Viktor Frankl es mundialmente famoso por su obra El hombre en busca de sentido. Sin embargo, la producción del psiquiatra va más allá, y uno de sus textos más sobresalientes y esclarecedores es este del que aquí ofrecemos un fragmento: Llegará un día en el que serás libre, publicado por Herder. ¿Cómo aplicó el propio Frankl sus tesis tras vivir el holocausto en primera persona? (¡Atención! SORTEAMOS ESTE LIBRO de cartas indispensable en el pensamiento, en ebook, entre todos los suscriptores a nuestros dosieres. Si aún no lo eres, date de alta ahora y participarás).
«Testigos de su tiempo»
(conferencia de Viktor Frankl en los Estudios ORF de Salzburgo. Junio de 1985)
En los años treinta, con el Estado austrofascista (Ständestaat), llegó la prohibición del Partido Socialdemócrata. En aquel momento se había intentado restar fuerza a los nazis, de los que ya había unos cuantos ilegales en Austria, adoptando su propio antisemitismo. Y pese a todos los principios morales que se le deberían haber opuesto a esto, en aquella época, a mí, por ejemplo, que había trabajado durante casi cuatro años en el Hospital Psiquiátrico de Steinhof, siempre se me ignoró por el hecho de ser judío y no se me nombró funcionario público a pesar de mi cualificación y de mis publicaciones. En 1937 me establecí como especialista en neurología y psiquiatría, abriendo una clínica privada. Pero esto no duró mucho, porque en 1938 llegó la anexión, que para mí tuvo unas consecuencias realmente singulares. La mañana de ese mismo día, estando yo todavía en el Hospital Psiquiátrico Universitario del doctor Otto Pötzl, el profesor Karl Nowotny, conocido representante de la psicología individual , vino a verme después de su visita y me dijo: «Señor Frankl, ¿podría usted dar una conferencia en mi lugar esta noche en el Urania? Yo no puedo». Le pregunté: «¿Cuál es el tema?». Y él respondió: «El nerviosismo como fenómeno de nuestro tiempo».
Esa tensión y ese nerviosismo estaban en el aire el día de la anexión. Yo podía hacerlo, puesto que el edificio Urania se encontraba tan solo a diez minutos a pie de mi casa. Sin imaginar lo que podía ocurrir, ese día entré en la sala de conferencias, empecé con la charla y veinte minutos después alguien abrió de golpe la puerta de par en par, se detuvo ante ella con las piernas abiertas y las manos apoyadas en las caderas y me miró fijamente, enfurecido. Era un hombre de la SA (Sturmabteilung). Nunca hasta entonces había visto algo así.
Acto seguido, en solo unas fracciones de segundo, se me pasó por la cabeza que de estudiante había conocido al profesor doctor Fremel. Por aquel entonces los estudiantes de medicina todavía no debíamos examinarnos de la asignatura de otología. Teníamos que matricularnos, pero no era necesario estudiar. Así que, en su debido momento, fuimos a que el profesor Fremel nos firmara el certificado, y este nos dijo: «Aquí tienen la firma. Pero quédense un momento. Les contaré algo sobre el tímpano». ¿Qué íbamos a hacer? Nos quedamos de pie un rato y él empezó a hablarnos del tímpano. Y ya no pudimos alejarnos de él. Estábamos fascinados, cautivados, y nos quedamos allí, de pie. ¡Cómo podía una persona hablar así sobre el tímpano! Era increíble.
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