El significado de la palabra «cínico» ha variado a lo largo de los siglos. En la actualidad, el significado del concepto tiene que ver con la desconfianza en la bondad y honestidad de la personas, de alguien que lo expresa a través de la ironía, de la burla o el humor. La escuela filosófica de los cínicos no está del todo representada en este significado, pero tampoco tan alejada del mismo.
Algunos hablan de una corriente más que de una escuela, porque las escuelas, en la Antigua Grecia, eran grupos bien definidos que se reunían en un sitio, muy ceremoniosamente, al amparo de una autoridad o un maestro que enseñaba la doctrina. Había una formalidad en esos grupos y los cínicos eran cualquier cosa menos serios o formales. Se caracterizaban, de hecho, por desafiar las formas.
Diógenes es uno de los grandes representantes de esa filosofía que protesta, que cuestiona lo que se da por sentado, lo establecido. ¿Acaso hay otra?
PUBLICIDAD
Un fundador fundido: Diógenes se come a Antístenes
El fundador fue un discípulo de Sócrates llamado Antístenes, que vivió en el siglo IV a. C. Fue uno de los que estuvieron presentes en los últimos momentos de la vida de Sócrates, cuando este se reunió con los más cercanos y mantuvo su conversación sobre la inmortalidad del alma, que luego Platón contaría en su diálogo Fedón.
Antístenes quedó muy impactado por esa imperturbabilidad de Sócrates frente a la muerte. Está claro que él no quería morirse, pero estaba dispuesto a hacerlo por sus ideas sin resistirse. Tras presenciar aquello, Antístenes decidió dedicar su vida a fomentar esa autarquía, esa capacidad de autogobierno de uno mismo que había intuido, a dejar de preocuparse por cuestiones que no merecen atención, porque no son importantes, sino superficiales, fútiles.
Empezó a extender sus ideas y a reunirse en un gimnasio en las afueras de Atenas. El lugar es simbólico porque estos filósofos se situaban también en los márgenes o en las afueras, desafiando las convenciones, los usos, todo lo que fuera políticamente correcto, eso que se hace y se deja de hacer por costumbre. Allí, en un lugar llamado Cinosargo, surgió el movimiento cínico. Cinosargo quiere decir «perro blanco o veloz», en griego, y de hecho los cínicos eran los filósofos perros. Adaptaron esa imagen y algo más: lo tomaron como un símbolo para su filosofía y su forma de vida. Para ellos era lo mismo.
Onfray y los perros
El filósofo francés Michel Onfray les ha dedicado un libro titulado Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, publicado por Paidós. En él hace hincapié en el hecho de que, para los filósofos antiguos, salvo excepciones, hacer filosofía era una forma de vida, no concebían que uno solo se dedicara la reflexión teórica. Y los cínicos lo llevaron al extremo. Eran excéntricos, contestatarios, irreverentes… ¡Molestaban! Porque molestan quienes señalan con el dedo lo absurdo de las convenciones a las que las personas nos adherimos y que, sin embargo, ellos cuestionaban.
Pero el gran filósofo cínico no fue el fundador, sino Diógenes de Sínope, que era su ciudad, de la que fue expulsado, junto a su padre, por falsificar monedas. Diógenes acabó en Atenas y conoció a Antístenes, que al principio no le hizo mucho caso, pero Diógenes insistió… Al final, acabó siendo el gran filósofo cínico, más conocido que el fundador.
Filosofía de perros y ratones
Diógenes vivía en una bañera, era su única propiedad, junto con un manto andrajoso, un morral y un bastón. Este último tenía algo de simbólico; medía el espacio propio, la distancia que necesitamos respecto de los otros para seguir siendo libres. La libertad era la gran obsesión de los cínicos. Ellos fueron los grandes filósofos de la libertad. Decían que la felicidad pasaba por la libertad y que los seres humanos tenemos todo lo que necesitamos para poder ser felices; si no lo somos es por causa de nuestra estupidez. Porque nos cegamos con las cosas y los bienes materiales de los que ellos reniegan: dicen que estos solo generan necesidades y que nos quitan la libertad.
Los cínicos defendían que la felicidad pasaba por la libertad y que los seres humanos tenemos todo lo que necesitamos para poder ser felices
Porque ¿qué necesita un ratón para ser feliz? Diógenes se empezó a hacer preguntas de este tipo cuando vio a uno que entraba y salía de su cuevita, sin preocuparse por nada, contentándose con unas migajas… Y llevando una vida sabia que a Diógenes le dio qué pensar y le inspiró: dijo que él se había hecho filósofo gracias a un ratón.
Pero al animal que adopta la corriente cínica como símbolo es al perro. Lo admira por su frugalidad y simplicidad. Diógenes se identificaba totalmente y decía: «Soy como un perro porque muerdo al enemigo». Ese enemigo lo entendía como Nietzsche en la frase: «Que tu amigo también sea tu peor enemigo». El enemigo es ese otro al que muerdo diciéndole algunas verdades incómodas o burlándome de él con el objetivo de despertar su conciencia. Cuando a Diógenes le vienen a buscar porque quieren rendir homenaje a un filósofo muy importante, él responde: «¿Para qué van a homenajear a alguien que nunca puso triste a nadie?». Es en la tristeza, en la incomodidad o la molestia donde te das cuenta de cosas que igual no estás haciendo tan bien y, al hacerte consciente, es cuando puedes cambiar.
