¿De qué debe ocuparse la filosofía? Diferentes filósofas y filósofos de distintos países del mundo nos aportan sus reflexiones. Partiendo de esa pregunta, unos plantearán el cometido de esta disciplina, otros nos hablarán de dónde han de estar sus límites, si es que los tiene, o de hasta dónde pueden llegar sus análisis, etc.
Pensamiento de Georgina Rabassó. Filósofa española
Georgina Rabassó es investigadora de ADHUC–Centro de Investigación Teoría, Género, Sexualidad, y del Seminario Filosofía y Género de la Universidad de Barcelona. Ha publicado varios artículos sobre filósofas, especialmente en torno a Hildegarda de Bingen. Es comisaria de la exposición «El legado reencontrado de Juliana Morell (1594-1653)» en el Real Monasterio de Santa María de Pedralbes, en Barcelona, y emprendedora en el sector cultural.
Ante la pregunta acerca del objetivo de la filosofía me asaltan inmediatamente otras cuestiones: ¿qué filosofía?, ¿en qué contexto?, ¿según qué sujetos? Porque, a estas alturas de la partida, la filosofía no debería asumirse ya ni masculina ni burguesa ni occidental…, ¿no es cierto?
De un tiempo a esta parte, las narrativas decoloniales y distintas comunidades epistémicas han señalado que los discursos con pretensiones universalistas —a las que tan acostumbrada estaba nuestra filosofía— desprenden un tufo imperialista. Si nos seguimos sintiendo como en casa en la tradición filosófica, tal vez hay que empezar a derrumbar tabiques y paredes maestras, y dejar que los horizontes (se) nos atraviesen. ¿Qué surgirá de ese malestar?
No es nuevo decir que la filosofía de los hombres europeos acomodados se constituyó durante siglos como un monólogo que se otorgó a sí mismo una potestad de cuestionarlo todo excepto su propio «lugar de enunciación» (tomo la expresión de la filósofa brasileña Djamila Ribeiro). Pero este sujeto supuestamente neutro que toma la palabra en realidad siempre tiene rostro y huella, aunque no los desvele.
A lo largo de mi trayectoria académica he profundizado en el pensamiento de algunas escritoras y filósofas europeas mental, espiritual y socialmente privilegiadas que vivieron entre la Baja Edad Media y la primera modernidad. Soy discípula tanto de aquellas «queridas viejas» (así denomina la artista María Gimeno a las artistas de otros tiempos) como de mis estimadas profesoras y maestras.
«Si nos seguimos sintiendo como en casa en la tradición filosófica, tal vez hay que empezar a derrumbar tabiques y paredes maestras, y dejar que los horizontes (se) nos atraviesen»
Desciendo de una familia de campesinas catalanas y comerciantes extremeños. Crecí en la cafetería que regentaba mi madre. Allí, el aburrimiento y la observación me llevaron a pensar y a escribir poesía con fervor. Fui madre a los 25 años junto a mi exesposa de 49. He sido la segunda persona de mi familia en doctorarse. Trabajé dos décadas en la universidad y he empezado a abrazar lo cuántico y a vivir otra vida. Me siento agradecida y más ligera.
El punto de partida de mi reflexión sobre el objetivo de la filosofía es este itinerario vital e intelectual, una encrucijada en la que me voy reubicando, abierta a nuevos encuentros, choques, colisiones, frustraciones y aprendizajes procedentes de otras perspectivas. No entiendo la filosofía como una disciplina estanca, aséptica, sino que creo en la existencia de vasos comunicantes entre saberes. La mística y la teología me han aportado tanto como la filosofía.
Como feminista blanca me sigue interpelando Una habitación propia (1929), de Virginia Woolf. Al entrelazar las experiencias propias y sus respectivos paisajes (el prado verde, el río, la puerta cerrada de la biblioteca de Oxford…) con ideas profundas, Woolf muestra que el pensar brota casi orgánicamente del propio vivir, es decir, de enfrentarse a unas determinadas circunstancias.
Esas circunstancias pueden ser radicalmente distintas entre sí. En Quarto de despejo (1960) la escritora afrobrasileña Carolina Maria de Jesus piensa desde la favela y el hambre, un agujero en el estómago que te perfora la cabeza.
Por su lado, la antropóloga Aída Bueno Sarduy habla del «feminismo de barracón (senzala)», basado en las redes de cuidados mutuos y anhelos de libertad que crearon las mujeres negras esclavizadas, y afirma: «Tenéis que escucharnos, porque si escuchamos solo la ruta que el dominador tiene preparada para nuestra liberación, nosotras os podemos decir que ya sabemos que es una ruta ciega, que no lleva a ningún sitio».
«El punto de partida de mi reflexión sobre el objetivo de la filosofía es este itinerario vital e intelectual, una encrucijada en la que me voy reubicando, abierta a nuevos encuentros, choques, colisiones, frustraciones y aprendizajes procedentes de otras perspectivas»
En Carta sobre el humanismo (1947), Martin Heidegger escribía: «El lenguaje es la casa del Ser. En su hogar habita el hombre». Pero, al fin de cuentas, el Ser no parece algo tan distinto del hombre parlante que lo habita como su hogar. En este Mensch —como el homo en latín y el anthropos en griego— acaba revelándose, ¡oh, sorpresa!, el varón cis occidental.
Por tanto, creo que es urgente dejar de hablar para abandonar ese lugar, «el Ser», siempre tan saturado por ellos (alias el patriarcado) y progresivamente también más lleno de nosotras, mujeres blancas de clase media. Se precisa una larga temporada de silencio para dedicarnos a escuchar.
Tal vez uno de los objetivos relevantes de la filosofía occidental hoy sea aprender a comprender desde el silencio, la escucha y la atención (tomando el concepto de Simone Weil). No como un acto de autocensura, sino como el gesto de bajar del escenario e interesarse por lo que sucede en otros espacios, a fin de cuestionar los propios principios de inteligibilidad, empezando por deconstruir la asociación del lugar de la escucha con la desacreditada etnología de antaño y aún del presente.
La filosofía es plural por definición. Nunca tuvo un marco ni un método únicos, ni siquiera en una misma tradición filosófica. La filosofía no consiste en filosofar —esto sería una tautología vacía de significado— porque casi nunca fue un mero ejercicio profesional. Desde mi punto de vista, otro de los objetivos de la filosofía hoy es que siga ayudándonos a comprender la realidad en el meollo de la enorme complejidad fenoménica y fenomenológica del mundo actual.
Una de las paradojas de nuestra sociedad de la información en la fase vigente de la era digital es que aparentemente todo queda a la vista, todo es obscenamente visible —incluso tenemos acceso a la retransmisión de los conflictos bélicos y de los genocidios—. Y, a la vez, las capas que sustraen lo real de nuestra comprensión de los hechos se multiplican hasta el infinito: lo políticamente correcto, los velos de la posverdad, la metarrealidad del mundo digital…
En síntesis, considero que la filosofía en nuestro contexto cultural y tiempo histórico debe lidiar con esos dos tipos de comprensión de lo real: intentar comprender mediante un ejercicio de atención silenciosa e intentar comprender la maraña de retos ónticos y ontológicos actuales.
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