El lituano-francés Emmanuel Lévinas (1906-1995) fue uno de los filósofos más destacados del siglo pasado. Su trabajo no solo dio a conocer la fenomenología entre el público francés, sino que además sentó las bases para un pensamiento más ético que busca romper con toda la violencia que la tradición filosófica ejerce con sus discursos. Uno de sus aportes más importantes es la recuperación de la pregunta por el otro como pregunta crucial de la filosofía.
Por Javier Correa Román
¿De qué temas debe ocuparse la filosofía después de Auschwitz? Para Lévinas, superviviente de un campo de concentración, la filosofía debe abandonar cualquier pretensión metafísica y recuperar la ética como disciplina fundamental. Después del horror de mediados de siglo, los filósofos no pueden seguir enredados en sus debates sobre el ser, sino que deben recuperar la pregunta por el otro. Es mérito de Lévinas señalar la deshumanización de la filosofía. A día de hoy, pensar sin Lévinas es olvidar la barbarie que vivió el mundo. Veamos 10 claves para entender su pensamiento.
1 Fenomenología y hermenéutica. Lévinas es heredero de una de las corrientes principales de la Francia de su siglo: la fenomenología. Esta corriente filosófica comenzó con los estudios de Edmund Husserl y supuso un método novedoso para estudiar la realidad. La fenomenología analiza los fenómenos tal y como se presentan a la conciencia. Es célebre la famosa sentencia de Husserl que resume el paradigma fenomenológico: «A las cosas mismas».
Fue tal su influencia que, junto a su compañero Gabrielle Peiffer, tradujo una obra clave del pensador alemán: Las meditaciones cartesianas. De hecho, su tesis de universidad lleva por título Teoría de la intuición en la fenomenología de Husserl.
La hermenéutica fue otra de sus grandes influencias. Esta corriente filosófica se basa en la interpretación de los textos, pero buscando siempre nuevos horizontes de sentido. Para Lévinas, el trabajo del filósofo debe ser pensar lo no dicho, abrirse a lo otro del texto, de las interpretaciones. Abandonamos de esta manera el marco verdadero-falso para instalarnos en uno de presencia-ausencia de las interpretaciones y significados.
Su trabajo sentó las bases para un pensamiento más ético que busca romper con toda la violencia que la tradición filosófica ejerce con sus discursos
2 Judaísmo. Lévinas nació en una familia judía y esto marcará su identidad desde muy pequeño. El judaísmo es para Lévinas un marco reflexivo que no abandonará ni en su edad más avanzada. Es también el horror que persiguió al judaísmo lo que le marcará de por vida y le hará romper con Heidegger, otro de sus maestros.
En 1928 Lévinas se había trasladado a Friburgo motivado por la filosofía de Husserl y Heidegger, pero la Alemania de los años treinta era un hervidero de ideología nazi. La asunción por parte de Heidegger del rectorado de Friburgo en 1933 y el traslado de Lévinas a un campo de concentración marcarán definitivamente toda su producción filosófica. Después de esto, Lévinas abandonará las preocupaciones metafísicas clásicas de la filosofía y se orientará hacia la ética.
3 La ética como filosofía primera. A diferencia de Husserl, Heidegger imprimió a toda su filosofía un giro ontológico, una primacía de la pregunta por el ser. Lévinas rompe con este giro y abandona todo proyecto metafísico. En la filosofía de Lévinas, la pregunta por el ser es abandonada a favor de la pregunta por el otro. La ontología, como pregunta por el ser, piensa en la identidad, lo idéntico, lo cual excluye lo diferente, lo otro.
En su temprano libro De la evasión (1935) manifiesta ya su intención de evadirse, de ir más allá del ser, más allá de la identidad. De hecho, Lévinas reinterpreta la náusea y su angustia (clave para pensadores como Heidegger o Sartre) como el rechazo a permanecer en uno mismo. Desde estos primeros escritos, el pensamiento de Lévinas se constituye como un pensamiento ético, preocupado por el otro, que no busca fundamentarse en una ontología o una metafísica.
4 El otro. Frente a una ontología que reduce toda la realidad a la pregunta por el ser y que toda la diferencia del mundo la reduce a la identidad de las esencias, Lévinas inicia un proyecto filosófico basado en el otro, en la alteridad. Pero ¿quién es este otro de Lévinas? ¿Cómo lo caracteriza? En una de sus obras más importantes, Totalidad e infinito, dice así: «El Otro no es otro con una alteridad relativa como en una comparación […] La alteridad del Otro no depende de una cualidad que lo distinguiría del yo».
La diferencia del otro no reside en que no es como yo, porque, de esta manera, estaríamos entendiendo su diferencia desde nuestra identidad. Nuestras comparaciones con el otro suponen siempre un modo de acercarnos a él que anula su radical alteridad. Para entender la radical alteridad necesitamos dejar de compararla desde nuestro propio marco. La alteridad es constitutiva, el otro es el otro, no la falta de nuestra identidad.
El otro es «presencia que desborda, fija su jerarquía de infinito». Justamente por esto la relación con el otro no puede ser una relación cognoscitiva, porque toda etiqueta o categoría fallaría en su intento de capturar la infinitud que supone el otro. Así, Lévinas fija una de sus tesis más importantes: el otro siempre nos desborda, siempre sobrepasa nuestros intentos de conocerlo. La alteridad en Lévinas es una alteridad radical, infinita.
5 Infinito y trascendencia. Para este nuevo pensamiento ético serán fundamentales los conceptos de infinito y trascendencia. Necesitamos trascender el ser y la identidad para poder llegar al otro. Un otro que se nos presenta como infinito.
