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¿La vuelta a casa del lector?

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El acto de leer influye no solo en la cognición del cerebro de quien lee, sino de la cultura a la cual pertenece.

El acto de leer influye no solo en la cognición del cerebro de quien lee, sino de la cultura a la cual pertenece.

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¿Cómo impacta la cultura digital en nuestro cerebro? Las pantallas están por todas partes. Poco a poco han ido usurpando cada palmo de nuestra vida hasta llegar a la lectura, el santo grial de nuestra sabiduría. Si las letras impresas motivaron que los seres humanos avanzáramos como especie, ¿cómo nos afectará el paso a las pantallas digitales? Maryanne Wolf se hace esa misma pregunta en su último libro: Lector, vuelve a casa.

Por Jaime Fernández-Blanco Inclán

Desde que se cruzaron en nuestro camino, las pantallas han conseguido una expansión sin precedentes en la historia. Lo que al principio se circunscribía a la televisión —uno de los grandes inventos de la humanidad— es ahora la norma en todas partes: móviles, electrodomésticos inteligentes, automóviles, tabletas, ordenadores, trenes, aviones, etc. Por si fuera poco, además de las citadas pantallas, cada vez encontramos, en y para ellas, un mayor número de aplicaciones, posibilidades y usos.

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Que nadie se lleve a engaño: hoy por hoy pasamos más tiempo viendo estos pequeños objetos cargados de luz y color de lo que pasamos mirando al mundo que nos rodea. Tampoco es que antes nos pasáramos la vida admirando el paisaje, cierto, pero es indudable que muchas cosas han cambiado. Y nosotros cambiamos con ellas.

Y una de las mayores transformaciones que se han producido es a la hora de leer. Si antes la lectura se centraba en libros o revistas, hoy su uso se alterna con los ebooks, las tabletas, los ordenadores y los smartphones. Muchos pronosticaron que los nuevos dispositivos serían la muerte del libro tradicional, pero por suerte no ha sido así. El libro de toda la vida lo notó un poco (lo mismo que hicieron la prensa y la radio con la televisión, pero ahí siguen), pero no ha desaparecido ni mucho menos. Antes bien, cada uno de estos formatos ha encontrado su particular nicho de mercado en el que actuar y enriquecer a la sociedad.

Si antes la lectura se centraba en libros o revistas, hoy su uso se alterna con los ebooks, las tabletas, los ordenadores y los smartphones. Muchos pronosticaron que los nuevos dispositivos serían la muerte del libro tradicional, pero por suerte no ha sido así

Sin embargo, el leer de una u otra manera sí es diferente, o al menos esa es la teoría que sostiene en Lector, vuelve a casa Maryanne Wolf, directora del Centro para la Dislexia, Estudiantes diversos y Justicia Social de California, y experta en hábitos de lectura; para quien el paso de la lectura impresa a la lectura en pantalla ha traído cambios en todos los ámbitos, tanto sociales, culturales y políticos, como físicos y neurológicos.

Qué cuenta

Lector, vuelve a casa, de Maryanne Wolf (Deusto).
Lector, vuelve a casa, de Maryanne Wolf (Deusto).

Wolf se dio cuenta del impagable papel que tiene la lectura en nuestra formación cuando empezó a dar clases en una aislada comunidad de Hawái. Pronto fue consciente de que la lectura, más que ninguna otra capacidad, sitúa al ser humano en el mundo. Sin la capacidad de leer, una persona, sencillamente, se quedaría muy atrás respecto a sus congéneres que sí poseyeran dicha capacidad, pues no podría acceder al conocimiento acumulado por nuestra especie durante miles de años. Podemos afirmar que ninguna persona podrá alcanzar su máximo potencial si no sabe leer.

Los seres humanos no estamos hechos para leer, pero gracias la alfabetización, uno de los signos epigenéticos más importantes de nuestra especie, hemos logrado transformar nuestro cerebro. Los circuitos neuronales se transforman gracias a esta actividad y, de igual manera, intervienen en esos cambios factores como qué es lo que leemos y cómo leemos. Puesto que somos seres sociales que no vive cada uno en su madriguera personal, ese desarrollo intelectual significa algo que no podemos pasar por alto: que influye tanto en nuestra cultura como en la cognición de los cerebros de quienes leen.

