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NÚMERO 8

Dosier

¿Qué queda en pie hoy del pensamiento de Kant?

La actualidad del filósofo 300 años después

F+ La geografía de tu nombre, poemas de Isabel Ordaz

Filco+_Adelantos_en exclusiva Poemario Isabel Ordaz

En exclusiva para los lectores del espacio Filco+, el prólogo (escrito por Diego Doncel) y algunos de los poemas de La geografía de tu nombre, de Isabel Ordaz (próxima publicación Taugenit 2022).

Prólogo. La poesía de la espera

Cada vez que Isabel Ordaz se sube a un escenario, o cada vez que se coloca delante de una cámara, el espectador siente la intensidad, la sencillez, la naturalidad de un modo de interpretación donde nunca se pierde la dimensión humana. Si yo tuviera que definir su arte interpretativo lo haría diciendo precisamente eso, que es intenso, sencillo y natural.

La Isabel Ordaz poeta hace de la poesía una forma de confesión, una forma de revelación. Su personalidad poética está llena de adentros, de geografías sentimentales. Y en su palabra cualquier forma de imaginación es una forma de temblor. Le gusta intensificar la experiencia de la vida mediante imágenes poderosas y un aliento que viene de la tragedia porque en ella se hace cierto aquello que escribía Marguerite Yourcenar al principio de Memorias de Adriano, que vivimos en ese momento en que los dioses antiguos ya no nos sirven y los nuevos están por llegar, es decir, entre el pasado que fue y las llamas de un presente que es sobre todo una espera.

El sentido de la espera es consustancial a La geografía de tu nombre, su último y magnífico libro, tan maduro ya como emocionante. En él, Isabel Ordaz crea una voz que está llena de carnalidad y que evoca el cuerpo y la piel ya idos, la memoria de un amor. Sin duda palpita en el fondo de estos poemas un trasunto biográfico, una dimensión confesional, pero todo queda trascendido mediante esas imágenes que intensifican el vitalismo y la pasión. Somos los amores que se fueron y a los que todavía esperamos, somos el recuerdo de unos labios que dejaron palabras y besos y una vida que todavía arde en el recuerdo. «¿Qué será de mí si tú me olvidas?», dice, y la respuesta es una postura moral: la búsqueda a través de fotos, la resurrección de lo vivido a través del poema. La geografía de tu nombre habla de un trauma, el de la ausencia, y de una esperanza, la de la palabra como camino de vuelta, más allá del vacío. Y señala cómo construir o reconstruir una identidad en medio de la derrota, a partir de los escombros. Todos esos poemas son esa enorme tentativa por encontrar el rostro propio, el conjunto de rasgos que la vida fue erosionando. Están, claro, la infancia, los recuerdos familiares, las intensas escenas de amor en común. Está también la historia presente y la sociedad de nuestro tiempo, pero está sobre todo ese pulso herido que va al encuentro de aquello que fue.

«Si yo tuviera que definir el arte interpretativo de isabel ordaz lo haría diciendo que es intenso, sencillo y natural»

A la poesía de Isabel Ordaz le gusta dialogar con el silencio, le gusta derramarse por los espacios blancos de la página. Como en Mallarmé, los poemas se construyen a partir de la dramatización del espacio. La dramatización del espacio es en ella la dramatización de la voz, del sentimiento. Los largos poemas se van derramando con una respiración entrecortada, como cuando se llora o se está lleno de pasión. El verso se fractura para que la tragedia se exprese en ese territorio donde el grito toma la forma del recuerdo y la reflexión.

La geografía de tu nombre es esencialmente un único poema, incluso estilísticamente nada en él cambia. Isabel Ordaz va aportando intensidades, nuevas perspectivas, ampliaciones de su visión en una estructura sólida, muy medida y muy arrolladora. Es un libro para pensar y para sentir, para conmoverse y para acompañarse con el dolor, con el amor y el erotismo de fondo. Un estupendo libro de madurez que nos muestra a una Isabel Ordaz que ha venido a la poesía de hoy para quedarse, es decir, para emocionarnos desde la imaginación y el temblor, desde la vida y sus encrucijadas, las dimensiones donde las obras de arte se hacen humanas y las biografías muestran toda su fuerza. Lo demás, ya se sabe, es pobre literatura, algo de lo que Isabel Ordaz huye con ese gesto suyo aprendido en una palabra llena de memoria, de deseo y de intemperie.

