La revista Civiltá Cattolica Iberoamericana dedicaba en su número de junio un artículo a la multitarea –Multitarea, oportunidad o dispersión–, fenómeno cada vez más patente de nuestra época. ¿Cómo nos afecta? ¿Es una ventaja o, por el contrario, un tiro en el pie? Lo analizamos a fondo de la mano de S. I. Giovanni Gucci.
¿Qué es lo que entendemos por «multitarea»? El término viene del inglés, concretamente de «multitasking», es decir, la capacidad de realizar al mismo tiempo una serie de funciones, tareas, compromisos y relaciones diferentes.
Hoy, la multitarea es masiva. Tenemos tal cantidad de opciones, tecnologías y hábitos que la favorecen que podemos encontrarnos con este fenómeno en casi cada esquina. Con la popularización de los smartphones, las tablets y los ordenadores personales, podemos estar tumbados en el sofá viendo una serie y, al mismo tiempo, comprando por internet, leyendo las noticias, charlando con amigos en redes sociales y hasta jugando a videojuegos. Todo queda a golpe de un clic gracias a la red y los nuevos dispositivos. También ocurre en nuestro trabajo, donde podemos estar escribiendo un texto al tiempo que consultamos el correo, gestionamos nuestra agenda y contactamos con posibles clientes o colaboradores.
Problemas asociados de los pocos que hablan
Realmente la multitarea es un eco de la propia naturaleza humana, que tiende a actuar en varios frentes a la vez. Nos gusta tener muchas opciones, no perdernos nada y estar al corriente de todo. Es cierto que la revolución digital ha facilitado estos comportamientos hasta el punto de que se habla de “aumento mental”. De hecho, ya se dice que las generaciones nuevas, que han nacido bajo estas posibilidades tecnológicas y las tienen desde la cuna, están especialmente capacitadas para ejercer esta actividad múltiple.
Sin embargo, la multitarea tiene un reverso tenebroso del que pocos hablan. Y es que ese citado “aumento mental” –nunca probado– tiene unos costes y pérdidas de los que es necesario ser consciente y evitarlos en la mayor medida posible. Por mucho que nos creamos que somos superhombres, la realidad es que nuestra estructura fisiológica no cambia a la velocidad que lo hacen nuestros hábitos, y la mente humana no está hecha para tratar varias cosas a la vez, al menos si lo que buscamos es conseguir la excelencia en dichas prácticas.
La capacidad intelectual y la profundidad de pensamiento se pierden en buena medida cuando se dedican a numerosos frentes, al tiempo que dificultan el desarrollar una capacidad de compromiso con la tarea encomendada. Ese es el más grave riesgo de hacerlo todo a la vez. La multitud de archivos y estímulos a los que nos sometemos hacen que nuestra atención se resienta, provocando que no demos lo mejor de nosotros mismos cuando dividimos nuestra mente en varios objetivos.
La multitud de estímulos a nuestro alrededor y el exceso de variedad de tareas a un tiempo hacen que nuestra atención y capacidad de concentración se resientan
Los procesos de aprendizaje se apoyan en un delicado equilibro entre la cantidad de información que tenemos disponible y los límites que tiene nuestra memoria. Por mucho que nos guste la idea de que esta se amplifica al tratar varios temas y actividades a la vez, no es así. Es esencialmente la misma, y el bombardeo informativo y de estímulos no solo no la desarrolla, sino que la atrofia, según dictaminan muchos estudios al respecto. Se calcula que la memoria humana no es capaz de retener más de siete estímulos a la vez. Si habláramos en términos de información digital, podríamos decir que no somos capaces de procesar más de 126 bits de información por segundo.
¿Nos cuesta creerlo? Prueba a hablar por teléfono con alguien que esté viendo la TV o jugando a la videoconsola. O, haciendo autocrítica, la calidad de un trabajo complejo mientras escuchas la radio. La atención se reduce considerablemente. Se torna superficial, y eso se traduce en el desarrollo de la actividad llevada a cabo. Y no es una situación que se deba a que hemos practicado poco, o a que no estemos acostumbrados; es sencillamente que la atención requiere tener presencia de uno mismo y concentración en un aspecto concreto de la realidad que nos rodea.
El cerebro, como órgano, actúa como un músculo: con el debido entrenamiento se mantiene vivo, se fortalece y se mantiene saludable. Para ello ha de ponerse a prueba, experimentar esfuerzo y desarrollar actividades de dificultad gradual, de manera que cada vez sean más exigentes y difíciles. Si nos mantenemos en un ambiente de ejercicio superficial, le ocurre lo mismo que le ocurre a nuestros brazos o nuestras piernas en ausencia de ejercicio: se atrofia y se vuelve torpe.