A diferencia de Husserl, para Lévinas la trascendencia no es el movimiento de la conciencia hacia los objetos. Tampoco está de acuerdo con Heidegger, para quien la trascendencia es el arrojamiento del ser humano en un mundo ya dado. Para Lévinas, la trascendencia es la exterioridad, lo que sale de mi identidad. Así, el «yo» se trasciende en su contacto con el otro, cuya alteridad es siempre infinita.
«El Otro no es otro con una alteridad relativa como en una comparación […] La alteridad del Otro no depende de una cualidad que lo distinguiría del yo»
6 Responsabilidad. El carácter infinito de la alteridad desborda toda relación epistemológica para sólo permitir una relación ética. Y es justamente esta relación ética con el otro la que nos impone una responsabilidad hacia él. El otro me importa, me afecta, y su presencia nos exige que nos encarguemos de él como mandato ético.
En Ética e infinito dice a este respecto: «Desde el momento en que el otro me mira, yo soy responsable de él […] su responsabilidad me incumbe. Es una responsabilidad que va más allá de lo que yo hago». No estamos en una relación ante iguales, sino en una relación asimétrica donde la responsabilidad nos imprime unos deberes morales con el otro en vez de unos derechos personales.
Una responsabilidad que no exige al otro nada, sino que es entrega pura. El buen hacer, el comportamiento ético, se basa en la filosofía de Lévinas en un ser-para-otro, en una apertura hacia la diferencia y la alteridad, hacia el infinito. Esta responsabilidad marca un límite a nuestra libertad, y es que la libertad pensada como libre albedrío de un sujeto forma parte del olvido del otro, de la violencia discursiva que busca soterrar su diferencia. Frente a la libertad del sujeto clásico, Lévinas opone la responsabilidad por el otro: nuestras acciones influyen en los demás y esa influencia es nuestra responsabilidad.
7 Rostro. Pero el otro no se nos presenta como infinito en sí, sino que su encuentro tiene como mediador el rostro. Este concepto es clave en el pensamiento de Lévinas, porque, a pesar de la infinita alteridad que supone el otro, el rostro es la frontera visible de todo un horizonte ético del que somos responsables.
Dice sobre el rostro Lévinas: «El rostro es precisamente la única apertura en la cual la significancia de lo Trascendente no anula la trascendencia para hacerla entrar en un orden inmanente». El rostro supone una revelación del infinito, es el comienzo de un movimiento que parte de la diferencia del otro.
Con este concepto, Lévinas emprende una de las más importantes fundamentaciones existenciales de la ética. Toda relación ética se basa y reduce al cara a cara, al plano existencial de nuestra relación con el otro. En resumen, el rostro sobrepasa el dato empírico, no es la forma de la cara, es el cara-a-cara con el infinito, el fundamento de toda relación ética.
8 Huella. Derivado de sus estudios sobre el rostro, para Lévinas la huella será un concepto nuclear. Hemos dicho ya que el rostro es la forma en la que infinito de la alteridad se manifiesta, pero ¿cómo lo hace? En la forma de la huella. La huella no es un signo como otro cualquiera, ya que su pretensión era no dejar rastro, sino pasar.
Como dice en su artículo La huella del otro, la huella es ausencia de una presencia. No podemos captar el infinito. Este es una perturbación de la intencionalidad de la conciencia. No hay correlato en la idea de infinito. Sin embargo, nos relacionamos con la absoluta alteridad a través de la huella. La huella es una ausencia presente, una ausencia que no se puede captar, que, sin embargo, nos toca. El rostro del otro es una huella de su infinita alteridad.
Lévinas emprende una de las más importantes fundamentaciones existenciales de la ética. Toda relación ética se basa y reduce al cara a cara, al plano existencial de nuestra relación con el otro
9 El humanismo del otro. En su libro Humanismo del otro hombre, Lévinas analiza la crisis que el humanismo vivió en la segunda mitad del siglo pasado y propone un nuevo humanismo. Para muchos autores, el horror que dejó la Segunda Guerra Mundial desbarataba cualquier intento intelectual de categorizar al ser humano como animal racional y colocarlo en la cúspide de la creación.
Para Lévinas, el fracaso del proyecto no es un fracaso del humanismo en general, sino de un tipo muy particular de humanismo que centra la acción del hombre en existir y su libertad. La libertad no es la esencia de la subjetividad, sino que esta tiene una forma previa y originaria basada en la responsabilidad.
Se necesita, dice el filósofo, un humanismo que incorpore al otro como infinito que nos interpela, un humanismo cuyo centro no sea la libertad para actuar, sino una responsabilidad absoluta hacia la alteridad. Este humanismo abandona también cualquier idea de un ser humano pleno y autosuficiente para colocarlo en una red de relaciones éticas con el otro, un ser humano no encerrado en sí mismo, sino en constante apertura moral hacia el otro.
10 Justicia con un tercero. Lévinas incluye, además de la relación de yo con el otro, la relación de yo con un tercero. Mientras que la primera es una relación ética, la segunda es una relación política. Es por ese tercero que no conocemos por el que se hacen leyes y se instaura la justicia. Es aquí cuando la religión se le hace insuficiente a nuestro filósofo (en La ética dice que «no somos tan sólo hijos de la Biblia, sino también hijos de los griegos»).
Para Lévinas, necesitamos un Estado que reparta justicia, que juzgue, pero no para controlar a un ser humano esencialmente malo como quería Hobbes. Lévinas apuesta por un Estado democrático que permita la revisión constante de sus leyes y que se oriente por la idea cristiana de caridad. Y es que la justicia no debe favorecer las relaciones de anulación, sino de apertura y responsabilidad.
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