«El mundo está ardiendo». Este mensaje podía leerse en los carteles de los jóvenes que salían a las calles en 2019 reclamando soluciones a la crisis ecológica y de la que los expertos en ecología llevan decenios alertando. Algunos de esos carteles iban acompañados de imágenes del planeta Tierra siendo pasto de las llamas. «No hay planeta B» o «No hay tiempo que perder» eran otros de los eslóganes que se leían en las pancartas, que daban la voz de alarma: la crisis climática es uno de los asuntos más urgentes de nuestros días. Irene Gómez-Olano expone la intensa relación que filosofía y ecología tienen, una relación que es hoy más urgente que nunca.
Durante los años 60 y 70, numerosos científicos pusieron el grito en el cielo: se estaba produciendo un calentamiento acelerado del sistema terrestre, que amenazaba las delicadas condiciones ambientales de la Tierra. Las investigaciones en ecología señalaban al uso indiscriminado de combustibles fósiles, con su consecuente contaminación por carbono y otros elementos a la atmósfera, como principal responsable.
Sin embargo, aquella constatación, que cristalizó en textos ya clásicos como Los límites del crecimiento1 de 1972, no fue el pistoletazo de salida de la ecología, sino un punto de inflexión en ella. Y es que la ecología llevaba existiendo, al menos, cien años más, desde que el biólogo alemán Ernst Haeckel acuñó el término en 1869 para referirse a aquel estudio de la interdependencia y relación entre el ambiente y los organismos que en él (y de él) viven.
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