Todos hemos escuchado alguna vez aquello de que «crisis significa oportunidad» y, aunque quizás no siempre sea cierto, lo que está claro —y ahora mismo podemos comprobarlo con la pandemia— es que los paradigmas cambian radicalmente después de los momentos más oscuros. Esto fue lo que sucedió en la Atenas de Epicuro, que había nacido en la isla griega de Samos.
Para comprender de dónde nace la motivación de fundar el Jardín hay que fijar la vista en las transformaciones geopolíticas que estaban sucediendo en el siglo III a. C. Tras las conquistas de Alejandro Magno y las disputas que causó su muerte sin heredero en el 323 a. C, el Imperio quedó dividido en múltiples monarquías. La organización en polis (ciudades-estado independientes) se derrumba, lo que supone el cuestionamiento de la ética y de la concepción del hombre como microcosmos que traía consigo. Aquellos lugares como la asamblea o el ágora que simbolizaron la igualdad de palabra y la igualdad ante la ley (isegoría e isonomía) ahora habían dejado de representar a muchos ciudadanos.
En consecuencia, algunos como Epicuro comenzaron a identificar la política y la sociedad en general con una fuente de dolor, conflicto y austeridad innecesaria. Veinticuatro siglos de historia después, sabemos que, cada vez que una democracia se desvirtúa, existen dos caminos a coger: quedarse y luchar por devolverle el sentido —quizás darle uno nuevo— al sistema o desmarcarse y empezar de cero. Esta segunda vía fue la que el filósofo de Samos optó por ser la que conducía a la felicidad a través de la búsqueda retirada de la sabiduría.
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De esa manera, en torno a sus 35 años, funda en una pequeña propiedad a las afueras de Atenas lo que conocemos como el Jardín, su escuela filosófica. Si recordamos su pensamiento, el modelo de felicidad epicúreo es el de la vida sin perturbaciones, es decir, el vivir como dioses. Para él, los dioses nunca intervienen en las vicisitudes del mundo humano porque en este todo se mueve aleatoriamente debido a los átomos, que no tienen un fin determinado, o, dicho de otro modo, no existe la teleología.
Esta ausencia de perturbaciones —llamada en griego ataraxia— y el placer eran los dos principios que congregaban en el Jardín a Epicuro y su pequeño grupo de amigos. A pesar de huir del tumulto de la sociedad, son conscientes de que la amistad es imprescindible, puesto que es la única capaz de equilibrar el alma. El placer debe ser compartido, pero solo con amigos. La convivencia con alguien que no es nuestro amigo trae la perturbación. Eso sí, debemos reconocer un punto a su favor: en el Jardín se aceptaba a cualquier persona, tanto ciudadanos libres como esclavos, a hombres y a mujeres.
Nuestras amistades deben ser un fin en sí mismo y no debemos verlas de forma utilitarista. Una de las formas habituales de celebrar esta amistad y el placer común era a través de banquetes. Del mismo modo que para los sofistas —especialmente para Protágoras— el hombre era la medida de todas las cosas, para Epicuro la medida se encuentra en el vientre; es lo que podríamos llamar una gastrometría. No todos los placeres tenían el mismo valor como proponían otros como Aristipo de Cirene, para quien un placer no se diferenciaba del resto. Epicuro los organizaba en una jerarquía: existen los placeres superfluos, como la riqueza o el deseo de ser inmortal, mientras que hay otros primordiales, unos para sobrevivir, como el alimento, y otros para la felicidad, como es la ataraxia. Por eso, el Jardín, alejado de todo lo que produce perturbación, era el lugar perfecto de convivencia para cultivar solo los placeres propicios.
Para acabar, un libro y una curiosidad: Anatole France, premio Nobel de Literatura en 1921, escribió en 1895 un libro titulado El jardín de Epicuro. En esta obra, repleta de aforismos, diálogos ficticios, pequeños ensayos y cartas, France nos muestra su postura sobre algunos de los temas más importantes de la filosofía de una forma amena a la vez que irónica y certera. Y una última reflexión, en griego, idiota (ἰδιώτης) era un término que hacía referencia al individuo que solo se hacía cargo de lo privado y daba la espalda a las obligaciones públicas. Entonces, recordando la crisis política que estaba teniendo lugar y la separación en dos vías de actuación posibles, ¿deberíamos considerar a Epicuro un idiota por fundar el Jardín?
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Mercedes López Mateo (Murcia, 1998) es graduada en Filosofía, Política y Economía. En la actualidad es investigadora predoctoral en el programa de Filosofía y Ciencias del Lenguaje (UAM), con una tesis sobre el arraigo comunitario desde la filosofía de Simone Weil. Asimismo, coordina la revista académica internacional Argumenta Philosophica (Herder), y ha publicado Simone Weil (2023) con Libros de FILOSOFÍA&CO.
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