El estudio de los procesos geológicos ha sido una de las claves para entender la envergadura del impacto ambiental que la actividad económica humana tiene sobre el medio terrestre. Por este motivo algunos científicos y divulgadores proponen que hemos entrado en un nuevo periodo geológico y que ya no estaríamos, por tanto, en el Holoceno.
¿Por qué son importantes los periodos geológicos?
Por Holoceno, los geólogos entienden el periodo que comenzó hace aproximadamente once mil setecientos años y que se caracterizó por asegurar un clima más estable y cálido, una homeostasis (fenómenos de autorregulación de temperatura) que hizo posible el desarrollo de las civilizaciones humanas que, por su naturaleza, necesitaban de un clima menos cambiante que el de las glaciaciones previas del Pleistoceno. El clima estable fue la garantía de que surgieran, por ejemplo, actividades económicas como la agricultura y la ganadería que, al mismo tiempo, permitió el establecimiento de comunidades humanas en asentamientos estables.
Tal como planteó Engels en su Dialéctica de la naturaleza, en el artículo «El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre», las nuevas formas de organización social basadas en nuevas actividades económicas y en la distribución del trabajo han generado, históricamente, saltos evolutivos en el ser humano. Este fue el caso también cuando cambiaron las condiciones climáticas terrestres y comenzó el Holoceno. Las sociedades humanas pasaron de ser cazadoras-recolectoras a establecerse en núcleos poblacionales estables, algunos de los cuales se convertirían en ciudades y darían lugar a civilizaciones y culturas muy complejas.
Que el Holoceno sea un periodo estable no quiere decir que no se produzca ninguna fluctuación. Por ejemplo, son conocidos los fenómenos de pequeñas fluctuaciones de temperatura como la Pequeña Edad de Hielo que tuvo lugar en torno al siglo XIV. El Holoceno no es un periodo de estabilidad absoluta, sino uno en el que las fluctuaciones son mucho menores que en periodos precedentes, lo cual evita extinciones masivas por «causas naturales» como las que se producirían si, por ejemplo, una parte importante de la tierra de cultivo mundial dejara de ser cultivable por una gran glaciación.
El Holoceno no es un periodo de estabilidad absoluta, sino uno en el que las fluctuaciones son mucho menores que en periodos precedentes, lo cual evita extinciones masivas por «causas naturales»
¿Qué es el Antropoceno?
Antropoceno es un neologismo, esto es, una palabra de reciente creación, que combina la palabra griega anthropos (ser humano) y el sujijo «-eno», empleado en geología para hacer referencia a los periodos. Se trata de un término acuñado por el biólogo estadounidense Eugene F. Stoermer en los años 80 del siglo XX, utilizado informalmente entre sus colegas y estudiantes.
Posteriormente, en la década de los 2000, el Premio Nobel de Química Paul Crutzen popularizó el término como forma de designar una época en que las actividades humanas empezaban a provocar cambios geológicos y a alterar el delicado equilibrio terrestre que existe desde el comienzo del Holoceno. Antropoceno era así un término científico, pero que no pretendía dar una cuenta detallada de todos los cambios concretos que la actividad económica humana había tenido sobre el entorno natural, sino que servía como «imagen» de la profunda crisis socioambiental que empezaba a ser evidente.
Sin embargo, pronto generó un gran debate entre los científicos físicos (físicos, químicos o biólogos) y sociales (antropólogos, sociólogos o economistas) sobre la idoneidad del término. Existen, al menos, tres posiciones en el debate entre los ecólogos y científicos ecologistas: una, la que sostiene que el ser humano es, efectivamente, una fuerza geológica; otra, la que sostiene que independientemente de que el ser humano tenga ese potencial destructor, el concepto sirve como metáfora; y una tercera, quienes, aceptando que existe una crisis climática, consideran que «Antropoceno» es un término que no sirve para explicar quiénes son los responsables de ella.
