El humor y la risa derivadas tras un acontecimiento cómico, escribía Schopenhauer, señalan la repentina incongruencia entre lo pensado y lo que finalmente sucede en la realidad. Esto significa que la comedia nos hace darle la vuelta al sufrimiento. El filósofo se refiere a ciertas expresiones artísticas de su época y cómo la comedia provocaba esa ruptura entre la expectativa del público y lo que finalmente terminaba acaeciendo en el escenario.
Cuando escuchamos un chiste o somos espectadores de una obra o película de comedia, muchas veces lo que nos provoca la risotada es la conexión entre el melodrama y la caída de dicho melodrama, esto es, el contraste entre una expectativa de algo trágico que termina volviéndose divertido. Por ello, la buena comedia habría de mantener ese objetivo de hacernos olvidar, al menos por momentos, la tristeza, la pesadez y el malestar del día a día, solventándolo con algo de humor.
De ahí que existan situaciones de las que uno puede mofarse, incluso si estas son situaciones incómodas a las que habrá que encontrarles un revés en la comedia, y otras que, al tener una relación demasiado directa con el dolor o el trauma, quizá sería mejor dejarlas así.
Esta idea me vino a la mente cuando comencé a leer Antisemitismo, de Marcelo Pakman, que se inicia describiendo cómo desde las expresiones más cotidianas lo judío tiende a ser caricaturizado con comentarios que apelan al humor, pero en realidad no dejan de ser una subestimación o negación del problema que verdaderamente subyace a dichas bromas: el odio a lo judío, el escepticismo ante verdades históricas y catástrofes derivadas de actitudes antisemitas.
A partir de estas narrativas cotidianas que ironizan lo judío se va constituyendo lo que Marcelo Pakman llama «la figura mítica del judío», que es una imagen cargada de sentido peyorativo, de estereotipos construidos históricamente desde los egipcios, los griegos y los romanos, hasta los nazis y las creencias de odio en la actualidad.
Estereotipos tales como el «judío traicionero que se vende por dinero y se siente superior a los lugareños cuyos dioses rechaza honrar», o el judío misántropo, el usurero, demoníaco y perverso, han sido elaborados desde distintas —escribe Pakman— «vicisitudes históricas en principio contingentes […] que, a lo largo del tiempo, son producidas por la mitofilia humana, que le da sus rasgos sobrenaturales a partir de singularidades judías malentendidas, distorsionadas y sobredimensionadas, hasta hacerse constitutivas del perfil sostenido en el Occidente cristiano. Al fin, en la Edad Media se amplificaron para ser luego, con la modernidad, puestas al servicio de fuerzas explícitamente políticas».
Esas mismas fuerzas son las que intentarían justificar, desde entonces, múltiples asesinatos, que posteriormente, con la Segunda Guerra Mundial, se volverían genocidios. En este sentido, el rechazo a lo judío no está sustentado en una actitud ni evidencia racional, sino que es derivada de un tipo de «mitofilia» que pondera los prejuicios y en base a ellos va tejiendo las peores versiones de lo otro que considera lo enemigo.
A partir de las narrativas cotidianas que ironizan lo judío se van constituyendo lo que Pakman llama «la figura mítica del judío», que es una imagen cargada de sentido peyorativo, de estereotipos construidos históricamente desde los egipcios, los griegos y los romanos, hasta los nazis y las creencias de odio en la actualidad
El mito de lo judío, en su caso, no fue evolucionando hacia una descripción más realista o hacia las cualidades positivas de su condición, sino que hubo «una progresión que va desde la distorsión prejuiciosa, introducida por pueblos hostiles, hasta la deformación e invención de carácter mítico […] El mito del judío, que comenzó a partir de estereotipos aislados, fue transformándose en una configuración estabilizada como un prototipo propiciatorio, mientras quienes así lo iban configurando se decantaban por la acción violenta», escribe el autor de Antisemitismo.
Pakman analiza los arquetipos históricos desde los cuales el mito de lo judío se ha expresado. El primero sería el del judío como chivo expiatorio, como quien es el causante de los conflictos sociales en distintas épocas, el judío como ese que tiene «cargos acusatorios que se ligan cada vez más a hechos criminales y a transgresiones injustificables, asegurándose de no dejar salida al Judío, al que urge y corresponde perseguir».
