se muestra muy escéptico con respecto al cosmopolitismo y liberalismo de la República de Weimar, a la que considera responsable del debilitamiento del Estado alemán. ¿Cómo revertir esta situación? ¿Cómo restaurar la comunidad frente al individualismo de la era contemporánea? El seminario propone una ingeniosa a la par que problemática interpretación de la noción aristotélica del ser humano entendido como un zoon politikon. Para Heidegger, zoon politikon significa que el ser humano tiene la posibilidad y la necesidad de realizar su destino individual y colectivo en el marco de la comunidad. En última instancia, el Estado alemán se funda en una decisión histórica de los alemanes que determinará su destino colectivo como pueblo. Sin embargo, no deja de sorprender que Heidegger rechace la teoría de la raza y la subsiguiente fundación biológica del Estado, mientras que al mismo tiempo intenta justificar el Estado antidemocrático de Hitler como continuación y culminación de la polis griega. A un atento lector de Aristóteles no le puede pasar desapercibido el hecho de que se eluda toda referencia a la idea de que los ciudadanos libres logran alcanzar el fin último de la felicidad por medio de la deliberación. El texto sustituye subterfugiamente la deliberación libre de los ciudadanos por una imprecisa autodeterminación del pueblo liderada por la voluntad del Führer. Esto significa que la formación de lo político como una posibilidad fundamental de la existencia humana ya no se puede dejar en manos de la resolución de un individuo particular, sino que precisa de una educación política capaz de «conducirnos a nuestro propio ser político». Esta invocación no es nada accidental ni mucho menos inocente en un momento histórico en el que se está fundando el Tercer Reich.

«La historia de la universidad alemana es la historia del espíritu alemán. Y la historia del espíritu alemán es el destino del pueblo alemán»

3. Ontología del espacio político

Heidegger tiene una visión muy particular de la historia del ser, en la que se establece una relación privilegiada entre los griegos y los alemanes, mejor dicho, entre los pensadores griegos y los poetas alemanes. Desde este punto de vista, la identidad alemana se configura lingüística, histórica, cultural y espiritualmente en torno a la noción de tierra natal. El espíritu alemán se constituye primariamente por el arraigo que los alemanes establecen con su tradición y su historia, con su comunidad y su espacio vital.

Ahora bien, ¿cómo debe entenderse ese espacio? La cuestión del espacio es un tema central en la obra de Heidegger. Para él, el espacio es un complejo de lugares al que pertenecen las cosas y los seres humanos. Cuando Heidegger habla de espacio piensa primariamente en un espacio entendido en términos existenciarios. No se trata de un espacio geométrico, físico, cuantitativo y homogéneo en el que simplemente medimos la distancia de objetos, sino de un espacio pragmático, público y significativo que remite al ámbito de acción en el que se desarrollan las actividades de la vida humana. Se trata, en definitiva, de un espacio vital de pertenencia que no coincide necesariamente con el espacio geográfico de las fronteras de un Estado.

¿Cómo se define entonces el espacio vital que ocupa un pueblo? ¿Qué criterios delimitan el territorio alemán? ¿Cuáles son los criterios de pertenencia a un pueblo? El espacio de un pueblo se define por dos criterios básicos: la tierra natal (Heimatland) y la interacción (Verkehr). La tierra natal que nos resulta inmediatamente familiar se caracteriza por el arraigo y la permanencia en la tierra (Bodenständigkeit), mientras que la interacción expresa el impulso de expansión. Así, se distingue entre el espacio de un pueblo (Heimat) y el espacio de su Estado (es decir, su territorio [Territorium] o ámbito de dominio [Herrschaftsgebiet]).

Esta interpretación del espacio de un pueblo tiene unas claras implicaciones políticas, que afectan principalmente a dos grupos: a los alemanes que viven fuera de las fronteras del imperio y a los llamados «semitas nómadas». Heidegger explica que los alemanes que residen fuera del territorio alemán padecen una suerte de vacío esencial: tienen sin duda raíces en la tierra alemana, pero en la medida en que no pertenecen al Estado alemán están «privados de su auténtico modo de ser».

En el caso de los nómadas, se sostiene que estos no están arraigados en una tierra natal, incluso se llega a afirmar que los nómadas han dejado detrás de sí desiertos y estepas allí donde encontraron tierra fértil y cultivable. Esto significa que el espacio vital (Lebensraum) de un pueblo determina su esencia, de alguna manera influye sobre su sentido de pertenencia. Se establece así un criterio de exclusión según el cual algunos grupos —como los semitas nómadas y los judíos— no encajan en el espacio vital de los alemanes. A la postre, esta vinculación entre espacio vital y espacio político también sirve de coartada ideológica para justificar la conquista de nuevos territorios y la expulsión de los nómadas, lo que en la práctica significa apoyar el expansionismo germánico y adoptar una postura de claro acento antisemita.

4. ¿Antisemitismo o antijudaísmo?

