Si analizamos pormenorizadamente la vida moderna, llegaremos a la conclusión ineludible de que la velocidad es una de sus señas de identidad. En Filosofía&Co. hemos querido analizar los efectos para nuestra salud mental del ritmo vertiginoso en el que vivimos hoy, siempre con un nuevo estímulo que detectar, un minuto que arañar, otra cosa que hacer, una moda que seguir o una noticia nueva que conocer. Siempre pisando el acelerador. Y para hacerlo hemos contamos con la colaboración del consultor psicológico argentino Matías Giarratana, que nos ayuda a conocer dichas claves.
Pensemos un segundo cómo es nuestro día a día: tenemos tanto que hacer y tantas expectativas que sería casi imposible no alterarnos preguntándonos si podremos lograr hacerlo todo. Nos consideramos desorganizados y por ello dormimos mal, sin descansar apenas, y nos pasamos la mayor parte del día permanentemente preocupados. No acabamos casi nada a la primera, y cuando lo hacemos, no sentimos que la angustia y el desasosiego desaparezcan, pues siempre hay algo o alguien detrás pidiendo paso. Parar no es ya una opción.
Esta constante sensación de vivir abrumados por las preocupaciones es real, y hace tiempo que nos parece algo normal. Y no debería ser así. De hecho, no es el cometido correcto de nuestra función psicológica. El estrés es parte de nuestra naturaleza, pero no es nuestra naturaleza propia.
Esta marcha forzada constante es muy perjudicial para nuestra salud. Puede que las enfermedades mentales sean las que más hayamos oído como principales amenazas, pero no son las únicas. Esta forma de vida también puede degenerar en otras patologías físicas, como hipertensión, cardiopatías, problemas digestivos, cutáneos, etc. La rapidez y la prisa nos están amargando la vida bastante más de lo que la mayoría cree.
El enemigo en casa
En el origen de esto se encuentra un término que está hoy en boca de todos: el estrés. Y lo cierto es que no deja de ser irónico que sea así, pues nuestra época, con su desarrollo y su progreso acelerado, debería ser menos estresante que las anteriores. A fin de cuentas, nos beneficiamos de algunas comodidades que nadie a lo largo de la historia ha podido disfrutar. Pero la realidad actual no es esa. Antaño quizá vivíamos menos cómodos, pero también lo hacíamos menos estresados. Cuando tocaba sufrir lo hacíamos enormemente, pero no teníamos la necesidad de estar permanentemente conectados y a la última, ni convivíamos con el ruido constante, ni actuábamos con los plazos de hoy. Las preocupaciones más acuciantes surgían antes o después, pero lo hacían de manera más puntual.
Esta constante sensación de vivir abrumados por las preocupaciones hace tiempo que nos parece casi normal. No debería ser así
Nuestro cuerpo está diseñado para experimentar lo que podríamos denominar «estrés bueno». Es decir, el tipo de estrés de corta duración que se produce en momentos concretos con el fin de resolver la situación lo antes posible. Lamentablemente, en el que vivimos inmersos hoy no es así. El estrés que padecemos es lo que entendemos por «estrés malo» –o distrés–, que se caracteriza por ser constante y estar casi siempre presente, además de estar provocado normalmente por motivos relacionados con la tensión de nuestro ritmo de vida: jornadas frenéticas de trabajo, horarios intempestivos, actividades inabarcables, comportamientos hiperactivos, preocupaciones excesivas por asuntos triviales, búsqueda obsesiva de atención, miedo a la soledad, adicciones, etc. Y lo peor: no estamos preparados, ni mental ni físicamente, para soportar esto. Y parece que poco a poco estamos empezando a ser conscientes de la factura que nos va a tocar pagar.
El estrés y el ritmo de vida que lo provoca están detrás de la mayoría de casos de enfermedad mental que asolan a nuestra generación. Se estima que el 15% de la población mundial desarrollará algún tipo de trastorno psicológico a lo largo de su vida y, según la Organización Mundial de la salud, la depresión ya es la principal causa de discapacidad en el mundo, afectando a nada menos que 350 millones de personas. Similar situación a la de su prima hermana, la ansiedad, que ya afecta al 3,5% del mundo. Y subiendo.
El estrés y el ritmo de vida que lo provoca están detrás del enorme porcentaje de enfermedades mentales que afectan a nuestra generación
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