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F+ Ética e interculturalidad: cómo convivir con la diferencia

La interculturalidad llena discursos y políticas, pero ¿cómo se vive en lo cotidiano? En «Uno mismo y los otros», Josep María Esquirol propone una ética basada en la solidaridad, el diálogo y el reconocimiento mutuo para transformar este ideal en una práctica diaria.

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Es la diferencia entre nuestras culturas lo que mantiene la riqueza del mundo. Aunque el valor de la interculturalidad se mente en los discursos de los políticos, es necesario pasar a la práctica. Diseño de FreePik (licencia C.C.).

Es la diferencia entre nuestras culturas lo que mantiene la riqueza del mundo. Aunque el valor de la interculturalidad se mente en los discursos de los políticos, es necesario pasar a la práctica. Diseño de FreePik (licencia C. C.).

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Interculturalidad: entre el ideal y la realidad

Los gobiernos actuales se llenan la boca con el concepto de interculturalidad. Dentro de esta palabra cabe todo y a la vez no cabe nada. La Unión Europea, por ejemplo, nació bajo la premisa de albergar en su territorio la «riqueza de su diversidad cultural y [para] contribuir al florecimiento de las culturas de los Estados miembros, dentro del respeto de su diversidad nacional y regional»1. En Latinoamérica, por otro lado, se implementan programas sociales y se destina presupuesto a la protección de los pueblos originarios, custodiando así los derechos humanos de la población indígena que en ellos radica.

En Europa, la interculturalidad parece afianzarse en lo cotidiano, especialmente debido a los flujos migratorios que llegan buscando un futuro mejor. En Latinoamérica, en cambio, la convivencia entre lo mestizo y lo indígena exige políticas públicas que promuevan la paz y el entendimiento mutuo.

Sin embargo, en algunas partes de la Unión Europea, y aún en el presente, existen manifestaciones xenófobas e incluso partidos políticos que alientan los discursos de odio y desean expulsar a los migrantes. Asimismo, en Latinoamérica, las poblaciones indígenas siguen siendo marginadas y abandonadas por el Estado, al mismo tiempo que el clasismo y el racismo no se detienen en la convivencia cotidiana de las ciudades.

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