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Dosier — Todo Foucault

F+ El poder como raíz de la vida pública según Foucault

El análisis del poder lleva a Foucault al análisis de la administración de la vida. A las técnicas con este objeto las denomina biopolítica y regulan las funciones biológicas de la población, desde su esperanza de vida hasta el control de la natalidad y la salud.

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En la imagen se ve una arboleda de fondo y en primer plano el rostro de Foucault en la pantalla de un smartphone. También se ven, al lado del móvil, las raíces de un árbol representando el concepto de biopolítica de Foucault.

El concepto de biopolítica aparece en la obra de Foucault en relación con una crítica al neoliberalismo. Diseño a partir de retrato de Foucault de Thierry Ehrmann, extraído de Flickr. (Licencia CC BY 2.0) y elementos de Canva Pro.

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Foucault, heredero de Nietzsche

«Nietzsche fue una revelación para mí» reconoció Foucault en una entrevista en Vermont en 1982. Foucault se apoyó en el pensamiento de Nietzsche para afirmar que el conocimiento es una invención humana y que no hay correspondencia entre el conocimiento y las cosas del mundo. Ni Dios, ni el sujeto humano servirían ya como garantía de una supuesta correspondencia entre el conocimiento y las cosas del mundo, porque todo acto de conocimiento se rebela como una relación de poder.

Toda relación de conocimiento es una relación de violencia, de fuerza, en definitiva, una relación de poder. El saber no existe separado del poder. Todo discurso se encuentra situado en un conflicto, y este conflicto es el único punto de partida posible para responder a la pregunta por el conocimiento.

Para Foucault, el conocimiento es siempre una relación estratégica en la que el hombre, como sujeto de conocimiento, está situado. Como consecuencia no hablaremos en Foucault de epistemología ni de teoría del conocimiento, sino de «historia política del conocimiento» o lo que es lo mismo, de historia política de la verdad. El mismo sujeto de conocimiento posee una historia que ha de ser contada, lo mismo ocurre con la verdad. Los discursos tenidos por verdaderos tienen una historia que, como nos enseñó Nietzsche, ha de ser contada. La verdad, como el sujeto, es un hecho histórico.

Digno heredero de Nietzsche, para Foucault la filosofía no consiste ya en un ejercicio de fundamentación, ni de búsqueda de un punto de apoyo para la construcción de una teoría global. La filosofía es socavadora de certezas y por eso mismo, abre posibilidades nuevas. Una de las tareas principales de la filosofía es la de desaprender.

Contra cualquier tentación, diremos que no puede encontrarse en Foucault una teoría del discurso, ni una teoría del poder, tampoco una teoría del conocimiento, ni siquiera una teoría del sujeto, porque para Foucault la filosofía no consiste en legitimar lo que ya se sabe, sino que consiste en «saber cómo y hasta dónde sería posible pensar distinto».

Para Foucault, el conocimiento es una relación estratégica en la que el hombre está situado. Como consecuencia no hablamos en Foucault de epistemología ni de teoría del conocimiento, sino de «historia política del conocimiento» o lo que es lo mismo, de historia política de la verdad

La actividad de Foucault es, como la de Nietzsche, histórico-filosófica, es decir, se trata de un trabajo que se mantiene dentro del ámbito de las singularidades (la singularidad de la locura en el mundo occidental, la singularidad del sistema jurídico-moral de la penalidad, etc. ) que no recurre a explicaciones causales reduccionistas, sino que procura restituir las condiciones de aparición de cada una de esas singularidades a través de múltiples elementos determinantes, de los que se considera, no el resultado o el producto, sino el efecto.

En esto consiste el trabajo genealógico. Así analizadas todas esas singularidades no puede aparecer como totalidades cerradas, constituidas de una vez y para siempre, sino como intrínsecamente históricas, y, por tanto, comprendidas como potencialmente reversibles y modificables.

La apropiación de la genealogía nietzscheana por parte de Foucault le permite reinterpretar críticamente el pasado como condición de posibilidad para producir lo nuevo. De ese modo, siguiendo el espíritu de la historia útil para la vida que Nietzsche propone en su Segunda consideración intempestiva, cuando Foucault utiliza el pasado, por ejemplo, la historia de la Grecia antigua, no lo hace de modo nostálgico, sino para proponer criterios alternativos a la hora de examinar las relaciones de poder del presente y pensar su modificación.

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