Los cínicos adoptaron la figura del perro como símbolo: frugal, libre, simple y capaz de tirarle un bocado a quien sea con tal de despertar su conciencia
Anecdotario filosófico
Los cínicos no escribieron o escribieron muy poco. Sí tenemos los relatos que sobre ellos escribe Diógenes Laercio, que es un historiador de la filosofía. Al final, lo que nos llegan son anécdotas como la mencionada. Ellos andaban libres, sueltos por la polis generando escándalos, provocando… Recurrían a la ironía como Sócrates, pero de una forma mucho más controvertida. Platón decía que Diógenes era Sócrates enloquecido. El mismo Sócrates decía ser el tábano de Atenas, pero a la hora de provocar era más moderado. La moderación no va con los cínicos. Diógenes ofrece una explicación: decía que él era como un director de coro, «toco las notas altas para que otros toquen las notas justas». Pertenece –y Nietzsche creo que se inspiró en esto– a los filósofos que rompen, que tienen voluntad de impactar, porque a través de esa violencia provocan una conmoción en el otro. Eso precisamente es lo que buscan.
Una de las anécdotas más conocidas es la que cuenta que estaba Diógenes al final de su vida en Corinto y Alejandro Magno fue a visitarlo porque lo quería conocer. Él era un filósofo muy respetado y admirado, de modo que no le hizo ninguna impresión ver aparecer a Alejandro Magno. Después de las presentaciones, el rey macedonio le muestra su generosidad y le dice que le pida lo que quiere, que él podrá dárselo, a lo que Diógenes responde: «¿Te podés correr, que me estás tapando el sol?». Quien quedó impresionado fue Alejandro Magno, que dijo: «Si no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes». Él vio la sabiduría en el filósofo, supo percibir la libertad y el poder que tenía sobre sí mismo: porque Alejandro podría tenerlo –y mucho– sobre los demás, pero Diógenes lo tenía sobre sí mismo, era maestro de autarquía. Eso fue lo que Alejandro admiró, quizá envidió.
Una cínica entre las primeras filósofas
Los cínicos contaron entre sus filas a una de las primeras mujeres filósofas. Se trata de Hiparquia. Iba a las reuniones de filósofos, hablaba, escribía… A algunos no les gustaba y se burlaban de ella o le hacían reproches. Nos ha llegado el de Teodoro el ateo, que, al verla aplicada entre sus compañeros varones, le dice: «¿Tú no tenías que estar aprendiendo a tejer y dedicándote a las labores de mujeres?». Le responde una filósofa de quince años en el siglo IV a. C.: «Yo decidí dedicar mi tiempo a filosofar, no a las labores que dices». El filósofo respondió arrancándole el vestido, pero Hiparquia no se inmutó, dando una lección de imperturbabilidad y cinismo. Fue compañera de Crates, con quien compartió amor, vida y filosofía al modo libre de los pensadores perros.
Otra de sus anécdotas cuenta que, al ver pasar a unos sacerdotes que llevaban a un ladronzuelo, dijo: «Mira, tres grandes ladrones, llevando a un pequeño ladrón». Todo esto era muy controvertido e impactaba antes como lo hace hoy porque es tremendamente actual. Como cuando encontró un farol, que alguien había dejado junto a su bañera y pensó: «¿Qué hago yo con esto?» Y se dijo: «Ya sé». Lo prendió y salió a pasear a plena luz del día acercándose a los grupos que charlaban y diciendo: «Busco un hombre honesto». Eso es bien cínico, burlarse de la gente para mostrar el absurdo en ese adaptarse a las convenciones.
El legado cínico: Diógenes en tiempo de corrección
Los cínicos influyeron mucho en los estoicos. Sobre todo en lo que se refiere al cultivo de la imperturbabilidad: ese no conmoverte, no inquietarte ni preocuparte por cuestiones superfluas, ni por los bienes materiales ni por aquello que no puedes cambiar. Todo eso ya estaba en los cínicos.
En general, en los griegos, uno encuentra pensamientos, intuiciones e ideas que siguen siendo totalmente actuales, aunque hayan pasado 25 siglos, porque el ser humano también sigue siendo prácticamente el mismo. De modo que aquello que denunciaron los cínicos entonces sigue pasando y seguimos siendo esclavos de convenciones, de la corrección política. La corrección política es el nuevo autoritarismo y frente a ella se levanta la parresía que practicaban los cínicos. Ese andar buscando un hombre honesto, que diga su verdad, pero que, además de eso, que la piense y la exprese con su vida. Esa es la parresía.
Los cínicos siguen siendo actuales porque su denuncia contra las convenciones, contra la corrección política –ese nuevo autoritarismo– es del todo actual
La reivindicó Foucault, al final de su vida, en su último seminario dictado en el Collège de France entre febrero y marzo de 1984. Lo llamó El coraje de la verdad y se convirtió en su testamento filosófico, pues moriría meses después, en junio. Se lo dedicó a los cínicos y, como apunta el título, es una reivindicación del coraje de decir la verdad, el escándalo que supone llevar una verdadera vida acorde con los propios pensamientos y palabras. Es maravilloso. El mundo necesita ese coraje de la verdad que practicaban los cínicos. Y necesitamos también una buena dosis de cínicos, de gente que se anime a decir lo que piensa libremente, sin miedo. Y hay que cultivar el cinismo liberador de uno, el que nos suelte las cadenas porque la libertad, antes que nada, es libertad hacia dentro. ¡Ay, si Diógenes viera y viviera este imperio limitante, arbitrario de la corrección…!
* Texto a partir de la columna radiofónica que Magdalena Reyes tiene en el programa Quién te dice (Del Sol). Puedes escuchar el audio completo aquí.
Deja un comentario