¿Es la esperanza una necesidad de agarrarse a un futurible? ¿Una motivación real o un espejismo? ¿Es un valor actual o anacrónico? Francesc Torralba, catedrático de la Universitat Ramon Llull de Barcelona y autor del libro La construcción de la esperanza: edificación y receptividad, le ha dedicado al tema mucho trabajo y mucha reflexión. Hablamos con él de la utilidad de la esperanza, su relación –o no– con el optimismo y el deseo… Para saber más sobre cómo nos ayuda y hasta qué punto podemos volcar nuestra vida en ella.
La esperanza como virtud humana es esencial para el desarrollo de la persona, de la familia, del trabajo y de la sociedad, defiende Francesc Torralba, doctor en Filosofía y en Teología, catedrático en la Universitat Ramon Llull, de Barcelona, donde dirige la cátedra Èthos de Ética aplicada. «La esperanza, que es virtud y motor básicos para la vida humana, es imprescindible para enfrentarse al presente y al futuro», nos decía Torralba en una entrevista que publicamos en Filosofía&co. en marzo de este 2018. Volvemos a él ahora como autor del libro La construcción de la esperanza: edificación y receptividad (Edimurtra) porque queremos profundizar más en este tema.
Para Torralba, la reflexión sobre la esperanza es una cuestión central de la filosofía clásica y contemporánea, aunque, en nuestro contexto cultural, este objeto de reflexiones ha sido sustituido por otros y la esperanza ha ido perdiendo fuelle, quedando incluso en un plano algo marginal. «Después de la caída masiva de las grandes ideologías emancipadoras de los siglos XIX y XX, la esperanza ha pasado a ser un valor romántico y ha sido ahuyentador del discurso filosófico –dice el filósofo en su página web–. No obstante, la esperanza es una virtud humana capital. El olvido de esta virtud es una grave pérdida».
¿Cómo define Francesc Torralba la esperanza y con qué la relaciona? ¿La considera un valor en alza o con cierto aire caduco y desfasado? Se lo preguntamos para saber de primera mano si es realmente una necesidad o se puede prescindir de ella y seguir viviendo sin problema.
Para Aristóteles, «la esperanza es el sueño del hombre despierto». ¿Qué es la esperanza para usted?
La esperanza es, ante todo, una virtud, una excelencia del carácter, una disposición anímica, un modo de estar en el mundo. Se relaciona íntimamente con la confianza y con el futuro. Uno tiene esperanza cuando cree que un bien arduo puede ser conseguido en el futuro. La esperanza jamás debe confundirse con la ingenuidad, con la inocencia o con la frivolidad. El ser humano esperanzado conoce la dificultad, la adversidad, las contrariedades que existen en el recorrido, pero cree que será posible alcanzar el horizonte. Jamás solo. Sabe que necesita la ayuda de los demás, la cooperación, la solidaridad de los otros para poder alcanzar el fin arduo. La esperanza no es una certeza, ni una evidencia lógico-matemática; es un acto de confianza que le predispone a uno a actuar, a moverse, a dedicar su esfuerzo y su talento para hacer realidad el objetivo.
«Uno tiene esperanza cuando cree que un bien arduo puede ser conseguido en el futuro. La esperanza jamás debe confundirse con la ingenuidad, con la inocencia o con la frivolidad»
¿Es la esperanza un valor actual, anacrónico o eterno?
La esperanza es imprescindible para el desarrollo de cualquier actividad humana. Puede ser explorada como virtud teologal, pero también como valor humano, como virtud universal. Todo ser humano que empieza algún proyecto, sea de la naturaleza que sea, requiere una dosis de esperanza, de confianza en sí mismo, pues, de otro modo, no se pone a actuar. La acción requiere siempre el prerrequisito de la esperanza. En este sentido, no me parece un valor anacrónico, ni tampoco actual, sino un valor permanente, que no caduca. Cuando la esperanza perece, adviene la desesperanza, que es la antesala del nihilismo y de la desesperación.
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