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El precio del progreso

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«La fe en el progreso —la promesa y la premisa de la civilización— se derrite como un glaciar», comienza diciendo Christopher Ryan en «Civilizados hasta la muerte», publicado por Capitán Swing.

«La fe en el progreso —la promesa y la premisa de la civilización— se derrite como un glaciar», comienza diciendo Christopher Ryan en «Civilizados hasta la muerte», publicado por Capitán Swing.

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Desde tiempos de la Revolución Industrial, y con el auge del positivismo a finales del siglo XIX, hemos vivido sujetos al imperativo del progreso. Un concepto que Christopher Ryan cuestiona en Civilizados hasta la muerte, contundente y revelador ensayo en el que pone sobre la mesa el precio que hemos tenido que pagar por esa continua y quizá mendaz sujeción al continuo progreso.

Por Carlos Javier González Serrano

FILOSOFÍA&CO - COMPRA EL LIBRO Civilizados hasta la muerte
Civilizados hasta la muerte, de Ryan (Capitán Swing).

Christopher Ryan comienza este necesario manifiesto contra el progreso, publicado por Capitán Swing, con una constatación: «La fe en el progreso —la promesa y la premisa de la civilización— se derrite como un glaciar». Resulta indudable que los avances científicos y tecnológicos han mejorado nuestro mundo hasta convertirlo en un lugar más cómodo y accesible, pero quizá no más habitable, pues, como asegura el autor, «un análisis detallado permite observar que muchos de los supuestos dones de la civilización son poco más que una compensación parcial por el precio que ya hemos pagado, o que en realidad causan tantos problemas como afirman resolver».

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Hace ya más de tres siglos, el filósofo Jean-Jacques Rousseau no tuvo reparos en denunciar que toda civilización acaba por destruir el componente más bondadoso y humano de nuestra sociedad. Y es que, si echamos un vistazo a nuestro alrededor, por ejemplo en el ámbito de la medicina, han aparecido nuevas vacunas para subsanar males que, precisamente, los propios humanos hemos puesto sobre la mesa: han surgido enfermedades infecciosas que nunca fueron un problema hasta que comenzamos a domesticar animales de manera industrial y desproporcionada (y también, por supuesto, masiva y cruel). Ryan no se muerde la lengua a la hora de denunciar estos hechos: «La gripe, la varicela, la tuberculosis, el cólera, las enfermedades cardíacas, la depresión, la malaria, la caries, la mayoría de los tipos de cáncer y casi todas las enfermedades importantes responsables de causar sufrimiento a gran escala a nuestra especie derivan de algún aspecto relacionado con la civilización: animales domesticados, pueblos y ciudades densamente poblados, alcantarillas abiertas, alimentos contaminados con pesticidas, perturbaciones en nuestro microbioma, etc.».

Los escenarios distópicos se han convertido en moneda de uso corriente y, lo que es más preocupante, se han vuelto más reales y amenazantes

Ryan defiende que el progreso, la ilusión básica de nuestra era, se ha agotado. Además, los escenarios distópicos (cuando antes la utopía era lo más característico del progreso) se han convertido en moneda de uso corriente y, lo que es más preocupante, se han vuelto más reales y amenazantes: vertidos de petróleo y desperdicios al océano, niveles apabullantes de CO2, y todo, afirma Ryan, «mientras que los partidos políticos nombran a patanes que son incapaces de ponerse de acuerdo sobre qué está sucediendo, y ya no digamos sobre qué hacer al respecto».

