Aquí un libro que ni es una patada en el estómago, ni corta la respiración… El infinito en un junco, de Irene Vallejo, es un libro sobre los libros y el placer de los libros que se convierte él mismo en un placer. También es un homenaje a quienes hicieron posible que nos llegaran hasta hoy a pesar de fragilidades y azares. Pero si hay que ponerse serio, también es un zapatazo contra todas las veces que se predijo el fin del papel, solo que la autora lo hace a su manera: firme y elegante, Vallejo alza la voz y exige «un respeto».
Por Pilar Gómez Rodríguez
Muchos, quizá la mayoría, pueden haber descubierto a Irene Vallejo a través de su exitosa obra El infinito en un junco, editada por Siruela, o por sus recientes colaboraciones en El País. Pero Vallejo tiene un pasado. O dos. Tiene un pasado que comenzó en 1979, cuando nació en Zaragoza. Un pasado de estudiante de filosofía clásica y de doctora por las universidades de su ciudad y Florencia hecho presente como divulgadora apasionada del mundo clásico a través de libros, artículos, conferencias…
El otro pasado de Irene Vallejo es compartido porque «los que somos lectores tenemos un pasado dentro de los libros», escribe recordando una frase del poeta y viajero Fernando Sanmartín. El infinito en un junco va al encuentro de ese pasado a través de historias, de anécdotas, de cuentos encadenados con los que celebrar algo importante que es preciso recordar: que la historia del libro es una historia de sacrificios, sí, de todos aquellos que pasaron penurias e incluso arriesgaron sus vidas por su escritura, conservación y difusión; pero que también es una historia de triunfo sin par, porque, a pesar de las pérdidas, ha llegado a nuestras manos un legado suficiente y lo suficientemente importante como para reconocernos en él de la misma manera en que nos reconocemos al mirar viejas fotos.
El infinito en un junco recuerda que la historia del libro es una historia de grandes sacrificios, pero que también es la historia de un triunfo sin par
En esta obra aparecen los estoicos, Aristóteles, Platón… ¿Considera que la filosofía es una parte más (y sin más) de la literatura?
Para los antiguos, sí. Cuando los bibliotecarios de Alejandría configuraron las estanterías, consideraron la filosofía un género más y también la historia. Ellos las sentían como obras literarias y las escribían con esfuerzo y anhelo estéticos; no hay más que leer los Diálogos de Platón para ver que están elaborados con técnicas y exigencias literarias. Yo no veo que haya ninguna incompatibilidad. En El infinito en un junco he intentado hacer algo así, un experimento: la exigencia literaria máxima al servicio de la transmisión del conocimiento.
Recuerdo el impacto que me causó De rerum natura, de Lucrecio. Es una obra muy peculiar, un tratado de ciencia y filosofía escrito en verso. Es poesía, con sus momentos bellísimos, intentando explicar física, el origen de los fenómenos, la teoría atómica de Demócrito y las de Epicuro… y todo en verso. Me gusta esa osadía de mezclar los géneros. Yo lo he hecho en este libro porque si el ensayo es algo es intento, es búsqueda y experimento, de modo que ¿por qué vamos a admitir un único modelo de ensayo y solo un lenguaje académico y solo una determinada fórmula? Si con la novela estamos constantemente en experimentación, búsqueda e intentando abrir nuevos caminos, ¿ por qué con el ensayo no lo hacemos?
«En El infinito en un junco he intentado hacer un experimento: la exigencia literaria máxima al servicio de la transmisión del conocimiento. ¿Por qué vamos a admitir un único modelo de ensayo?»
Gracias a ese experimento, además de un montón de cosas sobre el mundo del libro, sabemos otras tantas sobre usted. ¿Fue un propósito escribir de forma desprejuiciada, mezclando géneros e incorporando vivencias personales, o simplemente surgió de manera espontánea y sobre la marcha?