La lectura sitúa al ser humano en el mundo. Sin la capacidad de leer, una persona se quedaría muy atrás respecto a sus congéneres que sí poseyeran dicha capacidad, pues no podría acceder al conocimiento acumulado por nuestra especie durante miles de años

Tamaña epifanía trastornó la carrera de Wolf, que empezó a dedicarse de manera completa al estudio de la lectura sin saber que, con el paso de los años, se desarrollaría un fenómeno que lo pondría todo patas arriba: el paso de una cultura basada en la alfabetización a una plenamente digital. ¿Es posible que nosotros, como lectores, hayamos desarrollado nuevos procesos cognitivos como consecuencia de haber pasado a leer en soportes digitales? Así lo cree la autora. Ese cambio genera en nosotros tanto ventajas como inconvenientes que hemos de conocer para poder ser conscientes de hacia dónde nos dirigimos.

En buena parte, a lo que Wolf achaca la mayor responsabilidad en el desarrollo intelectual que tenemos hoy es a la enorme cantidad de información que recibimos. No es todo culpa de las pantallas. Ellas son solo el mecanismo a través del que recibimos todo lo que nos ponen delante. Los gustos de las sociedades han cambiado conforme ha ido pasando el tiempo. Hoy la variedad de ocio en este sentido es enorme, pues tenemos a nuestra disposición videojuegos, libros, redes sociales, aplicaciones de todo tipo y, en definitiva, una cantidad de estímulos tremenda que hace uso de todos esos medios y todas esas vías que nos han brindado las nuevas tecnologías. Es un auténtico bombardeo de estímulos de tal magnitud y a través de tantas fuentes simultáneas que Wolf opina que nuestra capacidad de concentración se está resintiendo, lo cual sí es un verdadero riesgo, porque necesariamente pone en peligro nuestra capacidad de pensar de forma crítica.

«Las implicaciones de la plasticidad de nuestro cerebro lector no son simples ni transitorias. Las conexiones entre cómo y qué leemos y aquello que está escrito son cruciales para la sociedad de hoy». Maryanne Wolf

Por qué leerlo

Este desarrollo no quiere decir que detrás de los avances tecnológicos haya una mano negra que quiere destruir nuestra mente. Tampoco significa que antes hubiéramos alcanzado el summum del desarrollo intelectual y ahora nos encontremos en fase de decadencia. Sí, hoy en el transporte público todo el mundo va mirando el móvil, exactamente como hace cien años los tranvías iban llenos de periódicos y, hace veinte, los trenes, de libros. No estamos en el fin del mundo, pero sí hemos vivido una transición cultural.

El libro de Wolf es una explicación, no una carga contra nadie. Es la constatación de un hecho: la práctica de la lectura en papel motivó para nuestra mente ciertos cambios que fueron, en su mayoría, buenos para nosotros; y el paso de esas lecturas a pantallas también tendrá una serie de consecuencias que es necesario conocer y estudiar para comprender cómo nos afectarán y así poder hacer alguna corrección si fuera necesario. El examen sistemático de nuestra forma de leer y aprender es la mejor preparación para asegurarnos de que en el futuro mantendremos nuestras facultades mentales lo mejor posible.

Por último, destacar que Wolf se decanta por un formato curioso en un libro de estas características, como es el género epistolar. El objetivo de dicha elección, según nos informa la autora, no es otro que el crear una mayor intimidad con quien lee, de manera que se establezca artificialmente una relación «directa» entre el público y la autora. Una situación en la que, aparentemente, ambos desarrollan sus pensamientos a la par.

El libro también nos ofrece ejemplos de personas a las que el hábito de la lectura cambió la vida, como fue el caso del religioso Dietrich Bonhoffer, quien se sostuvo anímicamente en los campos de concentración nazis gracias a las lecturas de la Biblia, Goethe y Plutarco. O el filósofo Bernard Stiegler, quien durante los años que pasó en prisión por atracar bancos aprovechó para «devorar» libros, adquiriendo una pasión por el conocimiento que le cambiaría su vida. Ambos son, junto a otros nombres como Nelson Mandela o Malcom X, «ejemplos de seres humanos en los que la tercera vida de la lectura (la reflexiva, tras la primera que hacemos para lograr información, y la segunda, que realizamos por el mero placer de hacerlo)  apoya al Yo en circunstancias que de otra manera habrían resultado imposibles».

Una interesante lectura que reflexiona sobre el impacto de estas tecnologías en nuestras vidas y que aporta detalles interesantes a un debate de absoluta actualidad.

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