El diseño genético, la neurotecnología, los implantes cerebrales, la regeneración, la realidad virtual y aumentada conforman el mundo de Mentes colmena, de Isabel Fernández Peñuelas, un paisaje desolado y ciertamente distópico en el que no es fácil acomodarse, que te envuelve, te sugiere y te frustra.
Ciboria huele mal a causa de las ratas que se utilizan para fabricar nuestros cerebros.
De Memorias de un ciborg, primer relato de Mentes colmena
Que un cuento comience hablando de malos olores me produce escalofríos. Los olores tienen un poder de persuasión más fuerte que el de las palabras, nos dice Patrick Süskind en El perfume. «El poder persuasivo de un olor entra en nosotros como el aliento en nuestros pulmones, nos llena, nos impregna totalmente». Quizás por eso a mí los olores me dan miedo, en el papel más si cabe, pero a la autora de Memorias de un ciborg no. Con ella te sumergirás en un oscuro pantano de sensaciones. Los dieciocho cuentos de la antología Mentes colmena de Isabel Fernández Peñuelas son todos así: dieciocho chapuzones. Das dos pasos y el agua te cubre hasta el cuello, tienes que echar a nadar sin ver lo que hay en el fondo y sin ver la otra orilla. La única opción es darle la mano a la autora y dejarte guiar. Pero ¡cuidado!
Los cuentos de Mentes colmena son una colección de instantáneas en movimiento, como esas fotos que tomas con tu smartphone y que cobran vida al pulsarlas. Podrás ver unos instantes antes y después de la escena principal. Dos, a lo sumo tres improntas o pequeños fragmentos, separados a veces por el paso de los años, otras por un simple parpadeo entre dos miradas consecutivas. Muchos de los cuentos no tienen un final nítido, un destino. La autora hace una sugerencia y te abandona. Que el cuento alcance o no el final es, en gran medida, una decisión del lector.
A mí los olores me dan miedo, en el papel más si cabe, pero a la autora de Memorias de un ciborg no. Con ella te sumergirás en un oscuro pantano de sensaciones
En Memorias de un ciborg, un androide intenta comprender a su amo humano. En La copia y en Felicity, es una humana la que intenta proyectarse en un androide. En No soy un animal se diluye la frontera entre especies. El diseño genético, la neurotecnología, los implantes cerebrales, la regeneración, la realidad virtual y aumentada conforman el mundo de Mentes colmena, un paisaje desolado y ciertamente distópico en el que no es fácil acomodarse, que te envuelve, te sugiere y te frustra. Las imágenes y la realidad se entrecruzan con una estética vagamente ciberpunk y la violencia onírica del vídeo de Heart-Shaped Box, de Nirvana. No sabes si lo que estás viendo es real o cambiará en la siguiente instantánea como un fondo de pantalla o un decorado digital.
Definir Mentes colmena no es sencillo. La autora ha apostado por la ciencia ficción, pero la ciencia y la tecnología son una simple excusa en Mentes colmena, un pretexto o incluso una charada. En la ciencia ficción dura, la ciencia quiere ser protagonista, el novum es la estrella. En Mentes colmena, las profecías de la madre Shipton se dan la mano con una oscura referencia a los mercados de predicción. La ciencia es a veces un comodín que la autora se saca de la manga. A veces la utiliza como un ariete para atacar lo que, para mí, constituye el tema central de la obra. Identificar al yo, la consciencia, lo que nos define, la esencia del ser, es una auténtica obsesión. La autora nos busca y se busca a sí misma en Mentes colmena. Y lo hace con un método despiadado. Como ella misma nos anuncia en el prólogo, «nadie sabe lo que guarda en su interior hasta que no se abre a sí mismo como la panza de un oso de trapo».
