A menudo, las historias las escriben los vencedores. La voz de los derrotados casi nunca sale a la luz. En Filosofía, también. Estamos en el siglo XVIII y París es el centro intelectual de Europa y el escenario donde se lucha por la supremacía de las ideas. Los púgiles son, por un lado, los amigos de un Ilustración moderada que defienden que la razón gane espacio y sí, lo hace, pero el espacio que gana no llega a invadir ciertas esferas como Dios, religión y realeza. Por otro lado, nos encontramos a quienes defendieron una Ilustración radical. Frente a los tibios, Jean Meslier, La Mettrie, Helvecio y Holbach propusieron que el ejercicio del pensamiento racional llegará hasta el límite. Lectores de Spinoza y de los clásicos griegos, intentaron romper con la forma cristiana de hacer filosofía. Eran materialista, anticristianos, hedonistas… Estos hooligans del pensamiento trazaron las coordenadas de una filosofía de vanguardia que aún hoy cuesta imaginar no solo en su tiempo, sino también en el nuestro. Su modernidad explica quizá por qué perdieron la batalla histórica. Pero tal vez ganaron con esa derrota, ya que sus textos quedaron a la espera de que generaciones futuras los encontraran. Si sus conciudadanos los hubieran leído y hecho caso, tal vez la felicidad común no quedaría tan lejos.
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