Diego Doncel
Madrid
Otoño, 2021

LAS PALABRAS

Las palabras alcanzadas por las absortas novias,
alcanzadas por el rayo de la revelación,
húmedas en mi boca, se muerden a sí mismas
porque tú te has ido.

Palabras como olas que buscan el abrazo,
palabras con vocación de playa y nacimiento, palabras
que me salvan del desorden de tu ausencia,
palabras que me anidan en la caricia de lo verde.

Pero tú no estás y mi cuerpo, y tu cuerpo,
se hunden en el abismo vegetal de las sombras.
¿Qué sentido tiene todo esto?
Nuestros cuerpos ahogados en la perla líquida del ojo.
¡Fragilidad! Esa soy, eso queda de mi canto.

Oh, santa madre, palabra santa,
cómo dueles cuando callas tu recóndito escondite, cómo dueles
cuando niegas la carne,
la embriaguez de su horizonte, el arrebato
encendido
de los placeres soñados.

Te has ido y ahora son extrañas las auroras,
son extrañas las preguntas y los besos.
Palabras frías solo tengo
sobre chimeneas frías,
sobre fuegos apagados.

Ellas me consuelan de tanta despedida,
de la memoria amarilla de nuestro lecho soleado,
ellas, sí, mis compañeras
en el pronóstico reservado,
en el pronóstico polar,
en el pronóstico del despojo.

Paso mi mano sobre tu cuerpo sin cuerpo y solo alcanzo el hueco
de tus labios,
tus ojos idos, que ya no me sostienen, que ya no me reflejan.

Es tu herencia,
las letras de tu nombre, mis amigas,
las leales,
mis aliadas de nieve,
las letras de tu nombre que alivian este exilio.


LA MAR

La mar está embriagada.
Las invioladas vestales me traen joyeros de entusiasmo.
Cogidas de la mano me invitan a arder.
¿Todo, al fin, será ceniza?
Les pregunto, tan bellas, sus túnicas y peplos,
sus rostros de efigies enmudecidas, sus trenzas macizas,
sacrificadas al humo de los incensarios.

«Quémate», me dicen sus morritos de fresa
(ellas, que siempre han habitado en sueños ajenos).
Sus boquitas de piñón alimentadas de falsos capullos,
adornadas con los hilos de seda
con los que otros se ahorcan.

«Quémate»,
me aconsejan las custodias,
«en el humo desencarnado de los dioses».
Pero no, no es eso, no es eso.
No es ese el asunto, les respondo, ya no,
ahora soy gaviota quebradiza
y mi palabra está rota y mis dioses desvanecidos.
Me duelo entre un sueño de maizales y busco la luz en retirada,
el color naranja de la tarde y la carne
a plomo.

No, ya no,
ahora soy una mandolina herida y a la espera
del advenimiento de un susurro, de algún pacto
de sosiegos.

Mirad, es como jugar con las raíces del sueño,
a cada paso soy vencida por el tiempo pero a cambio
habito el desdén de una sonrisa triste
frente a los acontecimientos secuestrados.

En la filigrana de una ausencia espero
y parece que la tierra ha accedido a sostenerme,
sin ceremonias.
Crepito en su seno y me regala aún,
aún, aún,
una brisa alegre de racimos.

VIDA

Seré yo, contigo, vida, a cualquier parte,
de vida estremecida,
pero no me finjas que te acabas, no me obligues
a cerrar los ojos o pretendas
que hay que dormir, dormir, dormir.