No fue nada espontáneo. Soy una persona que pienso y planeo mucho antes de empezar y creo que si el libro funciona o no está en juego en el concepto mismo. Escribirlo sí puede ser un oficio, pero el concepto tiene que ser novedoso. En mi caso intenté conjugar dos modelos que pueden parecer extravagantes, pero funcionaron simultáneamente.
Por un lado Montaigne, que al final es el inventor del concepto de ensayo. Lo hace como pequeñas charlas en las que dialoga con los antiguos como si estuvieran vivos, sin ninguna distancia, como si los hubiera invitado a un banquete y estuvieran a su alrededor. No los trata como muertos o como lejanos, sino que los siente muy adentro y dialoga con sus voces mientras va tratando con extrema libertad los temas que le apetece.
Por otro lado, tenía presente Las mil y una noches y cómo, enlazando un cuento a otro, Scherezade consigue que no se agote nunca la curiosidad por escuchar las historias. Ese es el proyecto inicial, conjugar Montaigne y Las mil y una noches, de modo que el ensayo jugase a ser una secuencia de historias en las que un cuento lleva a otro, se hace una digresión, luego se regresa a lo principal, pero hay un afluente, un cruce…
Aforismos sin querer
Además del placer de la lectura en su conjunto, El infinito en un junto está punteado por frases que por su belleza, precisión y capacidad evocadora merecen catalogarse como aforismos. Estos son algunos de ellos:
- «En el fondo, (leer) no es tan diferente de todas esas cosas que empezamos a hacer antes de saber hacerlas: hablar otro idioma, conducir, ser madre. Vivir».
- «Que todos podamos amar el pasado es un hecho profundamente revolucionario».
- (Sobre el premio a Bob Dylan): «Un Nobel para la oralidad. Qué antiguo puede llegar a ser el futuro».
- «Si alguien lee para ti, desea tu placer; es un acto de amor y un armisticio en medio de los combates de la vida».
- «La escritura vino a resolver un problema de propietarios ricos y administradores palaciegos (…): primero las cuenta; a continuación, los cuentos».
- «Elegir es, de alguna forma, salvaguardar».
- «Cualquier fútbol pasado fue mejor».
- «Los habitantes del mundo antiguo estaban convencidos de que no se puede pensar bien sin hablar bien: «’Los libros hacen los labios’, decía un refrán romano».
- «La devastación nunca deja de ser tendencia».
- «Sin traducciones habríamos sido otros».
- «El mejor de los mundos posibles nunca lo es para todos».
- «Creemos que lo nuevo tiene más futuro. En realidad, sucede lo contrario».
El infinito en un junco va sobre Grecia y Roma, pero sus excursiones conducen a menudo a otras épocas y llegan con frecuencia a la actualidad. ¿Está todo en Grecia y Roma?
No está todo, pero, como digo en el ensayo, cuando leemos a los griegos y a los romanos nos reconocemos, decimos «esos somos nosotros». Eso no sucede con el mundo egipcio, mesopotámico o persa… Yo los he estudiado y son fascinantes, pero no tengo la sensación de que allí esté nuestro origen o nuestros rasgos distintivos. Con Grecia y Roma percibo una relación especial. «Allí es donde empezamos a ser tan extraños», decía Amelia Valcárcel, donde empezamos a hablar y a cultivar extrañezas como la de la filosofía, la democracia o el teatro.
Con todo, yo considero El infinito en un junco un libro sobre el mundo contemporáneo. A pesar de que da un rodeo temporal, en él se escribe sobre el mundo contemporáneo, buscando en el pasado las claves de lo que hoy somos. Es una explicación genealógica, si quieres. A mí lo que me interesa del mundo antiguo es el presente, no lo que pueda resultar curioso o erudito, sino lo que llega a la médula de la actualidad. En las librerías lo clasifican como un libro de historia, de ensayo cultural, pero para mí es un ensayo sobre la actualidad, una búsqueda de las primeras veces y las primeras voces de una historia que ha durado hasta hoy y de la que seguimos formando parte.
