Interculturalidad: entre el ideal y la realidad
Los gobiernos actuales se llenan la boca con el concepto de interculturalidad. Dentro de esta palabra cabe todo y a la vez no cabe nada. La Unión Europea, por ejemplo, nació bajo la premisa de albergar en su territorio la «riqueza de su diversidad cultural y [para] contribuir al florecimiento de las culturas de los Estados miembros, dentro del respeto de su diversidad nacional y regional»1. En Latinoamérica, por otro lado, se implementan programas sociales y se destina presupuesto a la protección de los pueblos originarios, custodiando así los derechos humanos de la población indígena que en ellos radica.
En Europa, la interculturalidad parece afianzarse en lo cotidiano, especialmente debido a los flujos migratorios que llegan buscando un futuro mejor. En Latinoamérica, en cambio, la convivencia entre lo mestizo y lo indígena exige políticas públicas que promuevan la paz y el entendimiento mutuo.
Sin embargo, en algunas partes de la Unión Europea, y aún en el presente, existen manifestaciones xenófobas e incluso partidos políticos que alientan los discursos de odio y desean expulsar a los migrantes. Asimismo, en Latinoamérica, las poblaciones indígenas siguen siendo marginadas y abandonadas por el Estado, al mismo tiempo que el clasismo y el racismo no se detienen en la convivencia cotidiana de las ciudades.
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