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Lo que sabe y lo que deja de saber Don Juan

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El "Don Juan y Haidee", óleo de Alexandre Colin (hacia 1833) ilustra la reflexión de uno de nuestros lectores, David Álvarez, sobre el amor y algunos de sus mitos. Bajo licencia PD-Art-photographs.

El "Don Juan y Haidee", óleo de Alexandre Colin (hacia 1833), ilustra la reflexión de uno de nuestros lectores, David Álvarez, sobre el amor y algunos de sus mitos. Bajo licencia PD-Art-photographs.

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David Álvarez nos acerca una reflexión sobre la idea de una inquietud primera, originaria, en toda creación. Si tuviera que elegir la suya sería el amor. Aquí reflexiona y explica el porqué.

Por David Álvarez

Hace poco surgió en una conversación la idea de que todos los escritores, filósofos, artistas, en fin, los creadores, tienen en un primer momento una única inquietud o intuición que, con el tiempo, se esforzarán en desarrollar y clarificar, tejiendo la complejidad que facilite a su vez su comprensión. No sé si estoy del todo de acuerdo con la idea, puede que sí. Dostoievski siempre dijo que al inicio de cada una de sus novelas se escondía una idea sin determinar y que solo llegaba a tenerla ante sí una vez creados los personajes y la narrativa que la hiciesen “vivir”. Aceptaré pues esta idea, aunque sea de forma provisional.

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El caso es que, al final, me preguntaron cuál diría que era mi preocupación primera. Me detuve unos segundos y contesté bastante convencido: el amor. Desde entonces le he estado dando vueltas a por qué respondí con esa palabra: “amor”. Y he descubierto que no puedo justificarlo, pero también que siento que no necesito ninguna justificación. Entonces recordé que Albert Camus, poco antes de morir, escribió que el siguiente estadio de su obra sería el amor (siendo el primero el absurdo, y el segundo la rebeldía). Y yo quiero a Albert Camus; es, sin duda, el pensador y artista al que más tiempo y pasión he dedicado. Se me ocurrió entonces volver por enésima vez a El mito de Sísifo, su primer ensayo filosófico. En él dedica unas pocas páginas a la figura de Don Juan, donde ve un ejemplo de su idea de “hombre absurdo”. Y allí me encontré con unas palabras que hicieron surgir estas:  “[…] los tristes tienen dos motivos para estarlo: ignoran o esperan. Don Juan sabe y no espera.”

Albert Camus escribió poco antes de morir que el siguiente estadio de su obra sería el amor, siendo el primero el absurdo y el segundo la rebeldía

El amor supremo no es de este mundo

¿Qué es lo que sabe Don Juan? Que el amor supremo no es de este mundo; ¿qué es lo que no espera? No espera otro mundo distinto de este. Ahora bien, no sabe nada acerca de ese otro mundo y lo espera todo de este. Busca la “saciedad”, dice Camus. Pero ¿cómo es posible saciarse de esta vida? La cantidad de experiencias amorosas, aun aceptando que son del todo distintas entre sí, no pueden colmar el corazón si no es convirtiéndolo en piedra. Y entonces ya no tiene ningún sentido hablar de amor, tan solo de libertinaje. No pretendo hacer una crítica de ese desenfreno carnal, sino poner en claro algunas ideas. ¿Hay, acaso, alguna alternativa verosímil en la experiencia del amor sobre el fondo del absurdo? ¿Se puede realmente amar sin “creer en el sentido profundo de las cosas”? Se tiene que poder. Pero si se tiene que poder, también se tiene que poder hablar sobre ello.

"El mito de Sísifo", de Albert Camus, en edición de Losada.
«El mito de Sísifo», de Albert Camus, en edición de Losada.

El amor vestido con las galas de lo eterno (amar siempre, para siempre) no solo peca de ingenuidad, sino, sobre todo, de vulgaridad. Amar para siempre no es real, sino en la medida en que hace del aburrimiento el lugar común de la pasión. Pero renunciar sistemáticamente y por principio a todo intento de construir un universo común tampoco escapa al desierto del hastío. “Hay que ser Werther o nada”, continúa Camus. ¿Werther o Don Juan? Desde luego que vivimos “literariamente”, pero el propio Camus se asegura de dejar un espacio abierto entre la vida y la literatura. Ninguna “cabe” del todo dentro de la otra. Pero aquí no se trata de eso.

Aquí la cuestión está en saber si es posible amar humanamente sin tener que acudir a pretextos, ya sean los de la virtud divina o los del vicio anodino. ¿Qué cabe esperar si negamos el amor ideal (Werther) y el amor sin esperanza (Don Juan)? Podemos esperar, en efecto, una serie de días que nos separan de la muerte; y en esos días una serie indeterminada de posibilidades de no engañarnos a nosotros mismos ni a otros. Don Juan promete amor eterno cada vez, y cada vez sabe que miente. Pero ¿cómo puede hablarse de amor si se traicionan la inteligencia y la ternura en favor del deseo más bajo? Camus nos dice que son precisamente la mezcla de deseo, ternura e inteligencia que nos une a un ser lo único que conocemos del amor. Estoy de acuerdo y, de hecho, no hay que perder pie a este respecto: es posible (y hasta necesario) amar y mentir a la vez. Pero no amar y engañar, es decir, traicionar la confianza por un fin egoísta que se sabe tal. Entonces tendríamos que reducir el amor a política.