«Considero El infinito en un junco un libro sobre el mundo contemporáneo. (…) Para mí es un ensayo sobre la actualidad»
En su obra lo explica bien y extensamente, pero, para aquellos que no la han leído, ¿puede repetir por qué el libro no morirá nunca, por qué no podrá con él ningún tipo de dispositivo electrónico?
En mi libro me remonto a una perspectiva de treinta siglos y creo que lo que puede ser un pesimismo, contemplado a corto plazo, es innegablemente un optimismo, mirando el largo plazo. El libro nació como un objeto extremadamente frágil que hubiera podido acabar destruido, pero ha conseguido atravesar tiempos de saqueos, analfabetismo, destrucción, revoluciones… y, aún así, ha salido indemne. Pido que lo contemplemos como el gran superviviente que es.
El infinito en un junco cuenta la historia o rastrea las personas que a lo largo del tiempo han hecho enormes esfuerzos por salvaguardar el libro, aunque esto significara poner en peligro la vida o memorizar su contenido o copiarlo letra a letra. Lo que diagnostica es ese antiguo amor a los libros mantenido de generación en generación durante siglos. Un amor que, creo, sigue vivo que a pesar de un sinfín de predicciones en sentido contrario que presuponían que en 2020 los libros electrónicos harían que el papel estuviera ya superado.
Empecé a escribir el libro cuando ese era el mensaje dominante y me rebelaba contra esa idea porque no creo en el concepto competitivo. No es este el primer momento de la historia en que hay dos formatos conviviendo: los rollos de papiro y los códices de pergaminos lo hicieron, entrecruzaron los materiales… Esto no quiere decir que tengamos que elegir ni que haya una batalla entre ellos. Lo que me dice la experiencia es que, cuando hay varios formatos, lo que hacen es repartirse el espacio disponible. Hay ciertos usos para los que un formato es preferible y otros para los que lo será el otro y así se puede convivir durante muchísimo tiempo, de modo que pido que no se plantee la cuestión como una forma de competencia. Tanto el libro electrónico como el papel son útiles a su manera y para diversos fines. El lector puede elegir y no hay problema, no tenemos que ponernos puristas ni competitivos.
«El libro nació como un objeto extremadamente frágil que hubiera podido acabar destruido, pero (…) ha salido indemne. Pido que lo contemplemos como el gran superviviente que es»
Por otro lado, realmente este mundo de internet y de las pantallas es joven y andamos todavía deslumbrados por las nuevas tecnologías hasta el punto de no ser plenamente conscientes de todo lo que el viejo libro de papel nos ofrece y nos sigue ofreciendo. Con el paso de los años iremos recapacitando y sabremos cuáles son los inconvenientes de las pantallas. Iremos recordando lo que nos ofrecía el viejo y entrañable libro con el que hemos crecido. Incluso ahora ya hay experimentos que constatan que se retiene más información leyendo en papel que en pantalla. Y es así también para los nativos digitales, porque no tiene que ver con la edad, sino con el funcionamiento neurológico de la mente. La memoria necesita anclajes sensoriales, espaciales, y el libro de papel los proporciona, creando estímulos más completos e inmersivos que las pantallas, donde todo pasa de una manera más indeterminada.
Nos fueron convenciendo con esa lluvia fina de pronósticos sobre la extinción del libro y llegaron casi a minarnos la autoestima a los que amamos los libros. Nos hicieron sentir una especie en extinción, pero no; somos muchos y sobre todo somos más de lo que nos quieren hacer creer. Llevo muchos años visitando clubes de lectura y eso es una prueba de movimiento de resistencia organizado, sigiloso. Lo que pasa es que no somos ruidosos, no somos hooligans… Se prueba así que siguen existiendo personas que, con la vida tan agitada que llevamos, se reúnen alrededor de los libros como antes alrededor de la hoguera para leer a la vez, contar cuentos y compartirlos. Lo que El infinito en un junco recuerda es que, incluso en las épocas más difíciles, hemos sido los suficientes para evitar la catástrofe, de modo que, ahora que tenemos más herramientas, más tecnología y más libros que nunca me parece asombroso que estemos pensando su fin.
