De la mano del filósofo Gabriel Albiac, Tecnos publica la que es la edición más rompedora de uno de los clásicos de la filosofía: Pensamientos, de Blaise Pascal. Un libro póstumo en el que el pensador y matemático francés analizó el papel que juega la fe (en este caso, la cristiana) en nuestra vida.
Por Jaime Fdez-Blanco Inclán
Noviembre de 1654. Blaise Pascal, uno de los matemáticos y científicos más brillantes de su generación y su país (Francia), sufre un cambio drástico que hará que su vida y su visión de la misma nunca vuelva a ser igual. En las décadas anteriores ha sufrido tremendos desgarros vitales, de su salud, en su familia, en sus expectativas vitales, etc. Y se rinde. En ese momento, tal y como nos relata en este libro de Tecnos Gabriel Albiac, Blaise Pascal cae “fulminado” por esa potencia aniquiladora que llama conversión. Asume que nunca alcanzará la meta de convertirse en un gran señor, pero se crea otra: convertirse en un buen cristiano. Y a dicho fin dedicará la mayor parte de la década que aproximadamente le queda de vida. Como recordatorio, un manifiesto anotado sobre la marcha en un arrugado papel, el cual recubre con una copia en pergamino y que ya por siempre llevará consigo, oculto en un bolsillo.
«Debemos creer. No por prueba, sino por convencimiento». Blaise Pascal
Qué cuenta
¿Por qué decimos que la conversión de Pascal es aniquiladora? Porque, como cristiano que es, Pascal busca encontrar la Verdad cristiana, que implica, necesariamente, despertar de este sueño diabólico que -considera- es la vida. “El consuelo de las cosas de este mundo ofende a Dios, que ha sido sacrificado por ese mismo mundo”. Para que el ser humano pueda retornar a la gracia de Dios, del cual se ha escindido, es necesario que se produzca ese acto de renuncia absoluta frente al mundo. Eso y no otra cosa es la conversión. La aniquilación del Yo. El abandono voluntario del Ser. La “nihilización” -como la define Albiac-. Así lo explica el propio Pascal: “El sueño es la imagen de la muerte, decís. Yo digo que es, más bien, la imagen de la vida”. Para vivir realmente hemos de huir de este mundo moribundo y refugiarnos en el más allá que Cristo promete.
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