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Rescatando la voz en la filosofía

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Para Anna Pagés, autora del libro «Queda una voz. Del silencio a la palabra», la voz es ese elemento que nos permite dar vida a aquello que pensamos, manifestarlo, expresarlo y hacerlo así de algún modo existente. Gracias a este tesoro llamado voz, los humanos somos capaces de dar vida a nuestros pensamientos. Anna Pagés logra poner en valor la esencial relevancia de reconocer la propia voz. Imagen extraída de Wikimedia Commons. Fuente: «Die Gartenlaube», Leipzig, 1892.

Para Anna Pagés, autora del libro «Queda una voz. Del silencio a la palabra», la voz es ese elemento que nos permite dar vida a aquello que pensamos, manifestarlo, expresarlo y hacerlo así de algún modo existente. Imagen de Wikimedia Commons. Fuente: «Die Gartenlaube», Leipzig, 1892.

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A través de diversos autores como Aristóteles, Hélène Cixous, Nietzsche o Jacques Lacan, Anna Pagés construye Queda una voz, un valioso ensayo acerca del paso del silencio a la palabra. ¿Qué es la voz? ¿Cómo construimos la nuestra? La autora congrega a muchos pensadores a lo largo de la historia, poniendo en valor la esencial relevancia de reconocer la propia voz.

Por Cristina Arufe

Queda una voz
Queda una Voz. Del Silencio a la Palabra, de Anna Pagés (Herder).

«La voz es el pistoletazo de salida del auténtico pensar, la forma que tenemos de hacer escuchar qué pensamos verdaderamente». Anna Pagés define su último ensayo, Queda una voz. Del silencio a la palabra, como una operación de rescate del concepto de la voz de las garras del logos filosófico. Nos cuenta que se produce un diálogo con la literatura y el psicoanálisis, «llevo a la Filosofía de excursión, en excursus de sí misma».

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La filosofía ha defendido el logos en detrimento de la voz. El logos, ese principio organizador del discurso, es el elemento por el cual la filosofía se ha establecido como disciplina. Pero, con la introducción del logos, la filosofía perdió la voz, estableciéndose una compleja relación entre ambos elementos. La voz es ese elemento que nos permite dar vida a aquello que pensamos, manifestarlo, expresarlo y hacerlo así de algún modo existente.

Cómo construimos nuestra voz

Gracias a este tesoro llamado voz, los humanos somos capaces de dar vida a nuestros pensamientos. Pero ¿cómo construimos nuestra voz? ¿Cómo da comienzo el proceso que lleva del silencio a la palabra? Todo se remonta a nuestra infancia, a ese momento cuando, en la clase, el profesor pide al alumno que lea algo. Así, Pagés afirma que «leer en voz alta es una de las primeras conquistas de la civilización, pero todavía no lees con tu propia voz. Tu voz todavía no suena bien». Esta cotidiana pero importante acción supone el primer paso en el que el individuo comienza a construir su propia voz.

A través de la educación comienza a desplegarse ante nosotros un abanico de voces, tras lo que poco a poco, y teniendo todas estas voces en cuenta, somos capaces de crear la nuestra. «El estudiante que aprende verdaderamente quiere irradiar el saber del que se apropia, incorporándolo a su voz original para escuchar la sonoridad de otras voces con las que discutió y a las que interpeló». Y es que, «el saber está vivo en cuanto se dice en voz alta».

Con la introducción del logos, ese principio organizador del discurso, la filosofía perdió la voz, estableciéndose una compleja relación entre ambos elementos

Aquellas figuras filosóficas que han trascendido su tiempo, y a las que seguimos leyendo y sobre las que seguimos discutiendo, han logrado sobrevivir a lo largo de la historia por la relevancia de su voz, que traspasa las fronteras de su tiempo: «Los grandes autores de la filosofía han permanecido en el tiempo por su propia voz. […] Siguen hablando para el presente, en conversación perenne». Aun ante esta afirmación Pagés es capaz de reflexionar acerca de cómo estas voces han sido elegidas como importantes: «La filosofía ha considerado la posibilidad de construir su propia historia con las voces de los autores del canon. Otras voces quedaron excluidas y se perdieron. En particular las de las mujeres».

A través de pensadores como Aristóteles, Sócrates, Hélène Cixous, Friedrich Nietzsche, Roland Barthes, Anne Carson o Jacques Lacan, se construye este valioso ensayo acerca del paso del silencio a la voz. ¿Quién habla? ¿Dónde ubicamos la voz? Mediante este crisol de autores se permite al lector reflexionar entorno al concepto de la voz. Pagés habla de Sócrates y la voz oracular del Daimon, una voz interior que le habla de manera anticipatoria; de Aristóteles y la función de la voz, distinguiendo la voz de la palabra de la del discurso; o del francés George Perec, cuyo deseo era ser capaz de reconstruir su pasado a través de todas las voces que le acompañaron.