Si queremos hacer algo de la mejor manera, con plena consciencia y resultados que den buen fruto, es necesario centrar toda nuestra mente en esa actividad. Es decir, hemos de hacer sola una cosa en cada momento. Pasar de un tema a otro con relativa velocidad nos restará efectividad, al tiempo que supondrá un costoso peaje en lo que aprendizaje se refiere. De hecho, ese continuo cambio dificulta nuestro desarrollo en cada actividad, ya que reduce nuestra capacidad para concentrarnos, mantener la atención focalizada y aislarnos de las distracciones.
Para aprovechar al máximo nuestras capacidades es preferible afrontar las tareas de una en una
Otro ejemplo: hay muchas personas que disfrutan de su ocio en modo multitarea. Gustan de leer varios libros a la vez (porque no siempre quiere uno leer lo mismo en cada momento del día) o ver diferentes series (por la misma razón). Esta actividad puede ser gozosa, pero también son muchos los que terminan por abandonarla cuando constatan que, por ejemplo, pierden el hilo de la historia que leen, o mezclan narraciones. A mayor número de elementos, más complicado se vuelve mantenerlos separados.
Multitarea: un problema generacional
La tendencia a la multitarea se presenta cada vez más extendida en nuestro mundo y empieza a mostrar graves repercusiones en ámbitos como el laboral y el escolar. No deja de ser llamativo la alerta por parte de profesionales psiquiátricos y psicológicos, que ven una relación entre el aumento actual de problemas psicológicos y emocionales con el auge de las nuevas tecnologías. Déficit de atención, ansiedad, depresión, falta de autoestima, etc. Y no solo afectan a la mente, sino que también se aprecian tendencias problemáticas en otros aspectos fundamentales de la vida como el descanso y la alimentación.
Todo esto tiene un perturbador destino: la incapacidad para proyectar una acción o compromiso en el futuro. La abundancia de opciones dificulta enormemente nuestra capacidad de hacer una elección, especialmente cuando esta es una vocación a largo plazo. Es un hecho constatable en muchos jóvenes hoy día –aunque también se ha observado en adultos a lo largo de la historia–: la incapacidad de terminar nada de lo que empiezan. Diversos estudios desarrollados en los últimos años demuestran que existe una situación de descenso generalizado en la elección de una actividad vocacional y en un 76% de los casos el motivo es el mismo: es mejor dejar algunas puertas abiertas. La incapacidad de comprometernos con una opción de vida.
La incapacidad de hacer elecciones y comprometernos puede traducirse en un profundo sentimiento de inestabilidad, lo contrario de lo que exige la vida
Esto a nivel filosófico y mental es un serio problema. Si no somos capaces de establecer prioridades, de anteponer lo que es necesario a lo secundario, nos veremos bloqueados a largo plazo. Más aún, generará en nuestra psique un desorden moral serio, porque no vivimos conforme a ninguna creencia o punto de referencia concreto. Todo eso conduce directamente a un profundo sentimiento de inestabilidad que es contrario a lo que exige la vida: estabilidad, sentido, fe en el orden. Y lo peor es que esa incertidumbre se perpetúa en edades posteriores, motivo por el cual asistimos hoy a un fenómeno también especialmente llamativo e ilógico: la prolongación de la adolescencia.
La solución, en las manos de cada uno
Por suerte, el conocimiento de estas posibilidades es lo que nos permite tomar conciencia de ellas y poner en funcionamiento las herramientas necesarias para solucionar o paliar el problema. Por mucho que dichos comportamientos estén cada día más implantados en nuestra sociedad, no dejamos de tener un cerebro y una voluntad que guía nuestros actos, lo que significa que somos libres para decidir cómo actuar. Podemos, por ejemplo, organizar nuestras actividades mediante horarios, de manera que hagamos un uso adecuado de nuestro tiempo que limite el saltar de una actividad a otra continuamente, realizar pausas cortas que nos distancian de dicha la actividad que estemos realizando (uno de los espejismos del multitasking es que, al pasar de un tema a otro, no descansamos y nos produce la sensación de que, en efecto, trabajamos más, lo que no significa que lo hagamos mejor o que rindamos lo mismo). También existen técnicas hoy de moda, como el mindfulness (que consiste en aquello que queremos desarrollar: la capacidad de mantener nuestra concentración en el presente, en un solo aspecto, como nuestra respiración, los latidos de nuestro corazón, el sonido ambiente, etc.), la meditación, la respiración controlada, etc.. Estas pueden ayudarnos a ejercitarnos en focalizar nuestra atención, igual que todas aquellas actividades que nos permitan recuperar la interioridad, como puede ser dedicar espacios de tiempo a la reflexión personal o, en caso de personas religiosas o espirituales, la oración.
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