Epicuro fue hijo de su tiempo. Un tiempo plagado de circunstancias turbulentas, agridulces para su país natal, repleto de sucesos bélicos y sociales. Hijo de padres atenienses, y procedente de la isla de Samos, llega a Atenas por vez primera en el año 323 a. C. para cumplir con sus obligaciones cívicas y militares. Ese mismo año, el 10 de junio, muere Alejandro Magno, lo que desencadenará numerosos acontecimientos políticos que cambiarán para siempre la configuración mental de los griegos. Epicuro asiste así al declive democrático de Atenas, ya iniciado tras la desaparición de Sócrates, pero culminado definitivamente tras la muerte del magno emperador.
Filosofar en un jardín
Epicuro ha sido un autor muy maltratado por la tradición filosófica, sobre todo en Occidente, donde el imperio del pensamiento judeocristiano ha hecho que su legado quede situado, en muchas ocasiones, en un incomprensible ostracismo. Su doctrina ha llegado a ser menospreciada y trivializada por una tradición exegética hostil, sobre todo por motivos ideológicos, así como por las limitadas versiones presentadas en los manuales académicos. Sin embargo, su pensamiento se muestra del todo contemporáneo, moderno, actual, interrogador y, en algunos puntos, incluso disidente. Estamos ante una filosofía posaristotélica que contempló críticamente el desconcierto de los grandes idearios heredados (Sócrates, Platón, el propio Aristóteles). Ante tantas y tan enormes crisis, Epicuro intentó construir un nuevo sistema en el que la coherencia importaba más que la originalidad.
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