Es una de las palabras que más pronunciamos. Nos cansamos de oírla en los informativos y leerla en los periódicos, cuando no en documentales, libros y el cine: frontera. Un término que, como muchos otros, se ha visto sujeto al contexto de cada época, despertando en nuestra conciencia todo tipo de reacciones.
¿A qué llamamos frontera? Al límite territorial de una determinada zona, país, región, etc. Una separación –que puede ser tanto real como imaginaria– que entendemos que hace referencia al espacio geopolítico que determina los límites dentro de los cuales se establece la soberanía de quienes allí viven.
Fronteras, en plural
Esa es la definición principal que la mayoría tiene en mente, pero no es la única. Existen muchos tipos de fronteras y, en ciertos casos, unas se superponen a otras. Fronteras naturales (montañas, ríos, etc.), fronteras aéreas, fronteras marítimas (límites de derecho y control formalmente establecidos), fronteras políticas, culturales, lingüísticas, tradicionales, etc.
Desde una perspectiva etimológica, frontera viene del latín frons, frontis; frente, fachada. Un término que hacía referencia, básicamente, al punto de contacto entre dos ejércitos en el extremo de un territorio o una construcción opuesta. Quizá para el sentido que le atribuimos actualmente otras palabras latinas fueran más acertadas, como limes (los límites que tenía el imperio romano) o fines (final, término, etc.).
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