“Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta”. Y con esta idea y este amor grabados a fuego en el pensamiento y el corazón, Teresa de Ávila dio todos los pasos que marcaron su vida desde muy joven hasta su muerte, a los 67 años, un día como hoy, 4 de octubre, de 1582.
“Sus escritos han pasado a formar parte de la historia de la literatura universal: la expresión escrita de sus vivencias interiores la presenta como un talento literario de estatura milenaria”, escribe sobre ella Erika Lorenz en el libro Teresa de Ávila. Las tres vidas de una mujer, publicado por Herder. Tres vidas que caben en una de mucho más de 67 años, los que ella vivió más los siglos que ha sumado con la influencia de su obra y su estela. La primera, la de sus encuentros iniciales con Dios, los reunió en su autobiografía, Libro de la vida, “la primera obra de valor literario en ese género aparecida en Occidente desde San Agustín”, dice Lorenz, que “se ha entendido una y otra vez como si en ella apareciera retratada la imagen válida y definitiva de su vida de santa. Sin embargo, los datos de la obra señalan que surgió como una justificación de Teresa frente a sus confesores a causa de las primeras experiencias místicas que tuvo entre los años 1555 y 1560”.
La obra estaba incompleta. Teresa no conseguía encontrar las palabras adecuadas, perfectas, para explicar con exactitud sus vivencias. Tardó dos años, pero por fin las encontró, en 1562, durante unas semanas de tranquilidad en casa de una amiga. Allí, “la expresión literaria cobró impulso”, cuenta Lorenz. Así que añadió el relato de su primera fundación y las experiencias interiores que vivió en el nuevo convento.
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