Una nota más en defensa de los libros: el aura
Irene Vallejo habla con vehemencia del éxito de supervivencia de los libros, de lo visible y de lo invisible y lo explica así:
Podemos tomar un códice del siglo noveno o décimo y leerlo sin mediaciones porque los libros son esencialmente lo mismo desde hace veinte siglos. Eso no pasa con los sucesivos formatos tecnológicos y digitales, pues están hechos para perecer. En nuestra vida ya hemos visto desaparecer unos cuantos: casetes, dvd, cd… Constantemente hacemos trasvases de un programa a otro, de un ordenador a otro, y constantemente pasamos, salvamos… Y perdemos, pero perdemos cada uno de nosotros, individualmente, con cada cambio de ordenador y de móvil, porque la tecnología no cesa y conspira constantemente contra la conservación, mientras que el libro lo garantiza y perpetua.
Es lo que dice la historia de la codicología, la que estudia los formatos, los libros físicos: que siempre que hay un cambio de formato se pierden cosas, nunca el trasvase es completo. Ha pasado muchas veces en la historia. La diferencia es que ahora la caducidad de los nuevos formatos es muy rápida, mientras que los libros vienen de una época en que las cosas estaban pensadas para durar.
Pero, además de durar, con el paso del tiempo, los libros se hacen todavía más hermosos, lo que no pasa con los demás objetos. Porque hay objetos que tienen aura y otros que no: las pantallas no tienen aura, los discos de vinilo y los libros, sí. Y de los objetos con aura nos podemos enamorar. Esto también hay que respetarlo. Hay una dimensión tangible, estética, sensorial en nuestra relación con los objetos. Esto hace más gratificante al libro que al resto de los objetos. De hecho, cuando oyes a las personas hablar de los libros, a menudo se usa un vocabulario que confina con lo amoroso: los libros que amamos, que nos fascinan, que nos deslumbran…
Volviendo a la senda personal y sin olvidar los libros, usted recuerda al hablar de la memoria el fragmento de Fahrenheit 451 en el que cada uno se aprende un libro para que este no se pierda, de modo que cada persona le pregunta a otra: ¿qué libro eres? Pues bien, ¿qué libro sería usted?
Si tuviera que elegir solo un libro, un autor, ahora mismo sería Herodoto. Le rindo un homenaje porque él también construye una historia de historias, una narración con espíritu digresivo. Lo que él está estudiando es —algo actualísimo por otro lado— el origen de los conflictos entre Oriente y Occidente, el choque de civilizaciones. Quien narra es un viajero que hace todas las paradas posibles, se entretiene por el camino y averigua, describe cosas… Su relato está en el origen del libro de viajes, pero también del reportaje periodístico y de la historia misma, porque es él quien se inventa la palabra historia, él es el inventor del género. Pero también es un cuentista, una novelista, el antepasado de los narradores de Las mil y una noches…
Se trata también de una de las personas con menos prejuicios de la Antigüedad y, en ese punto, enlaza con los antropólogos que ven otras culturas y civilizaciones sin ningún sentido de superioridad, maravillándose por lo que es maravilloso, comparando distintas formas de vivir y entendiendo que las costumbres y lo ambiental tienen mucho peso sobre los individuos y, al final, siendo capaz de encontrarse a gusto en todas partes. Si diera con una caravana de comerciantes, escucharía sus historias, hablaría con sacerdotes egipcios y con los dueños de una cantina del puerto y con los navegantes… Y de todo ello hace ese relato que es una mezcla de anécdotas, de descubrimientos, de asombro y de historias increíbles. Además hace algo muy bonito que es contar las versiones de los acontecimientos desde distintos puntos de vista; se podía decir que con él empieza el perspectivismo. Sin duda, junto con Montaigne, es una de las personas que me hubiera gustado conocer.
