En su libro Contrapolíticas de la alquimia (NED ediciones), el filósofo brasileño Andityas Matos hace un recuento de las virtudes de este conocimiento ancestral y menospreciado por «la ciencia», al tiempo que lo rescata de la burla y el desdén para ubicarlo como un reducto de resistencia. La alquimia sirve para abrir otros caminos, otras rutas de escape, otras maneras de pensar.
Es una semilla transgresora. De hecho, en estos tiempos de «verdades absolutas» y dogmas de todo tipo, podría considerarse como una filosofía contemporánea que nos sirva para ejercer una crítica potente y contribuya a desfacer entuertos y agravios. A través del conocimiento de la alquimia, su lenguaje y sus principios es posible abrir nuevas posibilidades políticas, apunta Matos.
Alquimia y democracia
Para este filósofo, la alquimia tiene mucho que ver con la democracia, sobre todo en la parte que se entiende como «una conspiración, una comuna, un pacto que se hace en este mundo y contra este mundo, y de eso los alquimistas entendían bastante». La democracia no como una forma plácida y tranquila de convivencia, sino por encima de todo, de conflicto, de encararse con los enemigos para reducirlos.
Asimismo, la idea de comunidad es una constante en la propuesta alquímica. La primera persona del plural, el nosotros, permea en casi todos los libros y tratados revisados por Matos. Nada ni nadie está por encima del otro y esto choca en sociedades tan absortas en mirarse el ombligo, en las que escasean los vínculos y las historias comunes, en donde hay cada vez menos ideales compartidos. La sociedad contemporánea enaltece al individuo sobre todas las cosas, algo que no comparte para nada el pensamiento alquímico.
Matos asevera que, a diferencia del raciocinio científico, «que se afirmó como verdad única en la modernidad, la alquimia es radicalmente no antropocéntrica», y aunque el ser humano es importante para la Gran Obra, «se trata de un elemento más del mundo». Aún más: «En el momento en que la filosofía (cartesiana) se juntaba con el derecho (romano) y la teología (católica) para dar los últimos retoques a ese megadispositivo llamado sujeto, la alquimia seguía por rumbos desviantes».
A partir de entonces, representó uno de los únicos refugios en donde el pensamiento pudo pensarse a sí mismo sin someterse a la esclavitud de una entidad pensante, el sujeto. De hecho, en la alquimia sería más apropiado «hablar de criatura, ya que esta palabra lleva el signo de la transformación». En todo caso, agrega Matos, «contra las tristes tecnologías del sujeto, la alquimia piensa un mundo impersonal, infinito, sin bordes, sin separaciones, donde todo se comunica con todo».
Para Matos, la alquimia tiene mucho que ver con la democracia, sobre todo en la parte que se entiende como «una conspiración, una comuna, un pacto que se hace en este mundo y contra este mundo, y de eso los alquimistas entendían bastante»
La dignidad de la sustancia
Sea cual sea el nombre de ese dispositivo llamado sujeto («identidad, propiedad, autoría, sujeto, ego»), queda desactivado por uno de los principios básicos de la labor alquímica, el «solve et coagula», la disolución y la coagulación. Una de las primeras lecciones que hay que aprender es el hecho de que todos somos sustancia. Llámese Dios —si se quiere—, Ser primordial, o mar, todos somos modos de esa sustancia, con sus variaciones, oscilaciones, configuraciones en flujo constante. De esta primera materia venimos todos y es infinita, «sin cantidad ni dimensión».
Para los alquimistas, toda materia, por más escoria que sea, tiene dignidad. Lo puro emana de lo sucio. «Si todo está en todo, la materia inanimada tiene el mismo valor que la materia viva», apunta Matos. Esa materia primigenia se repite sin fin, pero no significa que se trate de «repeticiones de lo mismo, sino de repeticiones de la diferencia que está en todo lugar, en todo tiempo, porque todo se mueve, todo se contrae, todo se expande».
Ese proceso continuo en que la sustancia se metamorfosea de agua a animal, de animal a humano, en una «sacrílega continuidad», en un ininterrumpido solve et coagula, es «una de las razones que llevaron a los científicos a despreciar a los alquimistas, preocupados no solo por el hombre, sino por el medio en el que él o ella se encuentra y se transforma». La lógica de la alquimia es «la mixtura», señala el filósofo, o en otras palabras, «nada en la alquimia es, sino que todo está continuamente siendo».
