«La vida no es fácil para ninguno de nosotros. Pero ¡qué importa! Hay que perseverar y, sobre todo, tener confianza en uno mismo. Hay que sentirse dotado para realizar alguna cosa y esa cosa hay que alcanzarla, cueste lo que cueste». A la joven polaca Maria Sklodowska le costó mucho, pero se negó a quedarse por el camino. Quería ser científica en un país y una época en que las mujeres no podían ir a la universidad. Deseaba dedicarse a la investigación, aunque todo estaba en su contra para acceder a ella. Tenía dos opciones: desistir y que sus deseos no pasaran de un sueño en su imaginación o enfrentarse a todos los obstáculos para conseguirlo. Con los años, la historia de la ciencia se encargaría de poner en valor su enorme esfuerzo y su trabajo y pasó a ser conocida universalmente como la brillante Marie Curie, francesa, nacionalidad que adoptó.
Amor por la ciencia y la educación
Maria Salomea Sklodowska nació el 7 de noviembre de 1867 en Varsovia (Polonia). Era la quinta hija de Wladyslaw, profesor de física y matemáticas, y Bronislawa, directora de un centro escolar de chicas. Así que algo de su amor por la ciencia y la educación ya estaba en sus venas y sus genes. Por entonces, la mayoría de Polonia estaba ocupada por el Imperio ruso. Maria asistía a clases clandestinas en las que le enseñaban la cultura polaca. A las dificultades del país se unían las económicas de su familia y dos desgracias personales: siendo aún una niña, vio morir de tifus a su hermana Zofia y, dos años después, a su madre, de tuberculosis, cuando Maria solo tenía 10 años.
En 1883, terminados sus estudios secundarios, sufrió una depresión de la que se recuperó pasando casi un año en el campo, en casa de unos familiares. En un país en el que las mujeres tenían prohibido el acceso de la universidad, Maria Sklodowska no podía entrar en ella. O al menos no de la forma en que debería, como los hombres. A su regreso a Varsovia en 1884, ingresó con su hermana Bronislawa en la clandestina «universidad flotante», una institución de educación superior que admitía a estudiantes mujeres en sus clases.
En un país en el que las mujeres tenían prohibido el acceso de la universidad, Maria Sklodowska entró en la clandestina «universidad flotante», un centro de educación superior que admitía a alumnas
El importante viaje a París
En otoño de 1891, con 24 años, viajó a París invitada por su hermana Bronislawa, que ya estudiaba en la capital francesa. Allí se instaló Maria Sklodowska y allí «afrancesó» su nombre cambiándolo por Marie. Se mantenía como podía, con ahorros que tenía por haber trabajado como institutriz en Varsovia, la poca ayuda que le podía enviar su padre y el apoyo de su hermana. Se matriculó en la universidad con una beca y consiguió una doble licenciatura, en Física, en 1983, y Matemáticas un año después. Empezó su carrera científica investigando las propiedades magnéticas del acero.
En abril de 1894 conoció a Pierre Curie. Parisino, había estudiado Física en la Sorbona y era instructor en la Escuela Superior de Física y Química Industriales de París. Marie buscaba un laboratorio más grande para sus investigaciones y un compañero los puso en contacto. El interés de los dos por la ciencia los hizo muy amigos. Pero Pierre quería algo más. Quería casarse con ella y se lo pidió. Su respuesta fue no. Deseaba volver a Polonia, le dijo. «Sería precioso si pudiéramos pasar nuestra vida cerca uno de otro, hipnotizados por nuestros sueños: tu sueño patriótico, nuestro sueño humanitario y nuestro sueño científico», le escribió él. Esta vez la respuesta fue un sí.
Se matriculó en la universidad de París con una beca y consiguió una doble licenciatura, en Física, en 1983, y Matemáticas un año después
Una boda, una tesis doctoral… y por fin el éxito
El 26 de julio de 1895 se casaron. En 1897 nació su primera hija, Irène, y 7 años más tarde, la segunda, Ève. Después del nacimiento de Irène, Marie decidió hacer su tesis doctoral. Röntgen había descubierto los rayos X en 1895 y, en 1896, otro científico, Becquerel, observó que las sales de uranio emitían otro tipo de rayos que también tenían la capacidad de atravesar otros materiales. Así que, partiendo de estos datos, Marie Curie quiso investigar por su cuenta, con la colaboración de su marido, qué eran esos rayos y por qué se producían. «Estoy entre aquellos que piensan que la ciencia tiene una gran belleza. Un científico en su laboratorio no es solo un técnico: también es un niño ante fenómenos naturales que le impresionan como un cuento de hadas», pensaba Marie Curie. «La humanidad necesita hombres prácticos, capaces de sacar el mayor provecho de su trabajo, y, sin olvidar el interés general, salvaguardar sus propios intereses. Pero la humanidad también necesita soñadores, para quienes el desarrollo de una tarea sea tan cautivante que les resulte imposible dedicar su atención a su propio beneficio».