Respuesta 1: el ser humano es una fuerza geológica
De lo que nos alerta el neologismo «Antropoceno» es de los profundos cambios que está experimentando la corteza terrestre y la atmósfera en muy poco tiempo, derivados de la acción humana. Aunque aún no está formalmente reconocido como una época en la escala del tiempo geológico por la Comisión Internacional de Estratigrafía, muchos científicos argumentan que las evidencias acumuladas justifican su inclusión. Para los defensores de que, efectivamente, estamos en un nuevo periodo geológico, estos cambios son comparables a los que estableció el Holoceno en la Tierra.
Por un lado, encontramos numerosos «sedimentos antropogénicos», es decir, huellas físicas del paso humano por la Tierra que no desaparecen en el plazo de una generación, sino que generan profundas transformaciones biofísicas. La construcción de ciudades, carreteras y presas, por ejemplo, acumulan enormes cantidades de sedimentos artificiales que no se biodegradan fácilmente, como hormigón, ladrillos y asfalto. Las actividades mineras, por ejemplo, han redistribuido grandes volúmenes de rocas y minerales.
Si hoy toda la especie humana desapareciera de golpe de un día a otro y otra civilización estudiara los sedimentos geológicos dentro de miles de años, podría encontrar estos materiales todavía presentes en alguna capa terrestre y evidenciar así el paso de la especie humana por la Tierra.
Además, los depósitos fósiles que encontrarían esas civilizaciones evidenciarían cambios profundos respectos de las épicas anteriores. Hoy hallamos restos de fósiles de animales domesticados o utilizados como alimento en todo el mundo, algo que antes estaba concentrado solo en algunas regiones del globo. El consumo masivo de vaca y pollo, por ejemplo, evidenciaría unos residuos fósiles claramente visibles. Por otro lado, los plásticos y microplásticos que se encuentran hoy también muy extendidos, se han convertido en otro marcador estratigráfico. Esas partículas perdurarán durante miles de años.
El aumento de las emisiones de gases como el dióxido de carbono desde la Revolución industrial también ha generado cambios en la composición atmosférica, además del conocido aumento de la temperatura global. La acidificación de los océanos, provocada por la absorción de este mismo gas, está dejando un registro químico en los sedimentos marinos que podría rastrearse en el futuro. Otro argumento para sostener que los cambios geológicos son profundos viene dado por las detonaciones de bombas nucleares a mediados del siglo XX, que han dispersado isótopos radiactivos por todo el planeta, depositándose en capas de sedimentos y hielo.
Existen más cambios, cuyo alcance a largo plazo es difícil de prever, así como el sedimento geológico que dejarán pasados muchos años, como la deforestación masiva, el cambio de los usos de suelo para convertirlos en tierras de cultivo y ganadería, la extinción masiva de especies (lo que repercute en una reducción drástica de la diversidad de fósiles), la interrupción de los ciclos naturales de los ríos, el derretimiento de glaciares o el aumento del nivel del mar.
El neologismo «Antropoceno» nos alerta de los profundos cambios que está experimentando la corteza terrestre y la atmósfera en muy poco tiempo, derivados por la acción humana
Respuesta 2: el ser humano no es una fuerza geológica, pero el Antropoceno es una metáfora
Estamos considerando aquí las respuestas serias al problema de la crisis socioambiental. Por tanto, entre los detractores de la primera visión, que veremos, no consideraremos aquellos que piensan que el cambio climático no existe, o que existe pero no es de origen antropogénico. El consenso científico es bastante claro en esto: se están acelerando los ritmos de destrucción ambiental hasta el punto de que se está poniendo en riesgo la viabilidad misma de que los sistemas humanos continúen como hasta el momento sin colapsos o crisis profundas que obliguen a cambios económicos de gran calado.
Este es también el punto de partida del Panel Intergubernamental de expertos en Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), que en sus últimos informes apunta a que es necesario pensar seriamente en un cambio de sistema económico si queremos tirar del freno de mano de emergencia de la crisis ecosocial.