No tengo sueño. Mis ojos
andan embriagados de lobos y de bosques,
mis ojos desean estrellas insumisas y desnudas
que no aparenten estarse quietecitas.

Vida, no finjas,
no me finjas que te acabas,
mi lengua quiere emerger de la noche
de las gatas encerradas,
quiere dar noticia a voz en grito,
contra natura.

Oh, el grito entusiasta de los resucitados,
la alegría febril de los fantasmas.
La vida me está comiendo en la palma de la mano después de morir
tanto,
tanto.

Y ya no quiero cuentos.
Rota, exponencial, resucitada,
ciega a la derrota quiero ladridos vivos
a la puerta de mi tienda de lunas transitivas,
de lunas compasivas.

Y quiero sexo,
manos sudadas y cálidos alientos,
líquenes del hambre que dejen en mi boca
el aroma insaciable de las rosas,
su gozar, estremecido.

No juegues conmigo,
por favor, vida, no cierres la puerta.
Léeme aquella historia, por favor.
Léela de nuevo, muy despacio, como tú solías hacerlo:
«Érase una vez al fondo del pasillo
una luz discreta y siempre iluminada».

LA MECHA (Lo social TV)

En el nacimiento permanente de la llama
busco mis estandartes y enhebro mi eternidad encendida
de cóleras difusas.

¡Soy joven! ¡Sí! ¡Joven!
Joven de aventuras y desatento de matices.
Joven a la búsqueda de mi épica germinal,
en el encendido vigor de la última revolución,
¡la mía! ¡Mía! ¡Mía!

A cada generación su mecha,
la que corresponde al charco impaciente de la sangre
recién estrenada.

¡Deprisa! ¡Deprisa!
¡Nigromantes nuevos de la nueva pólvora telemática!
¡Deprisa!
Somos los elegidos de los nuevos dinosaurios,
de las nuevas redes, de los nuevos cables.
Los nuevos mapas eléctricos coordinan los sistemas
que responden al fogonazo de mis nervios,
al aluvión de la fuerza bruta
de mis tendones.

Soy el territorio de mi sudadera y de mi sexo:
destrucción,
en nuevo formato performance,
aplausos y telón lento.

Oh, sí, lanzo la piedra y escondo la mano,
mi mano encendida y mi nariz escondida.
Con vocación de conjurado,
aspiro el humo de los sacrificios de mi secta Anonymous,
en el vértice complacido del trueno de perfil bajo:
Anonymous.

Dónde. Quiénes.
De qué manera tu virgo, libertad,
tus tantos nombre violados por la sierpe de la Historia,
de qué manera tus lirios de estación,
libertad, siempre inocentes,
emanan de nuevo sus esencias.

Ay, libertad, ese asunto de ricos,
el oro camuflado
detrás del grito terso de Instagram:
«lo está petando».

Kaos.
Denominación de origen:
figura política de altos vuelos y viejas acrobacias.
¿Por qué preguntáis tanto?, dicen ellos,
aquí no son oportunos los matices lingüísticos,
tanta gramática oxida las espadas.

Kaos.
Absurda semántica, pura gasolina,
y que reviente el dios de los obreros,
el dios de las causas estrechas como fosas comunes,
que reviente
lo que guarda proporción, las pequeñas prímulas,
el balbuceo de los solitarios.

Yo, el Kaos
engarzo cadenas y quimeras y de nuevo aquí,
ahora y siempre, por los siglos de los siglos,
la fiebre de mi corazón no se apaga nunca,
el espacio de mi cenicero nunca se rebosa.

¿Tú? ¿Tú? ¿El santo jacobino?
¿Tú de nuevo aquí, Marat?
Oh, mi pequeño niño enardecido,
más allá del mohair de tu pasamontañas,
al compás de los estraperlistas,
nunca te eleves por encima de las mariposas de los deditos cortos.

Kaos,
enloquecido,
perdido en el azogue de la permanente sala de los espejos,
bienvenido a tu casa.
Empecemos desde cero.
Brindemos por el cero.
¿Champán o cava?

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