“Yo soy el lápiz de Dios. Un trozo de lápiz con el cual Él escribe aquello que quiere”. Así se definió Teresa de Calcuta. Su filosofía eran la fe y la entrega. A través de ella vimos la enorme contradicción del siglo XX: un gran desarrollo económico y social podía coexistir en un mismo mundo, compartir espacio y tiempo, con la mayor de las miserias. Construyó su vida para los demás, junto a “los más pobres entre los pobres”, con amor, trabajo y Dios siempre a su lado, según ella decía. Fue venerada y fue criticada; su obra era un culto al sufrimiento, han dicho algunos, que no comparten la admiración que produce su figura. Murió el 5 de septiembre de 1997, hace hoy 21 años.
Por Amalia Mosquera
“El que no vive para servir, no sirve para vivir”, dijo Teresa de Calcuta. Una profunda fe fue el motor de su vida, una fe que se despertó en ella siendo muy niña y la acompañó a lo largo de toda su vida. A los 12 años, cuando era Agnes, ya tenía claro lo que quería ser de mayor: misionera. Y a los 87, cuando murió siendo Teresa, pudo hacerlo con la conciencia tranquila de que había vivido exactamente como ella misma deseó y eligió, aunque a otros no gustara o no lo entendieran: entregada en cuerpo y alma a ayudar a los demás, a la manera de sus creencias, eso sí. Su nombre quedó para la historia unido a la India, su país de adopción… ¿O fue ella quien adoptó al país?
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