Hoy como ayer: parecidos razonables
Que el libro es un libro sobre la actualidad, Irene Vallejo lo defiende estableciendo paralelismos que hacen comprender con facilidad cómo prácticamente todo está inventado y quienes lo inventaron fueron griegos y romanos. Así, además de reivindicar la figura de Herodoto como la del primer periodista y la de los mitos clásicos como el origen del actual cine de aventuras, Vallejo ve un Miguel Hernández en Hesiodo, «el niño poeta rodeado de silencio, balidos y boñigas», y une las figuras de Proust, Joyce y Faulker con Heráclito el oscuro, el enigmático: «Lo que tienen en común es su actitud hacia la palabra: si el mundo es críptico, el lenguaje adecuado para representarlo será denso, misterioso y difícil de descifrar».
En las redes sociales ve una especie de moderno Leporello, el personaje que en Don Giovanni, la ópera de Mozart, le hace el catálogo de conquistas a su amo. «Alimentando el narcisismo y la pulsión coleccionista que anida en nosotros llevan la cuenta del número de amigos, seguidores y ‘me gusta’ que somos capaces de conquistar». Y cita como ancestro de las TED Talks y del fenómeno de los expresidentes conferenciantes a los sofistas, «maestros itinerantes que viajaban de ciudad en ciudad a la caza de alumnos, ofrecían exhibiciones para darse a conocer, demostrar la calidad de su enseñanza y probar ante el auditorio sus habilidades».
A Ovidio lo hace inventor de los tutoriales de maquillaje, ya que publicó un libro en verso con consejos de cosmética para las mujeres; Ovidio, el primero en idear una campaña de Navidad al publicar en diciembre catálogos en verso de objetos para regalar; para ir a parar a las termas, como antiguos complejos dedicados al ocio en los orígenes de los actuales centros comerciales.
¿Cómo se podría acercar el mundo antiguo y la pasión por este a los niños? ¿Cómo conseguir que no sea percibido como un rollo o algo muy lejano, sino como algo que puede llegar a formar parte de sus vidas?
Yo descubrí la mitología porque mi padre me contaba cuentos antes de dormir. Y mucha gente me ha ido diciendo que a ellos también le contaban historias de la mitología de pequeños. Los mitos son muy seductores y no hace falta ningún esfuerzo: si pones en contacto a niños despiertos con los mitos, en general, se sienten identificados porque tienen las medidas de su mundo y se sienten cómodos allí. Además, el lenguaje de los mitos es el que ha configurado toda la literatura y el cine de aventuras. Los guionistas de Hollywood tienen su manual de mitología para utilizar los arquetipos narrativos de la aventura y aplicarlos al cine y usan las investigaciones de Joseph Campbell. El arquetipo del niño predestinado de Moisés o de Teseo es Harry Potter, un niño en un entorno que no es suyo cuyos orígenes no están claros, pero que está llamado a ser especial…
«Si pones en contacto a niños despiertos con los mitos, en general, se sienten identificados porque tienen las medidas de su mundo. Además, el lenguaje de los mitos es el que ha configurado toda la literatura y el cine de aventuras»
Mi impresión es que los adultos somos un poco pudorosos con lo que nos gusta y nos entusiasma y nos cuesta decírselo. Por mi experiencia con niños y con adolescentes la conexión con ellos es justo por ahí, por el entusiasmo. Cuando voy a los institutos puedo sentir algo de pudor al contarles cosas que son tan importantes para mí: pienso que les voy a parecer extraña o que se van a reír, sobre todo los adolescentes que son muy imprevisibles… Por el contrario, veo que lo que mejor funciona es abrirse totalmente y decir «esta es mi pasión» porque ellos entienden y distinguen cuando les estás hablando de algo que te importa. Puedes importarles a ellos o no, pero saben que no estás simplemente cumpliendo un deber rutinario, que no eres un impostor tratando de colarles algo.
Respecto a los niños más pequeños, me parece importante que las narraciones sucedan siempre en momentos de relajación, placer y diversión, que asocien los cuentos a los fines de semana, a los días en que puedes acostarte más tarde, y que ese contexto placentero se convierte en un estímulo pauloviano: que asocien el libro al placer y al final el libro sea el placer.