Cuando se discuten temas relacionados con el nacionalsocialismo y el antisemitismo no es fácil encontrar las palabras adecuadas para describir los eventos ocurridos durante el período nazi, en particular cuando se intenta comprender el Holocausto. La estrecha conexión que Heidegger mantuvo con el movimiento nacionalsocialista despierta la pregunta de si fue antisemita o de si se pueden detectar elementos antisemitas en su pensamiento. La respuesta no es sencilla dadas las implicaciones políticas y las ramificaciones morales que una pregunta de este tipo encierra. Quizá antes de responder a esta cuestión resulte útil saber qué se entiende por antisemitismo y, por ende, por antijudaísmo, para no caer presos de juicios apresurados. El antijudaísmo se asocia a una larga tradición de hostilidad contra los judíos como miembros de una comunidad religiosa que se remonta al siglo I, mientras que el antisemitismo tiende a identificarse con un movimiento político de discriminación de la raza judía. No resulta fácil establecer una distinción clara entre los dos fenómenos, pues el uno no puede ser comprendido sin el otro. Con todas las dificultades que encierra la diferenciación entre antijudaísmo y antisemitismo, y siendo conscientes del cuidado que uno tiene que mostrar cuando establece tal diferenciación, creemos que se puede diferenciar entre la existencia de prejuicios ideológicos contra los judíos condicionados por motivos religiosos y culturales, por una parte, y la justificación pseudocientífica de exterminar a toda la raza judía, por otra. Como observa Zaborowski, incluso si no queremos distinguir entre antijudaísmo y antisemitismo y optamos por el término genérico antisemitismo, sería necesario diferenciar entre diferentes tipos de antisemitismo —al menos uno de tipo cultural y religioso y otro de orden racial y biológico—.

Se establece así un criterio de exclusión según el cual algunos grupos —como los semitas nómadas y los judíos— no encajan en el espacio vital de los alemanes

En la evidencia documental disponible se detectan claras huellas de antijudaísmo cultural y espiritual —un tipo de antijudaísmo muy presente en la universidad y las esferas académicas—. No hay duda de que la relación de Heidegger con el judaísmo es muy problemática y ambigua. También es cierto que establece una clara distinción entre judíos y no judíos, pero que a tenor de las fuentes consultadas no se basa en criterios biológicos. Muchos de sus comentarios sobre los judíos se inscriben en una tradición antijudía alemana que va de Lutero, Kant y Hegel a Nietzsche, Yorck y Spengler, entre otros.

Asimismo, la vida y el pensamiento de Heidegger también deben considerarse desde la perspectiva de su propio programa filosófico. A nuestro juicio, la cuestión del pueblo judío no es tanto una justificación ontológica de la teoría racista enarbolada por el nacionalsocialismo como un intento de comprender el estatuto metafísico del judaísmo. Heidegger se encuentra con el problema de cómo integrar el judaísmo en su particular historia del ser. Los judíos se convierten en un obstáculo. No tienen historia, carecen de raíces, no viven en su tierra natal. En este contexto, Heidegger establece una relación altamente cuestionable entre metafísica y judaísmo. Una vez que se ha establecido esta complicidad, Heidegger intenta legitimarla de manera errónea a partir de prejuicios culturales como corroboraciones ónticas de su narrativa de la historia del ser. La «presunta» carencia de mundo (Weltlosigkeit), la ausencia de raíces (Wurzellosigkeit) y la falta de tierra natal (Heimatlosigkeit) parecen justificar esa complicidad.

Sin embargo, Heidegger comete al menos dos errores fundamentales. Por una parte, pretende justificar una serie de estereotipos culturales y, con ello, se aparta del camino de la filosofía para entregarse en brazos de una cosmovisión. Por otra, y a pesar de todos sus esfuerzos por distanciarse de la metafísica, cae víctima del esencialismo metafísico al hablar de «el judío». La forma en que define a «el judío» reproduce el esquema metafísico que él mismo critica una y otra vez. En el modelo de las dicotomías metafísicas, la «esencia» del judío se caracteriza como una abstracción que representa la parte negativa. Mientras que los alemanes son propios en cuanto están arraigados en su tierra natal, los judíos son apátridas, carecen de mundo, son extranjeros y, por consiguiente, son impropios. Los judíos se definen aquí en términos metafísicos y no raciales. Por ello, Heidegger no solo comete un error político, sino también un error filosófico.

En última instancia, la cuestión de la culpabilidad de Heidegger y su relación con el judaísmo es y seguirá siguiendo problemática por muchos años. Sin duda se trata de una relación que tiene claras implicaciones políticas y que genera legítimas preocupaciones éticas. Pero al mismo tiempo se trata de una relación que también hay que valorar desde la interpretación heideggeriana del destino metafísico de un mundo dominado por la ciencia y la técnica. El alejamiento heideggeriano del espíritu urbano de los judíos no es tanto resultado de un racismo biológico como consecuencia de su análisis de la metafísica de la subjetividad y el nihilismo. Desde su perspectiva, los judíos representan la racionalidad y el espíritu de calculabilidad característico de la época moderna. Puede que uno no esté de acuerdo con la crítica heideggeriana de la técnica, uno incluso puede criticar que su planteamiento es excesivamente unilateral y simplista. Indudablemente una de las debilidades más grandes del tratamiento heideggeriano de la cuestión judía es la ausencia de un proyecto ético (Habermas), la escasa sensibilidad hacia el otro (Levinas), el silencio ante el Holocausto (Marcuse). Heidegger, inspirado por el mito de la tierra natal y el liderazgo carismático de poetas, pensadores y hombres de Estado, parece olvidar que todo proyecto político necesita ser colectivo, expresar el mutuo acuerdo entre personas y, lo más importante, incluir al otro. La jerga de la autenticidad —sea esta individual o colectiva, impropia o propia— encierra el riesgo de la exclusion. Esta sea probablemente una de las lecciones que podamos aprender del error de Heidegger.

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