A lo largo de sus ciento treinta y nueve páginas, Matos hace referencia a diversos pensadores contemporáneos como Deleuze y Guattari, Foucault, Benjamin o Jung, entre otros, así como a numerosos tratados alquímicos de los siglos XIV al XVII (como Atalanta fugiens, Annalium Hirsaugensium, o Philosophia reformata), los que ha estudiado y analizado desde muy joven.
Las ilustraciones que acompañan el texto, bellos y raros grabados de diversos libros de alquimia, son esenciales para comprender el pensamiento de toda una época. Sin embargo, dado que se trata de un «ensayo en imágenes», la lúcida y rebelde prosa de Andityas Matos no se corresponde con la escasa calidad de las reproducciones que, no obstante, con un poco de curiosidad, el lector puede encontrar a través de Internet.
Un inquietante mutismo impregna muchos de esos grabados, nos hace ver Matos. En los libros alquímicos abundan más las imágenes que las palabras y esto es así porque aquellas, más que ejemplificar o ilustrar, dicen. Y cuando dicen, además de despistar a las autoridades que perseguían a los alquimistas (en algún punto de la historia, los laicos o la Iglesia), las frases son fundamentales. Un ejemplo es el Mutus liber, cuya única leyenda reza: «Ora, lege, lege, lege, relege, labora et invenies», es decir, «Ora, lee, lee, lee, relee, trabaja y encontrarás». Esta dimensión lingüística de la imagen y de los emblemas, que nos suena tan contemporánea, ha sido fundamental en la alquimia desde tiempos inmemoriales.
«… la alquimia es una meretriz casta que tiene muchos amantes, pero engaña a todos y no concede su abrazo a ninguno. Convierte a los estúpidos en mentecatos, a los ricos en miserables, a los filósofos en necios y a los engañados en muy locuaces engañadores».
Annalium Hirsaugensium, 11, de 1690, atribuida a Tritemio. Contrapolíticas de la alquimia.
Matos hace referencia a diversos pensadores contemporáneos como Deleuze y Guattari, Foucault, Benjamin o Jung, entre otros, así como a numerosos tratados alquímicos de los siglos XIV al XVII
Generadora de conocimiento
Para la alquimia, el pensamiento debe ser «fluido, no lineal y radicalmente de-sujetado». Ello explicaría las razones por las que un gran número de tratados de alquimia son anónimos o no cuentan con autores reales, ya sea para escapar de las persecuciones, o porque quienes los escribían entendían que «la Gran Obra correspondía a un proyecto colectivo», apunta el autor de Contrapolíticas de la alquimia.
En su libro, Matos refuta la idea de que la alquimia es «la abuela» de la química moderna. «Si bien es cierto que aportó muchas ideas, sustancias (el arsénico, el fósforo, el zinc, el antimonio…) y procedimientos a la química, no es su predecesora, sino algo diferente». Es algo diferente y mucho más que un mero antepasado: se trata de una alternativa a las lógicas dominantes del racionalismo occidental. Es «una política de la no separación y de la mezcla, del desorden, de la belleza y del peligro, de la transición, de la dismorfia y de la amorfia», señala el autor.
Andytias Matos reflexiona sobre otros principios y temas como el hipertiempo, el Radikaos —el orden oculto fundamental para este conocimiento condenado al estatus de pseudociencia— y un asunto tan contemporáneo como lo es la figura central del Rebis (en latín, literalmente «cosa doble»), el personaje andrógino, «macho y hembra en un solo cuerpo» que aparece en numerosas ilustraciones alquímicas.
La traducción del libro corrió a cargo del filósofo mexicano Francisco de León, para quien la lectura del texto le permitió constatar lo que él ya intuía a través de sus investigaciones: los alquimistas son generadores de conocimiento y podrían considerarse «los padres de la ciencia moderna». El prólogo del libro es de María Pandiello, doctora en Historia del Arte por la Universidad de Lisboa, especialista en manuscritos del siglo XV, entre otras disciplinas.
Después de leer a Andytias Matos queda demostrado que el objetivo del libro se ha cumplido al rescatar el pensamiento alquímico como una posible herramienta crítica que nos permita ponderar el mundo de hoy y aprender a pensar de manera diferente.
Laura Martínez Alarcón (Ciudad de México, 1957) estudió Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde también cursó la Maestría en Estudios México-Estados Unidos. En 1996, recibió el Premio Nacional de Periodismo. Afincada en España desde 2007, es doctoranda en Comunicación, Información y Propaganda por la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Ha trabajado como reportera y coordinadora de producción y contenidos en radio, televisión y prensa. Es autora de varias publicaciones, entre ellas Cortoletrajes (2016), El bien y el mal (2023) y El baúl de la República (2023).
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