A lo largo de la historia, la exigencia de normalidad y ese afán de homogeneización de una moral única que regule las pasiones y la creatividad —que pretende establecer lo que sí es legítimo sentir y lo que no, lo que sí es o no socialmente aceptable—, no solo ha engendrado monstruos, sino que también ha dejado un profundo sufrimiento en millones de individuos. Sufrimiento que a veces ha quedado enterrado por el peso del poder, por un régimen que prefirió renunciar al respeto de la individualidad para defender un proyecto de nación colmado de estrategias violatorias de los derechos humanos, y usando cualquier discurso disponible su favor: haciendo de la ciencia, de la medicina y del derecho sus mejores aliados para conseguir sus fines de Estado. Todo lo opuesto a ese afán de perfección, representado por esos personajes que, ante la mirada de las buenas y poderosas consciencias, han sido confinados «al basurero de la historia» —aunque con ello se haya provocado un insondable dolor y un montón de víctimas—, han sido intrascendentes.
Converso con la filósofa Zenia Yébenes sobre el riesgo de los discursos totalizadores de la subjetividad, de los afanes de construir una identidad nacional, una identidad que no respete la pluralidad de matices del infinito mundo emocional; sobre los peligros del «cerebrocentrismo» actual, de la medicalización de la vida y otros temas que atraviesan no solo a la filosofía, sino también a la medicina, a la antropología, a la historia y al invariable ejercicio del poder.
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