También el psicoanalista Carl Jung, privilegiado analista de su tiempo y predilecto discípulo de Freud (aunque su relación acabó muy deteriorada), explicaba en sus días que se vive con una «pérdida de vinculación con el pasado», sin arraigo alguno, lo que conduce a vivir «más del futuro y de sus promesas quimeras de una era dorada que del presente». Y en sus memorias, apuntaba: «Desenfrenadamente se arroja uno a lo nuevo llevado por un creciente sentimiento de insatisfacción, descontento y desasosiego. No se vive ya de lo que se posee, sino de promesas, no a la luz del presente día, sino en las tinieblas del futuro en que se aguarda el auténtico amanecer». Igualmente, el célebre economista Keynes escribía en 1928: «Por primera vez desde la creación, el ser humano se enfrentará con su problema real, su problema permanente: cómo usar su libertad respecto de las preocupaciones económicas, cómo ocupar su ocio, que la ciencia y el interés habrán ganado para él».

Ya nos encontramos en ese tan ansiado futuro, y las cosas, lejos de mejorar, han empeorado en muchos campos de nuestra existencia. De forma muy amena y enriquecedora, Christopher Ryan repasa y analiza todos los testimonios que desde el pasado nos vienen avisando de los peligros de centrarnos en ese nunca alcanzado, pero siempre anhelado, progreso. Pero, como él mismo apunta, «cuando uno avanza en la dirección equivocada, el progreso es lo último que se necesita. El progreso que define nuestra época a menudo se parece más a la progresión de una enfermedad que a su curación. La civilización a menudo parece estar tomando velocidad con la misma vertiginosidad con la que desaparecen las cosas por el desagüe».

«¿Acaso la feroz creencia en el progreso es una especie de analgésico, un antídoto de fe en el futuro para un presente cuya contemplación resulta demasiado aterradora?». Christopher Ryan en Civilizados hasta la muerte

Más allá del sustancioso y muy instructivo desarrollo de las críticas al progreso que lleva a cabo en este muy recomendable Civilizados hasta la muerte, el aspecto fundamental del libro de Ryan es que nos invita a pensar y cuestionar nuestro mundo. Dónde estamos, qué hicimos, qué haremos y, sobre todo, qué tipo de ficciones nos estamos contando para quedar tranquilos sobre nuestra posición y nuestras acciones en el escenario que ocupamos. Y se pregunta: «¿Acaso la feroz creencia en el progreso es una especie de analgésico, un antídoto de fe en el futuro para un presente cuya contemplación resulta demasiado aterradora?». Lo que nos diferencia de otras civilizaciones (Roma, Sumeria, Grecia, Egipto o los mayas) es que todas sus crisis desembocaron en problemas y conflictos regionales, pero la civilización que ahora se derrumba a nuestro alrededor es global.

El gran mérito del libro de Ryan es que nos empuja a reflexionar sin sentirnos dogmatizados o violentamente dirigidos. A través de un análisis descriptivo de cuanto nos rodea y tras mostrar diferentes testimonios del pasado, Civilizados hasta la muerte reúne un imprescindible material para preguntarnos si hemos instrumentalizado nuestras acciones y nuestro entorno hasta el punto de que ni siquiera ya seamos libres para elegir lo que está por llegar. «Cada día creamos el mundo que nosotros y nuestros descendientes vamos a habitar», concluye.

La obra toma partido, desde luego, pero pone ante el lector numerosas vías para que este pueda decantarse por la que considere más oportuna. Más justa. Más humana. Ryan habla de la «aceptación», en contraposición a las constantes «negociación y depresión» a la que nos aboca la enfermiza obsesión por el progreso. El autor plantea, en fin, una atenuación del sufrimiento individual y global, reemplazando las estructuras multinacionales jerárquicas por redes progresistas de pares y colectivos organizados horizontalmente, construyendo una infraestructura energética más local y menos contaminante, reduciendo el gasto armamentístico y reorientando los recursos hacia una renta básica global que fomentara una reducción de la población mundial de forma inteligente y no coercitiva. Y asegura: «Una vez empezáramos a recorrer esta senda, cada paso nos acercaría a un futuro que reconoce, celebra, honra y reproduce los orígenes y la naturaleza de nuestra especie. Este es, en mi opinión, el único camino a casa».

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