Sin embargo, existen muchos científicos que, aceptando la gravedad de la crisis, rechazan el neologismo «Antropoceno» porque este no se ajusta a la categoría científica geológica a la que hace referencia. Por ejemplo, plantean que el ser humano no puede compararse con las fuerzas geológicas clásicas, que son, por definición, procesos naturales de una enorme escala y poder como la tectónica de placas, las erupciones volcánicas, las glaciaciones y la erosión, que actúan a menudo durante millones de años. La influencia humana, aunque es muy significativa y destructiva en el corto plazo, no alcanzaría ni la magnitud ni la duración de estos procesos.
En relación con su perdurabilidad, los detractores del Antropoceno plantean que la acción humana podría ser efímera desde una perspectiva geológica. Si la actividad humana cesara de repente, la propia dinámica metabólica del planeta podría revertir muchos de sus efectos en unos pocos miles de años.
Existen muchos científicos que, aceptando la gravedad de la crisis, rechazan el neologismo «Antropoceno» porque este no se ajusta a la categoría científica geológica a la que hace referencia
Otro argumento que lleva a algunos geólogos a desconfiar del término tiene que ver con la propia metodología de la geología. Se trata de una ciencia basada en el estudio de los registros geológicos duraderos y persistentes. Sin embargo, los defensores del Antropoceno fijan su origen, como pronto, en el comienzo de la quema desenfrenada de combustibles fósiles, en el siglo XVIII. Todavía no contamos con huellas geológicas lo bastante antiguas como para hacer un estudio geológico serio.
El debate sobre cuándo podemos decir que comienza Antropoceno es otro problema que dificulta su integración como categoría geológica. Pese a su reciente introducción, existe bastante debate sobre este punto. Stoermer y Crutzen proponían, como punto de partida para esta nueva época el año 1784, cuando la máquina de vapor de James Watt se perfeccionó y se aceleró la Primera Revolución Industrial y la extracción de combustibles fósiles. Otros autores, en cambio, consideran que el evento determinante que dio paso al Antropoceno fue la explosión de las bombas nucleares de Hiroshima y Nagasaki (1945).
En última instancia, lo que plantea este enfoque es que se trata de un concepto más filosófico y cultural que geológico. Su rápida popularización apunta a la necesidad que tenemos de aproximarnos conceptualmente al problema de la crisis ambiental con herramientas que nos ayuden a hacer cambios drásticos. En este sentido, señalan, los cambios que necesitamos hacer no apuntan a la misma naturaleza humana, sino a los sistemas sociales y políticos en los que esta se da desde el siglo XVIII. Por tanto, la categoría de Antropoceno es útil en la medida en que permita señalar la gravedad de la crisis y buscar soluciones.
Por último, pensadores como las filósofas ecofeministas han señalado que otro problema del Antropoceno es que se trata de una categoría antropocéntrica, que sobreestima las fuerzas humanas que nos ha traído precisamente a la debacle ambiental. Y proponen utilizar otro vocabulario para salir de esas coordenadas antropocéntricas.
Lo que plantea este enfoque es que se trata de un concepto más filosófico y cultural que geológico. Su rápida popularización apunta a la necesidad que tenemos de aproximarnos conceptualmente al problema de la crisis ambiental con herramientas que nos ayuden a hacer cambios drásticos
Respuesta 3: hablemos del Capitaloceno
Entre los detractores del término Antropoceno encontramos a quienes hacen una oposición débil, como vimos antes, basada en su estatus como término más filosófico que científico, y quienes consideran que el término es erróneo incluso en sus implicaciones más filosóficas.
Este es el caso de los defensores del término Capitaloceno, una crítica y alternativa al Antropoceno que trata de cambiar el enfoque, planteando que no es el ser humano en general el responsable de la crisis ecosocial, sino la dinámica ecodestructiva del capitalismo en particular. Entre los defensores del Capitaloceno encontramos al geógrafo estadounidense Jason W. Moore, la filósofa estadounidense Donna Haraway o el filósofo ecosocialista sueco Andreas Malm.