Es posible (y hasta necesario) amar y mentir a la vez. Pero no amar y engañar: entonces tendríamos que reducir el amor a política

Don Juan arriesga su vida por su idea

Tampoco me vale acudir aquí a la idea del compromiso como un contrato externo. La fidelidad es siempre la de uno consigo mismo y con su destino. Por eso tampoco tiene demasiado sentido esforzarse en hacer teoría sobre el tema. Cada cual tiene su idea y trata de aproximarse a ella, sometiéndola a pruebas, experimentando. También el amor tiene su ensayo y error. Aunque cada vez nos juguemos la vida. En esto Don Juan sirve de ejemplo, más como aventurero del amor que como modelo de amante: arriesga su vida por su idea y en ello residen su nobleza y honestidad. Los trucos y juegos están permitidos; todo con tal de evitar la mediocridad y el autoengaño. Pero, como digo, cada uno tiene que jugar a su manera. Me refiero a cierto pragmatismo a la hora de amar. Los consejos pueden servir, quizá, para sacar la rebeldía que llevamos dentro, no para acatar una moral (y, como recuerda Camus, también vale el inmoralismo). Pero esta rebeldía es importante pues en ella encontramos la obstinación para seguir jugando.

"Las desventuras del joven Werther", de Goethe, en edición de Cátedra.
«Las desventuras del joven Werther», de Goethe, en edición de Cátedra.

Don Juan es un farolero y que nunca juega hasta el final, porque, como hombre absurdo (consciente) que es, no puede siquiera contemplar la derrota; menos aún disfrutarla. Tal vez haya algo de derrota en el amor, un arte del saber perder y hasta de regocijarse en ese ridículo. Esto es algo muy humano. Cuando el deseo pierde su elocuencia, la ternura su calor y la inteligencia su gracia, queda todavía algo que puede ser salvado, a saber: la inapreciable tranquilidad de un silencio común que no se hace insoportable. Claro que hay palabras en ese silencio, y hasta puede que miradas y caricias. Pero todo ello anecdótico. Me pregunto: ¿podría Don Juan soportar ese silencio?, ¿esa meditación sobre su destino? Yo creo que no podría, temeroso de encontrar en ese silencio alguna contradicción que le llevase al arrepentimiento. El amor tras la conquista y el goce no tiene por qué morir. Pero Don Juan nunca lo sabrá, preso de su acción frenética, y ahí está el límite de su lucidez. Opta siempre por huir, aunque sea hacia delante. Por otra parte, Werther ni siquiera puede dar un paso sin volver la vista atrás.

Tal vez el amor humano que ando rondando se encuentre cómodo en la metáfora del paseo: ritmo pausado, atención a los detalles del camino, apertura al misterio tras cada curva, y la legitimidad tanto para conmoverse como para asquearse, según lo que depare el paseo. Sin embargo, este amor coincide con el de Don Juan en saber que “un destino no es una sanción” y, por tanto, en que no puede haber castigo. Don Juan se vale de eso para hacer trampas y ganar siempre. Pero yo no quiero hacer trampas y estoy dispuesto a ver la grandeza de mi apuesta incluso en la derrota y la humillación.

Tal vez el amor humano que ando rondando se encuentre cómodo en la metáfora del paseo: ritmo pausado, atención a los detalles del camino, apertura al misterio tras cada curva…

Libertad para amar

Entonces el amante puede volverse conquistador y en su aventura renunciar a toda justificación. El error más habitual en este punto es identificar el amor fiel con el amor eterno. Pero el amor fiel no es una unificación, como diría Camus, sino una multiplicación que siempre queda abierta, hasta el despreciable límite de la muerte: “¿Por qué habría de ser necesario amar raras veces para amar mucho?”, se pregunta Camus. Es una justa cuestión. Pero tampoco es necesario amar a muchos seres para multiplicar las formas de amar. El vacío que invalida el conocimiento absoluto del otro (y de uno mismo) nos permite afirmar que las experiencias del amor son inagotables, dentro de una relación cerrada. Tampoco se piense que todas esas experiencias van a ser románticas y placenteras. Eso sería una estupidez imperdonable. Yo puedo amar a una mujer y tratar de construir una vida con ella y al mismo tiempo tener plena conciencia del absurdo que ello supone. Bien. Eso no me impedirá continuar, al contrario, me garantiza la libertad para hacerlo. Esa libertad que radica en el conocimiento de lo efímero y lo ambiguo de todo el asunto. Y esa mujer, si me ama con una conciencia similar, también será libre. Al final, los dos moriremos, pero antes habremos vivido una vida de desgarramiento, pasión y conocimiento.

"Calígula", de Albert Camus, en edición de Alianza.
«Calígula», de Albert Camus, en edición de Alianza.

Hay una última cosa que dejar clara. Una verdad de las muchas que encontramos en Calígula, encarnada en ese diabólico y genial emperador romano: el amor no basta. No es suficiente con amar. Pero tal vez sea necesario, al menos, amar para saber. Amar incluso hasta el patetismo de la vejez para exprimir los distintos rostros del escándalo absurdo. Se me podrá decir que se corre el riesgo de acomodarse y de aceptar consuelos inaceptables para una conciencia que solo quiere mantenerse como es entre todo lo que la niega. Es cierto, puede pasar. Pero aquí estoy suponiendo en todo momento cierta honestidad de la que nace la fuerza fundamental para no ceder ante las causas perdidas.

Eso es el amor humano: una causa perdida. Sí, una causa perdida a la que entregar el corazón sin temer al ridículo. Las otras causas, esas que siempre encuentran su legitimación y su discurso, las causas de los “vencedores” no nos interesan. Son casi siempre una pantomima para humillar a los individuos. Y, ante todo, un amante es un individuo que elige rebelarse contra lo más bochornoso de su condición: su aislamiento. La victoria siempre le es negada. No así su guerra.

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