El segundo arquetipo es el del judío caníbal, o el mito sacrificial, que planteaba que, debido a las extravagantes afinidades religiosas, a los judíos les gustaba sacrificar tanto a extranjeros como a su propia descendencia. Este mito cobró fuerza durante la consolidación del cristianismo.
El famoso clérigo del siglo IV «Juan Crisóstomo actualizó esa potencialidad cuando, retomando el tema del canibalismo criminal traído por los alejandrinos, acusó a los judíos de matar a sus propios niños y de beber y ofrecer para que su Dios bebiera, la sangre de sus víctimas». Para legitimar dicho mito, se hacía uso de la distorsión de textos religiosos, asimismo que se les acusaba de politeístas extremos que necesitaban de sacrificios humanos para complacer a sus dioses.
Pakman analiza los arquetipos históricos del antisemitismo, desde los cuales el mito de lo judío se ha expresado y que se basan en ubicarlo como un chivo expiatorio o tachar sus conductas de extravagantes por sus afinidades religiosas
Así pues, ante el eminente peligro de esos «caníbales y politeístas radicales», el arquetipo más común es el de ese judío demoniaco, el del «anticristo al servicio del Diablo», mito proliferado por el cristianismo medieval que necesitaba consolidarse lo antes posible como religión oficial. Marcelo Pakman comenta que dichos prejuicios sobre lo judío hicieron que incluso «cuando algunos judíos lograron dedicarse a la venta de medicamentos y a la medicina, surgió el temor de que lo aprovecharían para envenenar a sus pacientes cristianos, a veces con artes mágicas que también se suponía que eran implementadas por los rabinos».
Hay más ejemplos históricos a lo largo de Antisemitismo y son una muestra breve de las calumnias y mitos que fueron adquiriendo poder difamatorio hasta acabar tomando forma de represiones, violencia, marginación y genocidio. De ello se deriva que el antisemitismo no es solamente una serie de difamaciones o creencias dogmáticas en los falsos mitos de lo judío. Esto son apenas el inicio de un problema mayor: un rechazo sistemático, violencia, asesinatos e incluso, una fanática eliminación (o genocidio), que a lo largo de los siglos ha sufrido el pueblo judío, un tumor que se ha enquistado desde tiempos inmemoriales hasta nuestros días, según señala el libro.
Pakman defiende que la solución no es anular ni negar los mitos y prejuicios que se han elaborado a lo largo de centurias sobre lo judío, sino entender que estos mitos siempre han trabajado de modo perverso y finalmente han permitido masacres como las cometidas por los nazis, que también fueron negadas en otro intento más de infravalorar la brutal realidad y sufrimiento por el cual ha tenido que pasar el pueblo judío.
Sin embargo, el exterminio de seres humanos derivado de las calumnias y creencias demoníacas que vuelven a la alteridad o a la otredad algo incomprensible y por lo tanto indomable —por lo que entonces se procede a aniquilarla— no es un problema exclusivamente de lo judío, sino que, en general, es un problema humano. O mejor dicho, un crimen de lo humano hacia los demás humanos, uno que ha sido perpetuado contra múltiples pueblos y culturas. Por lo que escribe Pakman:
«Como tal, el antisemitismo no tiene una solución como si fuera un problema racional que hay que resolver. Requiere más bien una resistencia permanente para interrumpirlo lo más posible en sus efectos, lo cual es siempre beneficioso no solo para los judíos, sino para todos los que están amenazados por aspectos autoritarios y dictatoriales en cualquier sociedad, aun cuando ellos mismos repitan, a veces insensiblemente, las fórmulas derivadas del mito del Judío condenado e idealizado en su poder».
Julieta Lomelí (1988) es doctora en Filosofía por la Universidad Autónoma de México, con una tesis sobre el pesimismo epistémico en la filosofía de Schopenhauer. Escribe para distintos medios y colabora habitualmente con FILOSOFÍA&CO.
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