Trece de los dieciocho relatos están escritos en primera persona, un narrador extremadamente subjetivo que casi nunca es el protagonista, apenas visible, sin nombre. En algún caso, en alguno de los relatos, encuentras el nombre al final, de manera fortuita, como si alguien hubiera olvidado borrarlo. El narrador es un instrumento necesario de los acontecimientos que se personifica para describir lo que tiene delante. El foco es a veces su compañero, un amante, a veces un obstáculo, el antagonista. Este personaje en el foco sí tiene nombre propio, Frida, Lea, que en ocasiones es una descripción que se repite de manera obsesiva hasta llegar a convertirse en nombre propio: la doctora turquesa, la mujer de la capa de plumas. En algunos cuentos, el narrador parasita la historia y acaba sobrepasando al protagonista para ocupar el foco de la narración en un ejercicio de superación, en una salida de la crisálida al final de cuento.
La autora de Mentes colmena ha apostado por la ciencia ficción, pero la ciencia y la tecnología son una simple excusa, un pretexto o incluso una charada
Más allá de los dos, a lo sumo tres personajes identificados, el resto de identidades se diluyen en una masa informe, una suerte de personaje único y omnipresente, que se integra en el fondo, casi indistinguible del paisaje. En algunos casos la referencia al carácter indistinguible es explícita y deliberadamente buscada: asistentes clónicos o mutaciones genéticas que no admiten variaciones en su perfección o en su insustancial irrelevancia. En otras, sospecho que se produce de manera inconsciente, como reflejo de esa obsesión por la consciencia y la identidad. El reconocimiento, la identificación de una persona o una personalidad es siempre el objetivo. Alcanzarlo es la única posibilidad de encontrar la paz.
Los otros presos y yo nos miramos entre nosotros; no lo hacíamos en el penitenciario, no nos gusta mirarnos, pero ahora sí lo hacemos. Reconocernos nos reconforta.
Poda neuronal
Pero en última instancia resulta ser un objetivo inalcanzable.
En todos los cuentos hay siempre un lugar hasta el que se desea llegar, en el que se quiere penetrar a cualquier precio, o un lugar odioso del que se desea huir: un planeta, una ciudad, una cárcel, una reserva, una mente. Los relatos transcurren en lugares y tiempos muy diferentes, reales o imaginarios, a veces señalados por la autora de manera explícita —Dubai 2079 o Retina 2120—, otras solo intuidos. La geografía, entrevista por medio de sutiles referencias, es un personaje más del cuento que oprime con su silencio y su presencia. Una referencia, un par de objetos, dos o tres breves frases, a modo de brochazos con suficientes para crear el ambiente, para dejar al lector contemplando y recomponiendo un cuadro impresionista.
Desde la terraza de mi apartamento puedo ver los cargueros que circulan por el mar gelatinoso. (…) El transbordador interplanetario avanza por el aeropuerto espacial desplegando las alas azuladas de su exoesqueleto metálico con la pesadez de un escarabajo gigante.
Eutanasia espacial
Peces sin boca, o con una única aleta, con colas diminutas como un grano de arroz, o flacas como el sedal de la caña. Peces azules y sardas, jureles de ojo negro a los que no les quedan escamas. Antes se comían.
Sobran muchas horas de vida
El paisaje en Mentes colmena me hace recordar, de alguna manera, al mar de Solaris. En sus páginas se respira la misma soledad opresiva que en las estancias de la estación de investigación que imaginara Stanislav Lem.
«Un escritor que no corre riesgos no es un escritor. Es un escribano». Javier Cercas
Mentes colmena es una apuesta valiente y de una gran originalidad. La identidad, la soledad, la búsqueda y la huida, el paso del tiempo son temas recurrentes. El conjunto de cuentos es más que la suma, lo cual no es habitual en las antologías, donde a menudo un cuento toma el protagonismo. Como sucede con las obras singulares, encasillarla en un género es, en gran medida, un ejercicio estéril. Hace unos días, en una entrevista para La noche de los libros de la Comunidad de Madrid, Javier Cercas afirmaba que un escritor que no corre riesgos no es un escritor. Es un escribano. Con la antología de Mentes colmena, publicada por la editorial Bubok, Isabel Fernández Peñuelas demuestra que es una escritora. La antología no dejará a nadie indiferente, y creo que el lector curioso en busca de una obra original se encontrará con una grata sorpresa.
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