La imaginación humana es fascinante por ser contradictoria. Su potencial creativo parece ilimitado y, a la vez, reitera concepciones sobre sus propias fantasías, sobre lo ya imaginado. Un icono del horror como el vampiro ha sido representado por la literatura y el cine a lo largo del tiempo con muy pocas variaciones. Sus atributos (su sed de sangre, su vulnerabilidad al sol, su aversión a las imágenes religiosas) son lugares comunes. Si acaso se transformó de ser un monstruo como en Nosferatu (F. W. Murnau, 1922) a un seductor hipersexual con poderes extrasensoriales (Drácula, de Bram Stoker, Francis Ford Cóppola, 1992) y luego en un héroe juvenil resplandeciente con pinta de ídolo pop (Crepúsculo, Catherine Hardwicke, 2008). La representación se vuelve icónica para poder ser reconocible. Luego deviene en estereotipo.
Algo similar ocurre con la representación de otro de los iconos de la ciencia ficción y, también, campo de desarrollo de la ingeniería, la mecatrónica, la informática. Los robots, los androides, los cíborgs, las inteligencias artificiales, todos aquellos seres que entran en la categoría acuñada por la filósofa Rosi Braidotti como “lo posthumano”. Todo esto causa fascinación y miedo a partes iguales. Fuera de las representaciones de la ficción, en el mundo real, las repercusiones de dicho temor son constantes. En su momento, Stephen Hawking advirtió de la amenaza que el perfeccionamiento de la inteligencia artificial implicaba para la hegemonía de la humanidad. En películas como Terminator (James Cameron, 1984) y The Matrix (hermanas Wachowski, 1999) se explota la idea de una eventual rebelión de las máquinas con el fin de subyugar a la humanidad.
Los robots, los androides, los cíborgs, las inteligencias artificiales…, lo ‘posthumano’, como lo llamó la filósofa Rosi Braidotti, causa fascinación y miedo a partes iguales
PUBLICIDAD
¿De dónde viene este miedo? Según creo, proviene de la propia cultura y es, de hecho, muy anterior al desarrollo tecnológico de la robótica. En el folclore judío existe la leyenda del Golem, un ser creado a partir de arcilla al que los rabinos medievales dotaban de vida como defensa contra los ataques antisemitas. Esta mole, al carecer de alma y voluntad propias, era un peligro latente, ya que, si tomaba consciencia de sí, podía insurreccionarse. No es el único ejemplo. En Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary W. Shelley, Víctor Frankenstein crea un ser con partes de cadáveres y le otorga vida. No tarda en desencadenarse el horror. La criatura no es maligna en sí misma, pero es rechazada por el mundo y eso despierta en ella un furor asesino. La creación se vuelve contra su creador y, por qué no, si lo leemos desde el psicoanálisis, el hijo se vuelve contra el padre.
Ante un temor ancestral y cultural como este, la respuesta es la guerra preventiva. Así lo plantea una precuela animada de la trilogía Matrix. En el primer episodio de The Animatrix (2003), The Second Renaissance, se narra la decadencia de la humanidad como producto de una guerra insensata contra sus propias creaciones, las máquinas, con un tono bíblico no exento de amarga ironía. En este corto animado, el hombre crea a la máquina para que esté a su servicio, por lo que la humanidad se abandona a la “banalidad y la corrupción”. Vemos cómo los robots son obreros disciplinados y eficientes hasta que ocurre un incidente que lo cambia todo: el androide B1-66ER asesina a su dueño, que quería destruirlo, y es llevado ante un polémico juicio en el que se pone en conflicto el valor capitalista de la propiedad privada (el derecho legítimo del propietario de hacer con su robot lo que quisiera), contra el dilema sobre si los robots tienen derechos. B1-66ER “no quería morir” y al parecer actúa en defensa propia.
A partir de este suceso, las máquinas cobran consciencia de su condición política y se convierten en una metáfora de la esclavitud, de la discriminación, de la exclusión y del genocidio. Marchan por sus derechos, son víctimas de crímenes de odio, son ejecutadas en las calles por las fuerzas de seguridad humanas que las reprimen, por lo que acaban exiliándose en el continente africano para fundar su propia nación artificial: “01”.
“Las máquinas piensan pero no saben que piensan; el día en que lleguen a saberlo, ¿seguirán siendo máquinas?”. Octavio Paz
Después de un agresivo bloqueo económico y de no ser admitida en las Naciones Unidas, la humanidad ataca con armas nucleares a 01. Una guerra en contra de las máquinas antes de que estas se vuelvan contra sus creadores. Las inteligencias artificiales son superiores, pero es tal la soberbia de los líderes políticos humanos que no pueden ver que han empezado un conflicto que no van a ganar. Después de que 01 contraataca y gana la guerra, la humanidad es sometida en una brillante operación biopolítica. Las máquinas gestionan a la raza humana entera para que cada cuerpo funcione como fuente de energía bioléctrica que mantenga el funcionamiento de su civilización. La inteligencia artificial conquista la carne y esclaviza las mentes humanas, lo que desembocará en la trama del primer filme de la franquicia Matrix, en la que el mundo y la realidad, cartesianamente, no son reales.
Este episodio es una analogía ominosa sobre cómo Occidente ha atacado y destruido minorías, producto del temor de que cobren consciencia y, después, efectúen también su propia venganza. La humanidad como un Saturno que devora a sus propios hijos. Un augurio, quizá, sobre cómo los seres posthumanos podrían ser los sujetos subalternos de un futuro acaso no demasiado lejano. Escribió Octavio Paz: “[…] las máquinas piensan pero no saben que piensan; el día en que lleguen a saberlo, ¿seguirán siendo máquinas?”.
Deja un comentario