Arthur Schopenhauer (1788-1860) suele ser tenido como un pesimista irredento. Y desde luego que lo fue. Al menos en términos teóricos. Pero ¿qué ocurre si echamos un vistazo a su vida, a sus avatares existenciales cotidianos? Schopenhauer fue un hombre de fuerte carácter que no dudaba en comer, a diario, en el agradable Englischer Hof de Frankfurt, rodeado de «despreciables humanos» que se acercaban a él como si de una atracción se tratara, pero aceptó de buena gana su postrera fama y cada tarde, con buen ritmo, salía a pasear junto con su perrito de lanas Atman (a quien llamaba «humano» cuando quería reprenderlo).
Aunque su temperamento le empujaba a defender tesis netamente pesimistas, lo cierto es que Schopenhauer fue un individuo de charla vivaz e inteligente y nunca consideró el suicidio como una solución acertada para afrontar los problemas más hondos de nuestra existencia, si bien pensó que la muerte es la auténtica inspiradora de la actividad filosófica. La filosofía, al fin y al cabo, es una meditatio mortis.
Pero ¿qué habría ocurrido si hubiéramos podido pasar con él una fiesta de cumpleaños, una celebración cualquiera, una noche de parranda o esta Navidad? ¿Qué nos hubiera dicho el «Buda de Frankfurt»? Quizá nos habría dado los siguientes consejos:
1 No temas a la muerte, porque puede compararse con el dulce despertar de un sueño que ha estado plagado de desagradables pesadillas. De hecho, y a menudo, la muerte se nos aparece como un bien, «como algo deseado, como algo amistoso», pues nos da la posibilidad de «retornar al seno de la naturaleza», del cual salimos por un corto lapso de tiempo.
2 El bien más preciado al que podemos aspirar no es la felicidad (ese «error innato» de los humanos que creen poder alcanzar y que se muestra siempre engañosa), sino la tranquilidad de ánimo y la ausencia de pasiones violentas que nos convierten en marionetas vapuleadas.
Schopenhauer nunca consideró el suicidio como una solución acertada para afrontar los problemas más hondos de nuestra existencia, si bien pensó que la muerte es la auténtica inspiradora de la actividad filosófica
3 El pesimismo, y de su mano la filosofía, nos ayuda a comprender que el mundo está presidido por un mecanismo que no tiene principio ni fin, la voluntad, cuya dinámica consiste en devorarse a sí misma: el principio de un individuo supone el final de otro, en un ciclo circular imposible de modificar.
4 El apego que tenemos por la vida es del todo ciego e irracional: si lo pensamos fríamente, empleando nuestras herramientas intelectuales, caeremos en la cuenta de que la inexistencia es mucho más preferible a la existencia.
5 No merece la pena hacer caso a las pasiones desenfrenadas de otros individuos, pues solo responden al hecho de que somos pura voluntad de vivir que lucha por imponerse. Más bien, deben causarnos pena e incluso invitarnos a la compasión. La suprema sabiduría consiste en desprenderse de estos movimientos anímicos y acceder a un estado de ascetismo que, paulatinamente, nos aleje de la vida hasta sumergirnos en la muerte, que no es sino el renacimiento en el ciclo eterno de la naturaleza.
6 El miedo a la muerte solo responde a que somos seres con conciencia; mas, cuando esta desaparezca, también desaparecerán todas nuestras preocupaciones y tribulaciones.
7 El amor se funda en la sexualidad, en el empeño de la voluntad de vivir por perseverar en una existencia que, sin embargo, solo nos da quebraderos de cabeza.
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8 No conviene sucumbir a los influjos del corazón, que solo nos exponen a nuevas penalidades que concluyen, en el mejor de los casos, en una siempre efímera satisfacción de nuestro deseo sexual.
9 La vida es una continua estafa. Por eso, es imprescindible aprovechar los escasos momentos de alegría cuando llegan y no despreciar jamás la oportunidad de sonreír frente al sinsentido. La ironía es la más cabal respuesta ante la estupidez.
10 En la medida en que aumentan nuestros (aparentes) goces, también disminuye, con ello, nuestra capacidad para apreciarlos. Por eso: moderación. Lo que se hace habitual deja de sentirse.
11 La mayor parte de las vidas humanas transcurren entre dos polos, el aburrimiento y el dolor. Las grandes empresas lo saben y por eso nos manejan con el aguijón continuo del entretenimiento (por supuesto, previo pago), que nos impide parar a pensar sobre nuestras condiciones de vida y cuestionarlas.
12 El sexo es el entretenimiento por antonomasia de la voluntad de vivir que nos engaña con la promesa de una definitiva satisfacción para entregarnos, una y otra vez, a las inasaciables fauces del deseo.
13 Todos los seres humanos, por lo común, son interesados y egoístas: no debemos esperar lo bueno ni lo mejor de ellos, salvo contadas excepciones en las que la voluntad se pierde de vista (a través del arte, la religión o el amor puro).
La vida es una ardua tarea, no una celebración: estamos sujetos, por el hecho de haber nacido, a tener que luchar continuamente contra la miseria
14 Incluso los genios, en ocasiones, están sujetos a diabólicas pasiones que no se corresponden con la belleza que pueden llegar a crear. No puedes fiarte ni siquiera de la más excelsa inteligencia; solo de un buen corazón, que eclipsa las luces de cualquier intelecto privilegiado.
15 La vida es una ardua tarea, no una celebración: estamos sujetos, por el hecho de haber nacido, a tener que luchar continuamente contra la miseria. La vida es una deuda que, precisamente, se ha contraído en el acto sexual de los padres.
16 Sabernos miserables, y saber que los otros también lo son, nos hace más prudentes, sobre todo con los otros, de los que no debemos esperar nada. Pero si por casualidad el bien o lo bueno llegan, hay que acogerlos con alegría, sin despreciarlos… aunque teniendo en cuenta que son excepciones a la regla.
17 La vida se renueva en su continua destrucción, y vida y muerte son las artimañas de la voluntad para mantener este ciclo eterno en constante funcionamiento. No te engañes, no ganarás nada con esta vida; pero tampoco perderás nada importante.
18 No vistas la sexualidad con las galas del amor, que no es más que la más destructiva ilusión del ser humano. Si amas, te haces esclavo de una pasión que te hará sufrir y que, además y seguramente, se verá recompensada con un nuevo engranaje para la vida (y la muerte): el nacimiento de un nuevo individuo. Hay que despreciar el amor cuando sólo supone el mejor disfraz para el instinto sexual. Es decir, siempre.
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