Y a ellos les gusta muchísimo que les lean en voz alta, aunque solo sea porque así se aseguran de que tienen la atención plena de los adultos en un mundo en el que rara vez se consigue esto. Ellos miden el amor en función del tiempo que se les dedica y saben que el cuento lo estás contando por ellos, no por ti, y que ellos son importantes para ti; ese es el mensaje.
Cuentos muy personalizados
Ahora hay empresas dedicadas a ello, a la personalización de los cuentos, pero antes tenían que ser ellos: padres entregados a la mítica tarea de hacer que las narraciones pervivieran y que los mitos se reprodujeran a mayor gloria de la Antigüedad clásica de donde partieron. Vallejo evoca así su experiencia.
«Mis padres me contaban cuentos de una manera muy creativa; los interrumpían y me empujaban a inventar o le daban mi nombre a un personaje y cambiaban el lugar de donde sucedía para que yo fuera la protagonista. En el poema de Darío, por ejemplo —Margarita, está linda la mar…— me cambiaban el nombre y yo estaba convencida de que ese poema era para mí. Cuando descubrí que no, que era para una impostora Margarita que me había usurpado el poema, me supuso un disgusto enorme. Estaba convencida de que los libros estaban escritos para mí y que los cuentos me tenían como única destinataria. Ahora pienso que ese narcisismo fue bueno, que sirvió para crear una atmósfera mágica alrededor de los cuentos».
Nunca se va a poder conseguir que todos los niños o todos los adultos lean. Es importante leer en la infancia y adolescencia, pero también en la edad adulta y la jubilación. Creo que hay mucha gente y muchos jubilados que tienen intactas sus capacidades intelectuales y su curiosidad y es una gran época para retomar el placer de la lectura, si el trabajo no te ha dado tregua antes. Hay que invitar a esa gente a las librerías: insistimos menos con ellos y son igualmente importantes porque nunca es tarde para leer. Siempre estamos a tiempo de practicar ese placer.
La lectura es un umbral que siempre se puede atravesar y ahora es más importante, si cabe, porque protege contra algunos de los peligros de nuestro tiempo: protege de la precipitación, de la banalización, de la falta de profundidad, de la dispersión de la atención… Nuestro mundo nos invita más a ser espectadores que actores y en cambio los libros implican al lector en una actividad creativa. Cuando estás leyendo estás creando imágenes, cartografiando un mundo ficticio y tu mente está trabajando. Un cerebro que lee es un cerebro activado. Por eso es por lo que, cuando nos gusta muchísimo un libro, su adaptación al cine no suele gustarnos. No es que la adaptación cinematográfica sea mejor o peor, sino que ya habíamos creado nuestro propio mundo alrededor del libro y chocamos con el mundo que otros han creado: eso nos chirría. Leer es un acto absolutamente creativo y esto es algo en lo que no insistimos lo suficiente.
«Leer protege contra algunos de los peligros de nuestro tiempo: la precipitación, la banalización, la dispersión de la atención…»
«Sentir cierta incomodidad es parte de la experiencia de leer un libro», escribe. ¿Podríamos convertirlo, de hecho, en una señal o criterio que indica que estamos ante un buen libro?
Entendiendo la incomodidad en un sentido amplio, no en el de que un libro tenga que ser violento o sobre las partes oscuras o que no queremos mirar de la realidad. Me refiero a cierta incomodidad cognitiva al entrar en contacto con una realidad del mundo que no es la tuya, que te obliga a contemplar lo cotidiano de una forma novedosa; la incomodidad de salir de tus refugios y enfrentarte a otras formas, otros lenguajes, percepciones y otra perspectiva sobre tu propia vida. Al final, los libros están constantemente interpelándote; a través de ellos es lo más cerca que estás nunca de entrar en la mente de otra persona, de ver la realidad y a nosotros desde otro punto de vista.
