Aunque separados espacial y temporalmente, Jean de La Bruyère, el marqués de Vauvenargues, La Rochefoucauld y Georg Christoph Lichtenberg compartieron un refinado gusto por las sentencias breves y directas. Estos maestros del aforismo demuestran que, en ocasiones, las frases pueden sustituir la complejidad y extensión de todo un sistema filosófico.
Por Carlos Javier González Serrano
Ya explicaba Baltasar Gracián en su Oráculo manual y arte de prudencia, publicado en 1647 (obra de furibundo éxito en los entornos cultos de los siglos XVII a XIX, un éxito que aún hoy perdura), que «lo bueno, si breve, dos veces bueno». Con tan sencilla máxima daba a entender que la brevedad, lejos de ser un defecto de forma, puede llegar a convertirse en la mejor arma de un escritor. De un buen escritor, se entiende. Si la cabeza de quien escribe está hueca, no contiene nada de utilidad que pueda comunicar, siempre será conveniente seguir el postrero dictado wittgensteiniano del Tractatus: de lo que no se puede hablar es mejor callar.
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