¿Qué ocurre cuando la poesía y la filosofía se encuentran? La filósofa colombiana Daniela Pabón reflexiona sobre ello, sobre lo que ella describe como «una relación de amor».
Por Daniela Pabón, filósofa y profesora de Filosofía y literatura en la Universidad del Norte, Barranquilla (Colombia)
Zambrano escribe en La Cuba secreta que «los secretos verdaderos no consisten en ser desvelados, lo que constituye su máxima generosidad, ya que al dejar de ser secretos dejarían vacío ese lugar que en nuestra alma le está destinado. Nuestra vida sería desamparada de su amorosa presencia. Porque un secreto es siempre un secreto de amor» (Zambrano, 2006, p. 280). Debo confesarles que llevo mucho tiempo intentando develar el secreto de mi obsesión. Develar el secreto de mi obsesión es mi obsesión.
Las palabras de Zambrano explican muy bien lo que me pasa. Desde que empecé a estudiar filosofía me fascina su relación con la poesía, y esta es una relación de amor. Mi fijación es el lugar exacto en el que se rozan la una con la otra, el instante exacto en el que la piel de una se confunde con la otra, el instante exacto, al que nunca llego a tiempo, siempre está por pasar, o ha dejado de pasar.
Quedo atrapada en el velo que el lenguaje sostiene cuando pierde sus funciones prácticas, cuando el conocimiento se hace misterio y el pensamiento deviene intensidad, busco lo que esconde, busco el secreto que guardan entre ambas. Estoy condenada, si algún día lo develo, viviré una gran pena de amor, la más grande de todas, metafísica y pesada. Si no lo develo, viviré la persecución eterna, inacabable, ligera y fugaz. Estoy segura de mi condena, sé que lo perseguiré toda la vida, ese secreto, el de ellas.
Llevo mucho tiempo intentando develar el secreto de mi obsesión. Develar el secreto de mi obsesión es mi obsesión. Desde que empecé a estudiar filosofía me fascina su relación con la poesía, y esta es una relación de amor
¿Qué ocurre cuando la poesía y la filosofía se encuentran? No tengo muy claro cómo delimitar el fenómeno. Supongo que por ahí puedo comenzar, es inabarcable, imposible de ser delimitado. La margen se extiende, ella es el único espacio que existe. No puede decirse, solo puede sentirse. Para poder sentirlo hay que soltar los grilletes del entendimiento, de una forma establecida e instituida de entender. Creo que esto supone la mayor dificultad. ¿Cómo abrirse a formas del pensamiento que no resulten en una claridad perpetúa, en ninguna verdad? Cuánta resistencia y cuán poca humildad, nuestra creencia en nosotros mismos, humanos, es infranqueable. Anne Carson escribe sobre la mística de tres mujeres distintas; todas ellas buscan deshacerse de sí mismas, situarse fuera de sí, porque sólo el vacío puede recibir. Nos dice al respecto lo siguiente:
«Decreación es deshacer la criatura en nosotros. La criatura encerrada en el ser y definida por él. Pero para deshacer el ser hay que moverse a través de él, hacia lo más profundo de su definición. No hay por donde más comenzar» (Carson, A. 2006, p. 179).
Voy a banalizar el fragmento de Carson, quiero apropiarme de esa expresión que ella también toma de otras. Quiero hacerlo, porque si bien soy consciente de que lo que intento con este escrito es develar algo que incluso para mí está vedado, decrearse, resulta un imperativo para recibir el secreto que enlazan la filosofía y la poesía en su encuentro. Un encuentro que se abre para acogernos, pero que al invadirlo, nos consume.
Para mí el atractivo de estas andanzas de la filosofía o bien podría decir, de la poesía, es reconocer que el único recurso que tengo a mi alcance para acercarme a la vida es el lenguaje. Este es mi romance. En esa encrucijada el lenguaje se retuerce y se somete a lo que mi entendimiento puede aprehender de la vida, reconoce que lo que aprehende está mediado por mí y es afectado por otros. Quería dejarlo por fuera de este escrito, para que no hubiera hombres, pero difícilmente olvido a mis grandes amores. Esa verdad que aprehendo y represento con mi lengua, que dibujo con cuerpos, palabras, es para mí lo que Nietzsche define en este conocido apartado de Verdad y mentira en sentido extramoral:
«Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se han olvidado que lo son» (Nietzsche, 2010, p. 28).
¿Cómo abrirse a formas del pensamiento que no resulten en una claridad perpetúa? Cuánta resistencia y cuán poca humildad, nuestra creencia en nosotros mismos, humanos, es infranqueable
Cuando la filosofía y la poesía se reúnen nace el secreto, regresamos al origen, al principio, en ese en el que existen todas las lenguas y ninguna, en el que la metáfora como sustrato último del lenguaje juega libremente aceptando que la vida siempre se le escapa. El corazón se rinde y se entrega al amor, a la escritura como gesto, al pensamiento como simulacro. A pesar de esto, de saber que nunca sabré cuál es el secreto, seguiré intentando, seguiré en la caza, hambrienta, caníbal, como la saudade de Lispector, con un hambre «tan profunda que la presencia es poco: se quiere absorber a la otra persona toda. Estas ganas de uno ser el otro para una unificación completa es uno de los sentimientos más urgentes que existen en esta vida» (Lispector, 2016, p. 85). Para mí el ensayo, intentarlo, es suficiente, porque esa obsesión, develar el secreto, es para mí, uno de los sentimientos más urgentes.
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