Su afán de comunicar sus ideas a través no solo de libros, sino también de periódicos, gacetas y, sobre todo, cartas (su correspondencia impresiona por volumen y contenido), lo convirtieron en el primer intelectual moderno, en el pensador que abandona la reflexión limitada a su gabinete o cátedra y sale a vocearla en los medios de comunicación. Sus dardos filosóficos contra el fanatismo y la injusticia y a favor de la libertad de expresión resultan siempre estimulantes y, hoy más que nunca, debieran inspirar a educadores, científicos y hombres de letras en todo el mundo para volcarse a las plataformas informativas y dar a conocer sus planteamientos ante tanta impostura, frivolidad y chapuza pseudocientífica que invaden canales de TV y demás tribunas comunicacionales.
Cuando ocurrió el bárbaro atentado a la revista francesa Charlie Hebdó cometido en nombre de Alá por terroristas islámicos, en enero de 2015, una de las reacciones posteriores fue el renovado interés por la lectura de obras de Voltaire. En Francia, sobre todo, sus libros —y, en especial, su Tratado de la tolerancia— alcanzaron el rango de verdaderos best seller. Asimismo, en respuesta al criminal asalto, la Societé Voltaire —club de académicos especialistas en el filósofo— emitió muy prontamente el comunicado: «Hoy, Voltaire sería Charlie».
Sin duda, una afirmación acertada. Porque Voltaire no descansó jamás en su lucha contra el fanatismo, especialmente el religioso, y en defensa de la libertad de conciencia y de expresión. Y su figura se ha convertido en símbolo absoluto del resguardo racional de la tolerancia. La rehabilitación de acusados abusivamente tratados por la justicia clerical de la época y, más aún, la movilización pública para evitar la comisión de injusticias, fue su cruzada personal desde la solución que logró en el caso de Jean Calas, protestante injustamente acusado de asesinar a uno de sus hijos para evitar que se convirtiera al catolicismo y condenado a una muerte atroz.
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