Existe una unidad entre el cosmos y ser humano, entre uno mismo y los demás, con quien compartimos el mundo. Somos uno con el otro y el otro es uno con nosotros. Hablemos de una ética originaria, esa que, partiendo del cuestionamiento por entender qué es lo que originalmente nos vuelve iguales al prójimo, logre abrir la puerta al reconocimiento de las diferencias del otro. Julieta Lomelí lo analiza en este dosier.
«Somos polvo de estrellas reflexionando sobre estrellas».
Carl Sagan
Cada vez que siento que el navío planetario cruza mareas mortales —incluyéndome también— en esa enorme barca habitada por humanos, por hombres y mujeres que en común tratamos de mantenerla a flote, recuerdo estas sabias palabras de Carl Sagan. Esta hermosa frase no sólo es una metáfora; expresa una verdad que el astrónomo y muchos filósofos del pasado han dicho desde múltiples maneras. Nuestros átomos, la materia que configura nuestro cuerpo, el de los demás y el universo entero es la expansión material de esas antiguas estrellas que han dado paso a la vida. La muerte de esos astros fue el inicio de la vida del cosmos. La vida del cosmos y cada una de esas vidas individuales son —como escribió Sagan— «remanentes de una inmensa explosión, el Big Bang» [1].
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