Teresa de Calcuta construyó su vida para los demás, junto a “los más pobres entre los pobres”, con amor, trabajo y Dios siempre a su lado, según ella decía. Es venerada y es criticada; su obra era un culto al sufrimiento, han dicho algunos, que no comparten la admiración que produce su figura.
“El que no vive para servir, no sirve para vivir”, dijo Teresa de Calcuta. Una profunda fe fue el motor de su vida, una fe que se despertó en ella siendo muy niña y la acompañó a lo largo de toda su vida. A los 12 años, cuando era Agnes, ya tenía claro lo que quería ser de mayor: misionera. Y a los 87, cuando murió siendo Teresa, pudo hacerlo con la conciencia tranquila de que había vivido exactamente como ella misma deseó y eligió, aunque a otros no gustara o no lo entendieran: entregada en cuerpo y alma a ayudar a los demás, a la manera de sus creencias, eso sí. Su nombre quedó para la historia unido a la India, su país de adopción… ¿O fue ella quien adoptó al país?
Ayuda espiritual
Agnes Gonxha Bojaxhiu nació el 26 de agosto de 1910 en una familia católica albanesa (en la actual Macedonia) y desde la cuna vivió rodeada de un fuerte fervor religioso. Siendo una niña ingresó en la Congregación de las Hijas de María y allí empezó a tener contacto con personas necesitadas y a realizar actividades de voluntariado. A los 18 años dejó su ciudad y se fue a Dublín (Irlanda) para entrar en la Congregación de Nuestra Señora de Loreto. Cambió su nombre para siempre: Agnes queda atrás; a partir de ahora será la hermana María Teresa. Había quedado fascinada por las crónicas de un misionero cristiano en Bengala, en la India, y era allí a donde ella quería llegar y a donde fue. Allí estudió magisterio.
Durante un tiempo se dedicó a la profesión para la que había estudiado: fue maestra. Pero la enorme miseria que la hermana Teresa veía a su alrededor la llevó a solicitar oficialmente al papa Pío XII permiso para abandonar la orden y entregarse por completo a la que era en realidad su vocación desde niña: volcarse en los más necesitados. Y volcarse en todos los sentidos. No se trataba solo de darles techo y comida, sino de cubrir todas sus necesidades, que para Teresa iban más allá. “Si alguien necesita un pedazo de pan, basta ofrecérselo para saciarlo; si necesita descanso, basta una cama. Pero ante un ser humano abandonado, no basta la ayuda material, se precisa una ayuda efectiva y espiritual que es mucho más difícil”.
Vivió como ella quiso y eligió, aunque a otros no gustara o no lo entendieran: entregada en cuerpo y alma a ayudar a los demás, a su manera. Su nombre quedó para la historia unido a la India, aunque no había nacido allí
La llamada dentro de la llamada
Era el año 1946 cuando Teresa experimentó lo que ella definió como la “llamada dentro de la llamada”. Había escuchado a Dios pidiéndole que dedicara su vida a los que menos tenían, a los más desfavorecidos de la sociedad. “Fue una orden. Fallar habría significado quebrantar la fe”, explicó. Y no falló. En agosto de 1948 recibe el permiso para abandonar el convento. Empezó a trabajar con los pobres, enseñándoles a leer. Abrió un centro de acogida de niños. A comienzos de 1949, un grupo de mujeres jóvenes se unió a su causa y su trabajo. Se estaban poniendo los cimientos para crear una nueva comunidad religiosa que ayudara a los “más pobres entre los pobres”. Teresa cambió el hábito de la congregación a la que ya no pertenecía por un sari –vestido tradicional indio– blanco de algodón con bordes azules, con el que el mundo entero la identificará para siempre.
Una enfermera que se vuelca en los hambrientos
En 1950 adoptó la ciudadanía de una India que no hacía mucho se había independizado de Gran Bretaña. Las Hermanas Misioneras Médicas de Patna le dieron formación como enfermera. Teresa inauguró una escuela en Calcuta y pronto empezó a centrarse en las necesidades de los indigentes y los hambrientos. Ese mismo año, la Iglesia autoriza que inaugure su nueva congregación: las Misioneras de la Caridad. “Mi misión es cuidar a los hambrientos, los desnudos, los que no tienen hogar, los lisiados, los ciegos, los leprosos, toda esa gente que se siente inútil, no amada o desprotegida, los moribundos, gente que se ha convertido en una carga para la sociedad y que son rechazados por todos”.
