El filósofo estadounidense Henry David Thoreau (1817-1862) está de moda. Se puede ver solo con echar un vistazo al número de editoriales que han retomado el interés por sus obras y han publicado reediciones de las mismas en los últimos tiempos. Thoreau, quien durante su vida apenas traspasó las fronteras de su pueblo natal (Concord, Massachusetts), ha logrado que sus obras alcancen, con el paso de los años, el estatuto de «clásicos universales».
Si por alguna razón los escritos de este estadounidense se encuentran en plena vigencia, es por la insultante actualidad que cobran a la luz de las circunstancias que vive Occidente. Ensayos como Desobediencia civil o Una vida sin principios muestran la implicación que Thoreau adoptó a la hora de diseccionar las vergüenzas de un gobierno que no dudaba en dar carta blanca a la esclavitud, al exterminio de los indios o a guerras imperialistas. Y es que, nos interroga: «¿Acaso no hay un tipo de derramamiento de sangre cuando se hiere la conciencia?». Es esta hemorragia la que causa, poco a poco, la muerte interminable del género humano.
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