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La filosofía y el arte de crear conceptos

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Los conceptos son la herramienta de la filosofía. Imagen Marco Verch (Flickr, CC 2.0).

Los conceptos son la herramienta de la filosofía. Imagen Marco Verch (Flickr, CC 2.0).

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¿Qué entendemos por filosofía? ¿Cuál es la característica principal del quehacer filosófico? ¿En qué se diferencia de otras materias? ¿Qué entendemos por esa reflexión tan particular que históricamente ha sido calificada como «filosófica»? ¿Cuál es su relación con los conceptos?

Por Jaime Santamaría

¿Qué es la filosofía? Pareciera una pregunta poco popular en tiempos de inmediatez, rendimiento y likes. También una pregunta impertinente para el contexto en el que surge, donde las necesidades materiales apremian y la meditación desinteresada del pensamiento es un acto reservado a unos pocos.

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conceptos
¿Qué es la filosofía?, de Gilles Deleuze y Félix Guattari (Anagrama).

Esta pregunta, nada novedosa en la historia del pensamiento occidental, aunque al mismo tiempo olvidada —como dijo Martín Heidegger—, insiste una y otra vez en tiempos de crisis. La pregunta coincide, además, con el título de un libro —ya clásico— que escribieron los franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari en 1991, cuando el mundo estaba ante el vilo del ocaso de una era (como lo anunciaba Francis Fukuyama).

La respuesta de Deleuze y Guattari a la pregunta sobre qué es la filosofía es simple y no menos enigmática: «La filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos». La expresión lacónica, por supuesto, merece desarrollo. Este desarrollo supone dar un rodeo antes de llegar a la respuesta sobre qué es la filosofía… si es que se puede llegar. Pero vayamos a ello.

Los conceptos se crean

Lo primero que hay que decir es que los conceptos no son descubrimientos sacados de alguna resaca metafísica, es decir, no preexisten en el cielo platónico esperando el descubrimiento por parte de algún iluminado o iluminada. El concepto es producto de una observación atenta de la realidad y supone un arduo trabajo intelectual. Los conceptos siempre son nuevos, siempre tienen el halo de la sorpresa y parten de realidades concretas, aunque luego aspiren a lo general. Se puede decir, sin ánimo de forzar el uso de la metáfora, que los conceptos tienen lugar y año de nacimiento.

Los conceptos son creación «de alguien»

Lo segundo es que, si los conceptos tienen registro civil —o algunos partida de bautismo—, normalmente también tienen un padre o una madre que les lega su fuerza y entusiasmo. Por ejemplo, qué sería de un concepto como «idea» sin Platón, o de «sustancia» sin Aristóteles, de «noúmeno» sin Kant, de «perspectivismo» sin Nietzsche, de «género» sin Butler, «acumulación» sin Marx, de «necropoder» sin Mbembe, etc.

Pero algunos cambian con el tiempo de modo radical, olvidan la casa materna, envejecen y mutan hasta hacerse irreconocibles. Otros incluso son capaces de sobrepasar los límites de lo esperable y, llenos de rencor, cometen parricidio o matricidio. Sea como sea, lo cierto es que no hay concepto sin creadores de conceptos, es decir, sin filósofxs. ¿Dónde están lxs nuestrxs? ¿Escondidxs detrás de los muros de la universidad? ¿Ocupadxs en las exigencias de medición y ranking? ¿Dónde están lxs intelectuales que otrora erigían las palabras y categorías justas para pensar la realidad social y política?

Los conceptos siempre son nuevos, siempre tienen el halo de la sorpresa y parten de realidades concretas, aunque luego aspiren a lo general. Se puede decir, sin ánimo de forzar el uso de la metáfora, que los conceptos tienen lugar y año de nacimiento

Los conceptos y sus enemigos

En tercer lugar, todo concepto tiene enemigos. Como ocurre en cualquier drama o tragedia entre un héroe o heroína y un adversario, cuando se crea un concepto siempre aparece la disputa. Cuando surge una categoría, aparecerán a su vez disparos y perros ladrando. Por eso, el ejercicio de creación de conceptos exige osadía, responsabilidad y fidelidad a la creación.

Basta con recordar las disputas entre Sócrates y los sofistas, las querellas teológicas de la Edad Medía en torno a la angelología, o los debates en torno al empirismo y racionalismo en plena Modernidad, sin mencionar los enfrentamientos alrededor del estructuralismo o posestructuralismo hace apenas unas décadas. Basta recordar estos enfrentamientos para notar inmediatamente que cuando nace un concepto también aparecen sus opositores. Y a veces esas guerras dejan heridos y muertos.