Ahora se idealiza la parte oscura de la literatura, que ha tenido sus fases y etapas. En algunas de ellas sí se han buscado esos libros, pero ese no es un baremos de calidad literaria. Hay libros profundamente optimistas que son maravillosos. Me choca cierta tendencia, al describir libros y las novelas, a usar un lenguaje agresivo: ‘libros que te cortan la respiración’, ‘puñetazos en el estómago…’. ¿De verdad queremos eso? También hay libros que buscan el placer y esto es perfectamente legítimo. Yo con El infinito en un junco apuntaba al placer del lector y pretendía hacer una reivindicación hedonista de la lectura. El aprendizaje puede aspirar absolutamente al hedonismo porque aprender es un placer y descubrir es un placer. Aristóteles decía que eso era el origen de la filosofía, recuperar el asombro, las ganas de aprender.
«Con El infinito en un junco pretendía hacer una reivindicación hedonista de la lectura»
El fenómeno de la precariedad en los empleos que circundan el libro parece nuevo, pero estaba en Grecia y Roma y usted habla de él en su obra. ¿Cree posible revertir esta situación algún día?
El trabajo cultural siempre es a la intemperie, bordeando el caos. Cuando traduje a Marcial me sorprendió que se quejara en un epigrama de que la gente leía sus libros gratis y de que nada llegaba a su bolsillo, una queja increíblemente contemporánea. Era el pirateo, ¿no? Entonces los artistas dependían de los mecenas y su originalidad fue que, en lugar de halagarlos, lo que Marcial hacía en sus poemas era quejarse de lo tacaños que eran, denunciar que le escatimaban dinero y que estaba pasando penurias económicas.
Que artistas y creadores vivan a la intemperie es una constante histórica, salvo en algunos momentos concretos en los que, por algunas circunstancias, se consigue vivir algo mejor. No sé si la situación tiene una clara solución, pero sí que nos tendríamos que responsabilizar como compradores o consumidores de sentir la cultura y la creación como algo nuestro. No sé por qué, pero ese sentimiento de pertenencia e identificación no acaba de suceder.
De todas maneras, soy optimista y creo que estamos en uno de los mejores momentos, visto comparativamente, de la historia, pues se escriben y publican muchos libros y personas que en otras épocas estaban al margen de los circuitos de la creación —porque en general de esto se ocupaban los ricos— hemos podido entrar en ellos. Aunque se da una paradoja y es que, por un lado, a los escritores nos exigen mayor presencia que nunca en actos, conferencias, y más actividad que nunca; y por otro, es necesario que tengamos otro trabajo para ganarnos la vida.
«Nos tendríamos que responsabilizar como compradores o consumidores de sentir la cultura y la creación como algo nuestro»
Estoy pensando en un ensayo, El entusiasmo, de Remedios Zafra, que hablaba de cómo, bajo la excusa de que gozamos de nuestro trabajo, se justifica que lo hagamos en circunstancias muy duras. Es absurdo porque, entonces, ¿para que te paguen, tiene que ser un trabajo que no te guste, que no te llene?
También en este país hay cierto pudor a la hora de hablar de dinero. Y en esto también hay que insistir: somos profesionales y, si demandamos un profesional, no podemos acudir a ellos si no estamos dispuestos a pagar su trabajo. Pero parece que hablar de dinero ensucia el idealismo de estas profesiones, y ahí también es preciso hacer cierta pedagogía.
Los otros libros de Irene Vallejo
Dada su repercusión, quizá El infinito en un junco ha sido el libro definitivo para consolidar la carrera de la autora, pero la trayectoria de Irene Vallejo es larga y variada. En su producción se cuentan libros infantiles como El inventor de viajes, publicado en Comuniter editorial; aproximaciones a la poesía como La mañana descalza (Olifante), donde sus textos acompañan los poemas de Inés Ramón; o novelas como El silbido del arquero, publicado por Contraseña. Esta editorial aragonesa ha publicado también Alguien habló de nosotros, que recopila los artículos periodísticos de Vallejo en El Heraldo de Aragón. Pronto verá la luz su último libro, también de recopilación de columnas periodísticas. Se titula El futuro recordado y lo edita también Contraseña.
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