El Capitaloceno apunta a que el capitalismo, como sistema económico global basado en la acumulación de capital, la explotación intensiva de los recursos naturales y la subordinación de la naturaleza y los trabajadores al mercado, es el principal motor de las transformaciones ambientales que caracterizan la crisis socioambiental. Jason W. Moore plantea en El capitalismo en la trama de la vida que el capital no solo explota la naturaleza, sino que la ordena para maximizar sus beneficios y extraer trabajo barato tanto humano como natural.
Donna Haraway lleva al argumento al límite, planteando que el actual modelo extractivista, basado en el colonialismo y la explotación de seres humanos y animales en todo el mundo, nos impide hablar de mero Antropoceno: se trata de un Capitaloceno o incluso de un «Chthuluceno», término que hace referencia a la criatura abisal de la literatura de H. P. Lovecraft, Chthulu.
Malm hace mucho hincapié en que el capitalismo depende de la extracción de combustibles fósiles, deviniendo capital fósil. La responsabilidad de la crisis no es equitativa entre todos los seres humanos, sino que se puede atribuir en mucha mayor medida a las clases altas, los grandes propietarios, especialmente de las empresas del capital fósil, que son las principales responsables de las emisiones y la destrucción ambiental.
La noción de Capitaloceno trata de evitar la invisibilización de las desigualdades que hace el Antropoceno, señalando que son las elites económicas, especialmente las de los países industrializados, las principales responsables de la crisis y, por tanto, las primeras a las que hay que exigir una respuesta y que paguen los destrozos ambientales de su actividad.
Además, los defensores del Capitaloceno le dan una explicación históricoeconómica al origen de la crisis socioambiental mucho más concreta. No se trata de determinar un año concreto en el que arranca el Capitaloceno, sino señalar cuál es el pistoletazo de salida, que se da a lo largo de varias décadas: la «acumulación primitiva» de la que hablaba Marx en El Capital, el origen de la explotación desenfrenada de recursos y del trabajo intensificado por el colonialismo.
La estrategia política de los defensores del Capitaloceno suele ir más orientada a cuestionar y luchar contra las condiciones estructurales que permiten la crisis socioambiental, no a plantear que es la acción individual y concreta a través del consumo la que puede cambiar de raíz las cosas y resolver la crisis.
Negacionismos y defensores del capital fósil
Existe un grupo más que se niega a reconocer tanto al Antropoceno como al Capitaloceno como fenómenos a considerar. Se trata del negacionismo climático del que hablábamos anteriormente. No ahondaremos en sus argumentos porque no tienen ninguna base científica sólida, pero llama la atención que sus postulados estén cada vez más extendidos.
La gravedad de la crisis socioambiental, tal y como señala el físico español Antonio Turiel, es a menudo contraatacada desde los gobiernos capitalistas, bien con una política abiertamente negacionista o bien con un progresismo verde que tiende a hacer pagar a las clases populares las consecuencias de la crisis. No es extraño que estos mismos sectores vean con recelo las «políticas verdes» que, además, como mostró el histórico fiasco del llamado «desarrollo sostenible», acaban siendo mero maquillaje a las empresas que más contaminan.
Sin embargo, frente a la crisis y los negacionistas emerge también una juventud en todo el mundo que se pone en pie contra la crisis ambiental y sus responsables. Está por ver cuál sea su impacto y si logrará confluir con el resto de sectores sociales para tirar del freno de emergencia ecológico, pero, sin duda, se trata de un primer paso.
Irene Gómez-Olano (Madrid, 1996) estudió Filosofía y el Máster de Crítica y Argumentación Filosófica. Trabaja como redactora en FILOSOFÍA&CO y colabora en Izquierda Diario. Ha colaborado y coeditado la reedición del Manifiesto ecosocialista (2022). Su último libro publicado es Crisis climática (2024), publicado en Libros de FILOSOFÍA&CO.
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