Trabajando en condiciones precarias y con muchas dificultades económicas, encontraron dos nuevos elementos químicos: el polonio y el radio. «Si la existencia de este nuevo metal se confirma, proponemos que se denomine polonio, por el nombre del país de origen de uno de nosotros», escribió el matrimonio Curie en un artículo científico publicado en 1898 en la revista de la Academia de Ciencias Francesas. Ese fue el homenaje a su Polonia natal. «Marie Curie amaba y mucho a su país de origen», contaba José Manuel Sánchez Ron, autor de Marie Curie y su tiempo (editado por Booket), doctor en Física, catedrático de Historia de la Ciencia en el departamento de Física teórica de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española, en una conferencia en la Fundación Juan March en febrero de 2012. «En aquella publicación anunciaban el descubrimiento de un nuevo elemento químico radiactivo, es decir, que emitía constantemente sin razón aparente radiaciones y, por tanto, energía». Habían descubierto lo que sería un remedio esencial para muchos males, el cáncer entre ellos.
El científico Becquerel observó que el uranio emitía un tipo de rayos que atravesaban otros materiales. Partiendo de estos datos, Marie Curie investigó junto a su marido qué eran esos rayos y por qué se producían. Encontraron dos nuevos elementos químicos: polonio y radio
Los premios Nobel
En 1903 recibieron el premio Nobel de Física junto a Becquerel. En realidad, el premio era originalmente para Pierre, pero él no lo aceptaba si no se reconocía también el trabajo de su mujer. A partir de este momento todo mejoró en sus vidas. Llegaron la fama y los reconocimientos. En 1904, a Pierre Curie lo nombraron catedrático de Física en la Universidad de París, y en 1905, miembro de la Academia Francesa. Nunca una mujer había ocupado estos cargos, por eso no fueron para Marie Curie, a pesar de que el principal mérito de los hallazgos era suyo. La felicidad se rompió un año después: en 1906, Pierre moría atropellado por un coche de caballos. Marie, a pesar de la nueva depresión que este suceso le provocó, continuó con su trabajo y, entonces sí, ocupó la cátedra de su marido en la Sorbona. Era la primera mujer profesora en la Universidad de París.
En 1911 recibió el segundo Nobel, el de Química, envuelto en polémica porque en él se mezclaron los asuntos profesionales con los personales. Después de la muerte de su marido, Marie Curie comenzó una relación con otro científico, Paul Langevin, que estaba casado. El escándalo hizo que Madame Curie recibiera una carta de un miembro de la Academia sueca animándola a no ir a recoger el Nobel. Esta fue la respuesta de la científica, perfectamente actual hoy, un siglo después:
«El premio me ha sido concedido por el descubrimiento del radio y del polonio. No hay ninguna relación entre mi trabajo científico y los hechos de mi vida privada que se pretenden invocar contra mí en las publicaciones de baja estofa. No puedo aceptar que la apreciación del mérito de un trabajo científico pueda verse influenciada por las difamaciones y calumnias en relación a mi vida privada».
Lógica respuesta para alguien que opinaba: «Sé menos curioso acerca de las personas y más curioso acerca de las ideas». Unos años después creó el Instituto Curie en París y en Varsovia, centros de investigación médica.
Al morir Pierre, Marie Curie ocupó la cátedra en la Sorbona de su marido. Era la primera mujer profesora en la Universidad de París
Queridas hijas…
Cuando Pierre Curie murió en aquel accidente, sus hijas eran todavía muy pequeñas: Irène tenía nueve años y Ève, dos. Las cartas que se escribieron las tres según las niñas iban haciéndose mayores, hasta la muerte de la madre en 1934, fueron publicadas por la editorial Clave Intelectual en el libro Marie Curie y sus hijas. Cartas en una edición de Hèlène Langevin-Joliot, hija de Irène, nieta de Marie, junto a Monique Bordry, exdirectora del museo Curie. A través de ellas podemos conocer de primera mano la estrecha relación que siempre mantuvieron estas tres mujeres brillantes.
El 1 de agosto de 1914, con la Primera Guerra Mundial empezando, desde París, Marie Curie escribe:
Querida Irène, querida Ève:
Las cosas se están poniendo feas y estamos pendientes de que en cualquier momento llegue la movilización. (…) Si la guerra no estalla enseguida, me reuniré con vosotras el lunes. Si no, si me resulta imposible viajar, me quedaré aquí y os traeré de vuelta en cuanto sea posible, es decir, cuando haya terminado la movilización y los trenes puedan llevar civiles. (…) Irène, tú y yo procuraremos ser de alguna utilidad. (…) Sea como fuere, las comunicaciones por ferrocarril ya parecen complicadas, ayer mismo el aspecto de la estación de Montparnasse resultaba excepcionalmente apresurado y tenso. Os mando un beso con todo mi cariño.
Vuestra madre
Irène, ¿has visto que han asesinado al pobre Jaurès? Qué cosa tan triste y abominable.
Marie Curie, Madame Curie, murió de una fuerte anemia el 4 de julio de 1934. En la época, aún no se conocían los efectos nocivos de la radiación y los Curie realizaban sus investigaciones sin la seguridad necesaria. Su anemia sin solución fue consecuencia del trabajo. Su hija mayor, Irène, también obtuvo el premio Nobel de Química, en 1935, un año después de la muerte de su madre.
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