Pero en esta obra Pagés no solo da cabida a diversos autores, concediéndoles espacio y voz, sino que a la vez nos deleita con su propia voz, ofreciendo al lector una interesantísima reinterpretación de las teorías de la voz por parte de la filosofía, la literatura y el psicoanálisis.

Escritura de voces

En el capítulo dedicado a Anne Carson, que lleva por título La letra-voz, se reflexiona acerca de la construcción de una escritura de voces. Carson se pregunta por la información que la voz transporta. Una de sus reflexiones tiene que ver con aquello que se pierde mediante la escritura de la voz, así como en el proceso de traducción, herramienta que concibe como «el pequeño canal entre las dos lenguas donde existe el lenguaje perfecto». El paso de la cultura oral a la alfabetización supone la aparición del límite entre las palabras.

El texto escrito separa los vocablos del entorno, los engancha a la página y produce en el lector una especie de aislamiento respecto de su propia voz, respecto de las voces del poeta, del narrador y sus personajes. ¿Se pierde el mensaje en las palabras? ¿Se pierden matices de la voz en el proceso de dejarlo por escrito? Nos dice Pagés que «Carson es una escritora que pone en el papel lo que escucha. No piensa en qué va a escribir, o en qué palabra elegir, sino que traduce las voces que la alcanzan».

Aquellas figuras filosóficas que han trascendido su tiempo, y a las que seguimos leyendo, han logrado sobrevivir a lo largo de la historia por la relevancia de su voz, que traspasa las fronteras de su tiempo

En la obra se afirma que, para Carson, «la voz es el frasco que contiene la palabra». Carson busca ubicarse en los huecos, buscar voces escondidas, dando voz también a los silencios. De algún modo, la canadiense se sitúa en el medio entre la voz y el silencio, y es desde ese lugar que escribe. «Empieza entonces a escuchar atentamente las voces en plural de los autores muertos, de los antiguos antiquísimos». La investigación de Carson sobre la voz «incluye ese túnel de lenguaje que comunica distintas lenguas, distintos autores, distintas épocas y contextos de significación».

Algo parecido se narra en el episodio dedicado a Cixous y Lacan, El grito. Para la francesa, el escritor debe esperar a que aparezca una voz que lo llame, una voz que le haga sentarse a escribir. Señala Pagés que, a causa de esto, Cixous cuenta con dificultades a la hora de firmar un texto, ya que, de algún modo, ella simplemente plasma lo que la voz le indica. Sin esa voz no es posible el acto de escritura, carece de sentido. Pagés narra el proceso de escritura para Cixous de la siguiente forma:

«Escribir es como deslizarse por un tobogán o en trineo por la nieve: es el libro quien escribe, mientras ella copia el libro, transcribe la voz del libro a través de las múltiples voces que resuenan por él. La escritura así concebida es muy rara. Ella dice que se parece a la filosofía, en el sentido que produce incertidumbre. Cixous compara escribir con tocar un instrumento (violín, piano, viola). La ejercitación en el papel resulta fundamental: el papel sirve de lugar para un viaje, es una dirección: ‘No puedo cruzar el desierto en bote, por eso mi texto debe convertirse en un camello‘».

En el momento en que esta voz aparece, el escritor la escucha mientras transcribe lo que le cuenta. «La tarea de Cixous, con su voz pequeña, consistirá en transformar la Nada (en francés: Néant) en otra cosa: ‘Nacido en’ (Né en)». A través de esta voz, Cixous no da cabida solo a su propia voz, sino que escribe también con voces de otros, acerca de estos. La escritura es la manera de apelar a la ausencia: «La literatura puede rehacer la vida de las cenizas». Así lo hace Cixous, por ejemplo, con su padre. Muy acertadamente, la autora del ensayo la compara a un guía turístico.

Tanto en las reflexiones de Anne Carson como en la de Hélène Cixous, las voces se entrecruzan. Nos dice Pagés que «Carson es una escritora que pone en el papel lo que escucha. No piensa en qué va a escribir, o en qué palabra elegir, sino que traduce las voces que la alcanzan»

Pagés es capaz de establecer una cierta cronología no solo acerca del nacimiento natural de la voz, sino de la concepción de esta acerca de los filósofos a lo largo de la historia. Este ensayo constituye una interesantísimo y bello relato que pone en valor no solo el paso del silencio a la voz, sino la esencial relevancia de reconocer la propia voz, la subjetividad con la que contamos. «La voz es lo que empuja en el tiempo, vertebrándolos, los ideales, las divinidades, la dimensión trascendente por dentro mismo de la contingencia mortal del humano».

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