“Mi misión es cuidar a los hambrientos, los desnudos, los que no tienen hogar, los lisiados, los ciegos, los leprosos, toda esa gente que se siente inútil, no amada o desprotegida, los moribundos, gente que es rechazada por todos”
Obstáculos y críticas

Teresa escribió en su diario personal que su primer año de trabajo estuvo repleto de dificultades. No tenía ingresos y por ello se veía en la necesidad de pedir donaciones de alimentos y suministros. Según relató, durante los primeros meses experimentó dudas, soledad e incluso la tentación de volver a su vida en el convento. “Cuando la puerta de la felicidad se cierra, otra puerta se abre, pero algunas veces miramos tanto tiempo aquella puerta que se cerró que no vemos la que se ha abierto frente a nosotros (…). No puedo parar de trabajar. Tendré toda la eternidad para descansar”, dijo. Fue abriendo centros por la India primero y fuera de ella después. “Hay que cuidarse del orgullo, porque el orgullo envilece cualquier cosa (…). La revolución del amor comienza con una sonrisa. Sonríe cinco veces al día a quien en realidad no quisieras sonreír. Debes hacerlo por la paz”. Ella misma recibió el premio Nobel de la Paz en 1979.
Muchos han criticado que Teresa de Calcuta –santa Teresa para la iglesia católica desde el año 2016– no ayudaba a sanar ni trabajaba por mitigar los dolores, solo daba consuelo en la muerte y “pregonaba el culto al sufrimiento”. “A los pobres les pidió resignación y los ayudó a morir, pero sin darles cuidado profesional”, dice Aroup Chatterjee, doctor de Calcuta afincado en Londres que ha sido muy crítico con la labor de la madre Teresa. Escribió el libro Madre Teresa. El veredicto final y participó en el documental Ángel del infierno, del periodista Christopher Hitchens, en 1994, tal como recordaba el diario El País en el aniversario de su muerte en 2016 y el día que acababa de ser canonizada. “A los moribundos no se les daba ningún analgésico fuerte, incluso en los casos más extremos, y los cuidados no eran profesionales, carecían de la más básica higiene, sufrían condiciones de tortura”. Y algunas críticas han ido más allá. “Fanática amiga de dictadores, ricos y corruptos”, dijo de ella Aroup Chatterjee. Christopher Hitchens la describió como una «fundamentalista religiosa, activista política, sermoneadora a la antigua y cómplice de los poderes seculares de este mundo», según puede leerse en una publicación de la BBC. “Hitchens critica el ‘culto al sufrimiento’ de la monja, de quien asegura que pintó su ciudad adoptiva como ‘un agujero infernal’ y que se relacionó con dictadores”.
El canal CNN en español decía el 1 de septiembre de 2016: “En 2008, Hemley González se tomó un descanso de su negocio en Miami y se fue a la India, donde pasó dos meses como voluntario en Nirmal Hriday, hogar para moribundos dirigido por las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa en Calcuta. González dice que quedó consternado ante el bajo nivel de higiene y cuidado médico que vio allí. Ninguno, incluido él, tenía experiencia médica ni había recibido ningún entrenamiento antes de trabajar en el hospicio”.
“A los moribundos no se les daba ningún analgésico fuerte, incluso en los casos más extremos, y los cuidados no eran profesionales, carecían de la más básica higiene, sufrían condiciones de tortura”, dijo de ella Aroup Chatterjee
Teresa de Calcuta, despedida entre los suyos
A finales de los años 80 el corazón de Teresa de Calcuta comienza a fallar y acaba necesitando un marcapasos, que le implantan en 1989. En 1993, enferma de malaria en Nueva Delhi y se complica con problemas cardíacos y pulmonares. En 1996, regentaba 517 misiones en más de 100 países del mundo entero. Su salud ese año ya se deteriora mucho. El 13 de marzo de 1997 renuncia como jefa de las Misioneras de la Caridad. El 5 de septiembre, con 87 años, su corazón deja de latir. La madre Teresa muere en Calcuta. A su funeral asistieron 12.000 personas. Un leproso, un niño discapacitado y una mujer presidiaria llevaron el agua, el pan y el vino en la misa que se celebró.
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