Parte de la astucia del creador o creadora de concepto es ver con antelación los posibles adversarios y esforzarse por conocerlos. Sun Tzu, en El arte de la guerra, dice que quien conoce a sus enemigos se conoce a sí mismo.

¿Quiénes son los posibles enemigos de los conceptos y el pensamiento hoy? ¿Acaso la exposición de los datos y la estadística política (necesarios hoy) ha reemplazado el ejercicio filosófico-político (también pertinente y no excluyente)?

La materialidad de los conceptos

Además de lo dicho hasta aquí, es importante hablar de la relación de los conceptos con los casos o las realidades materiales particulares. Los conceptos, a diferencia de lo que la mayoría cree, no son entidades abstractas (entelequias trascendentales) que se diferencian de la materialidad que explican.

Los conceptos tienen carne y hueso y son afectados —en un ejercicio de ida y venida— por el caso que enfrentan. El caso, la realidad material al que refieren, no funciona como un ejemplo de una definición universal. El caso, y en esto está la fuerza y osadía del ejercicio filosófico, modifica el concepto y el concepto ayuda a darle forma al caso.

Basta con recordar lo que significó el panóptico para Foucault, o el diván clínico para Freud, o la naciente sociedad mercantil para Marx, o los campos de Gaza para Mbembe para darse cuenta de que el concepto, casi siempre, se nutre de una realidad histórica. Y al mismo tiempo, la realidad histórica es modificada por el concepto —es en este sentido que hablamos de la crítica como ejercicio—.

Ni el concepto explica el caso, ni el caso ejemplifica el concepto. Ambos (concepto y caso) se transforman mutuamente en el encuentro o en la coalición. Por este motivo, todo concepto es político, o al menos atañe a las relaciones de poder. No puede haber imparcialidad cuando se lanza una categoría al ruedo, cuando se tiene la osadía de proponer una palabra. Lanzar un concepto a la arena es tomar posición y partido, es tensionar una configuración o una comprensión. Conocer es tomar posición, dice Didi-Huberman. 

Basta recordar los enfrentamientos históricos entre distintos filósofos para notar inmediatamente que cuando nace un concepto también aparecen sus opositores. Y a veces esas guerras dejan heridos y muertos

Los conceptos y los afectos

Como una quinta arista, se debe decir que los conceptos no son netamente racionales y opuestos a los afectos. El motivo es que los conceptos permiten las economías afectivas y pulsionales más intensas, de las cuales se vale el funcionamiento de los discursos en política.

Así, hay conceptos combativos, conceptos solemnes, conceptos sensuales y conceptos mortíferos, por ejemplo. Todo concepto, en vínculo con su creador, produce descargas y retenciones de energía, de líbido, de sentimientos y afectos: de amores y odios, de iras, de resentimientos y venganzas, de compasión y asco. No hay discursos sin economías afectivas y economías del deseo. No existen los sujetos ilustrados racionales en política, simplemente hay humanos demasiado humanos. 

En esta línea, debemos hacer inventario de las palabras con las que argumentamos en el ámbito político (humano, cambio, transformación, crisis, progreso, seguridad, soberanía, paz, derecha, izquierda, etc.), hacer crítica de ellas y lanzar nuevas creaciones que disputen con las palabras ya desgastadas.

La filosofía está llamada a hacer esta tarea malagradecida, difícil, osada y agotadora, pero también crucial. Ahora bien, conviene resaltar que la filosofía no es patrimonio de lxs filósofxs, de hecho en otra ocasión podríamos hablar de la deriva popular de la filosofía. La creación de conceptos puede ser un ejercicio plebeyo, y es más: es en las calles, en el terreno, en el barrio, en la ciudad, en el pueblo, donde se prueban los conceptos. Porque los conceptos siempre están sucios de barro y tierra. ¡Filósofxs, un esfuerzo más si quieren ser filósofxs! ¡Salgan a la calle, encontrarán recompensas! 

Sobre el autor

Jaime Santamaría es filósofo, investigador de REC-Latinoamérica y profesor de la Universidad del Norte en Barranquilla (Colombia). Con él hablamos en FILOSOFÍA&CO cuando escribimos acerca del congreso I Congreso Internacional de Estudios Latinoamericanos & del Caribe, que él organizaba junto con otros filósofos, y cuando planteamos en un reportaje las necesidades más urgentes que tiene en la actualidad América Latina.

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Una respuesta

  1. Avatar de Carlos Alberto Muñoz
    Carlos Alberto Muñoz

    Buen escrito y es cierto, hay que salir de las aulas a hacer filosofía. ¿A quién le importa cuándo y en dónde nacieron Voltaire o Platón? Importa es sintetizar pensamientos para generar nuevos ‘conceptos’.

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